VERANO12 › ESTHER CROSS

Los que volvieron

El cuento por su autor

Los chicos se toman los secretos en serio. Si un adulto le hace una confidencia a un chico abusa de esa seriedad. Para no traicionarlo, el chico dará mucho más de sí que el adulto que le confió el secreto revelando su propia indiscreción al hacerlo. Aunque lo agobien a preguntas, el chico no habla. Mira sorprendido al inquisidor como si entendiera, a pesar de la brevedad de su vida, que la verdad es algo tan complejo que la deformaría al encerrarla en un par de oraciones, de manera que para ser franco y honesto tiene que callar. El celo con que un chico defiende un secreto es una muestra de lealtad a lo que significan las palabras. La palabra secreto, por ejemplo, quiere decir secreto.

Un chico desconfía cuando le prometen que si dice la verdad no van a hacerle nada. Clavado en esa encrucijada entre decir y callar, pesca algo y tiembla. Es probable que no le hagan nada pero lo que le asusta está pasando en ese momento, no es algo que va a pasar.

A diferencia de los mayores, el chico cree en la existencia de la verdad. No digo que la proclame o reflexione sobre ella; sería un viejo con piel lisa en vez de un chico si lo hiciera. Pero en contraste con los grandes, que se cuestionan la existencia de la verdad –lo que no les impide mentir, paradójicamente– el chico cree en ella. La vio en persona cuando jugaba con sus pares, cuando espió o vio sin querer la otra escena. Así que cuando le dicen “si me decís la verdad no voy a hacerte nada”, al chico le pasa algo. Quizá sea mucho peso para un chico que un grande le pida la verdad, eso en lo que él mismo ya no cree. Y ahí tienen entonces al chico resistiendo, mordiéndose los labios.

Los chicos suelen hacer pactos de silencio a veces sin mafia y ni siquiera explícitamente, como les pasa también a los adultos. Una especie de precoz espíritu de cuerpo los anima a cubrirse cuando los interrogan en grupo o por separado. Los chicos son interrogados con mucha frecuencia en la diaria, en general con buenas intenciones –una colección de thrillers sobre las buenas intenciones sería un hit, estoy segura–. De todas maneras, un interrogatorio es un interrogatorio y al chico interrogado le da miedo contestar.

A veces los chicos callan simplemente como primera reacción después de algo. No es necesario que el secreto sea terrible o prodigioso para que ellos lo guarden. Lo malo es que al guardarlo lo convierten en importante para el otro, que se empeñará en buscarlo adentro de ellos, que no son lugares.

Los chicos separan el mundo de los adultos del de ellos con la frontera transparente de su silencio. El día que la crucen ya estarán del otro lado. Pero ahora están en el suyo, donde impera ese silencio. De grandes lo encontrarán de nuevo en situaciones en las que probablemente se interroguen a ellos mismos.

Mucho tiempo después de haberlo escrito, creo que el cuento que sigue habla –si me perdonan la contradicción– sobre eso. Está dedicado a mi amiga Nuria Kojusner.

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