SOCIEDAD › OPINION

Ciencia y Tecnología: Juntas, pero no revueltas

 Por Jorge L. Seghezzo *

(Como parte de las actividades de la Comisión de Tecnología del Espacio Carta Abierta, días pasados se realizó una reunión con el título mencionado, en el Centro Cultural de la Cooperación.)

Fascinaba ver a un grupo grande de personas, apiñadas en un aula, pequeña no sólo por la cantidad de cuerpos, también por tanto anhelo acumulado. La frase que da nombre a la charla es de Sergio Anchorena (economista, epistemólogo, especialista en sistemas autómatas), que reivindicó una visión en la que trataba de rescatar la tecnología de entre la confusión que parece sostener en su encuentro con la ciencia.

Fue Emilce Moler, moderadora de la mesa redonda, quien tomó la frase e introdujo el tema. Se sucedieron Eduardo Dvorkin, Alberto Kornblihtt y Horacio González. Cada uno desde su característica de especialista reconocido, pero todos aportando ideas sin tratar de imponerlas en razón de su “autoridad”. Dvorkin, reconocido en modelos numéricos complejos en ingeniería; Kornblihtt, biólogo molecular afamado; González, sociólogo, maestro de sociólogos y director de la Biblioteca Nacional.

Primero habló Dvorkin. Hizo una precisa disección de la conjunción y la vinculante en la expresión ciencia y tecnología (CyT). Mostró modelos interpretativos. Apuntó a resolver las diferencias entre el conocimiento, su uso social y los negocios. Y a mostrar las aristas símiles y los conflictos. Mostró una línea, que debe ser continuada, analizando cómo en los países desarrollados se priorizan los temas de CyT –y por tanto se determina la relación entre los términos–, a través de subvenciones, préstamos y contratos a empresas, con lo cual se esconde que el motor es el propio Estado.

Después, Kornblihtt simultáneamente apuntó a una defensa del quehacer científico y tecnológico frente a críticas del fundamentalismo ecologista y de un “naturalismo” conservador, y a mostrar la natural inclinación que tiene el hombre al conocimiento y a la resolución de problemas. O sea, conocer y encontrar instrumentos o herramientas para atacar dificultades. Eso, más allá de otras precisiones, en el fondo prefigura la ciencia y la tecnología.

Ultimo fue González. Tomó el saber filosófico y ejemplificó la acción relacionada con la ciencia y la tecnología (europea o norteamericana) de hombres que marcaron nuestra historia desde el siglo XIX. Barrió los tiempos hasta llegar a la década del ’60. Porque extraña “las utopías”. Recordó la época en que Filo y Exactas soñaban en unirse para repensar lo que nos separaba y nos unía. Criticó la llamada y falaz “sociedad de la información”, en la que se dice que los adelantos tecnológicos nos democratizan –en el discurso–, pero se esconde (como siempre, las palabras muestran y ocultan) la realidad de que estamos en una sociedad que usa lo tecnológico para manipular información, y definir que estemos muy o poco informados, según se quiera, o sea des(in)formados. Reconoció la existencia de elementos inmensamente ricos en los conocimientos científico-tecnológicos, pero a condición de no eliminar la necesidad de pensar cómo usarlos. Allí se coló la realidad actual, ya que no es ni casual ni menor que hoy estemos discutiendo si se cambia, y cómo, la ley de radiodifusión de la dictadura. El poder está, usa a los medios, que son parte del poder, pero siempre quedan fracturas para poder entrar y usar. Pensar. Actuar.

Sin dudas, esto no es una crónica. Es un cierto revuelto de sinsabores por la gente y el tiempo perdidos, y de esperanzas de que la Humanidad, que somos quienes podemos pensarnos a nosotros, no quede reducida a algunos hombres que se piensan a pesar de la multitud. Particularmente, hoy, en este país. Hace año y medio, a partir de una frase del ministro Barañao, por suerte se inició una discusión, publicada en Página/12. Luego el debate se amplió, abarcando aulas universitarias y, por supuesto, blogs. A falta de combustible de disputa mediática, y desplazada por el “conflicto del campo”, la discusión sobre ciencia, tecnología y sociedad quedó oculta por un rato. Por aquel momento, el suscripto, participante en el gráfico debate, sostuvo que era una buena oportunidad para discutir de cara a la sociedad.

Se da nuevamente, con la gente pensando en otras cosas, cuando, en apariencia, son otras las urgencias. Como si comer poco o mal, la falta de cura de enfermedades endémicas, las vacunas, los fármacos caros, la sojización, la desertificación, la contaminación de agua, tierra y atmósfera, la polución electromagnética, las pasteras, la minería a cielo abierto, la gripe A o el problema energético fueran cuestión de simple opinión personal sin relación con el conocimiento metódico. Como si no fuese necesario repensar el papel de la ciencia y la tecnología en un país que necesita (re)producir la capacidad de pensar y producir, en forma relacionada. Detrás de lo que imaginemos seguro que hay un gran negocio, pero sólo unos pocos perciben de qué es causa. Discutamos. Son problemas. Pero si le damos la vuelta y entendemos, discutirlo tiene que ver con la diseminación de los saberes y lograr fuerza a partir de la diversidad.

Como cada uno de los que estamos preocupados y ocupados por encontrar soluciones para, aunque sea, pequeños problemas en nuestro país, estamos en un rincón, es necesario que intervengan muchos para tener las cosas más claras. No podemos esperar otros cuarenta años para pensar en ciencia, tecnología y sociedad de forma de tener los elementos para mejorar lo que tenemos y somos. Si lo revuelto del título deja de serlo, en otras palabras, si se devela en el lenguaje lo que ciencia y técnica nos significa en lo que somos, podremos avanzar. La charla de Carta Abierta da la oportunidad de acordar, disentir, criticar, oponerse. La idea finalmente es eso. Pensar, decir, intercambiar. O sea, democratizar.

* Ex director del Laboratorio de Caracterización de Materiales del INTI.

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