EL PAíS › TATIANA, LA PRIMERA RECUPERADA POR ABUELAS

“Es una historia en común”

El 20 de octubre de 1977 Tatiana y su hermana quedaron en una plaza del partido de San Martín. Los militares acababan de secuestrar a su madre. Laura, que tenía un par de meses, quedó arriba de un cantero. Tatiana, de tres años, a su lado, sentía cómo caía la tarde. Después de pasar por una comisaría y hogares de menores fueron adoptadas por el matrimonio Sfiligoy, que desconocía su origen, pero que al intuirlo colaboró para que reconstruyeran sus lazos de sangre. Se trató de un caso raro, que contribuyó para que fueran las primeras nietas recuperadas por las Abuelas de Plaza de Mayo. Tatiana tiene dos hijas y trabaja en el Centro de Salud Mental por el Derecho a la Identidad y en el consejo de niños, niñas y adolescentes.

Los recuerdos de Tatiana llegaron con los años. En realidad, después de los 18 y, sobre todo, después de la terapia. Ahora puede narrar su historia en primera persona. “Estábamos llegando a la casa y mi mamá (Mirta Graciela Britos) vio un operativo, entonces siguió de largo y fue para la plaza. Pero la empezaron a seguir. Nos dio besos y abrazos. No recuerdo lo que me dijo, pero sí las imágenes. Yo no entendía por qué se despedía si recién habíamos llegado a la plaza. Vi venir más de cinco uniformados. La encapucharon y se la llevaron”, cuenta. También se acuerda de su papá, Oscar Britos (desaparecido en Córdoba en agosto de 1976), de cómo corría a abrazarlo a través del pasillo de una casa chorizo y cómo le tiraba de la barba.

Tatiana y su hermana fueron a parar a una comisaría y de allí las derivaron a distintos institutos de menores. Tatiana decía su nombre, pero igual la caratularon como NN. La intervención de los Sfiligoy hizo que los caminos de las niñas no se perdieran para siempre. Ellos insistieron para que estuvieran juntas y adoptaron a las dos. A la más chiquita le pusieron Mara. La mayor sabía su nombre.

Las Abuelas de Plaza de Mayo habían iniciado su búsqueda y, en 1980 llegaron al juez que las dio en adopción. Lo convencieron de que revisara el caso y así localizaron a las chicas, que siguieron viviendo con sus padres adoptivos pero en contacto permanente con sus familiares biológicos.

“Con los chicos que recuperan su identidad ahora me reconozco en la historia en común: nuestros viejos no están. Si bien cada historia es diferente hay algo esencial que está ahí. La mayoría busca también reconstruir su historia, hace una búsqueda mayor. Por otro lado, creo que los que vienen a Abuelas a buscar su identidad están más preparados. Ya son adultos, están más decididos. Por ahí para mí fue mejor porque fue gradual, porque no hubo una mentira”, dice.

Tatiana empezó a colaborar con las Abuelas en el área de genética. “Pensaba ser bióloga pero después me decidí por psicología.” A partir del 2000, los jóvenes que acudían a la institución para saber si eran hijos de desaparecidos comenzaron a abundar y Tatiana se dedicó a escucharlos. Luego, armó un espacio para acompañar a quienes recuperan su identidad pero por diferentes motivos no se encuentran con una familia biológica que los contenga.

Dice que en todos estos años lo más difícil de afrontar fue la maternidad. “Antes de quedar embarazada por primera vez yo estaba muy enojada con mi vieja. Creo que el enojo es parte del proceso por el que todos pasamos. Cuando me aflojé y lo ‘resolví’ me enteré de que estaba embarazada. Era algo que no podía venir antes. En ese momento estaba preparada para recibir a mi hija. Ahora miro a mis hijas y pienso ‘lo que se perdieron’. Me hubiera gustado que las conocieran.”

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