DEPORTES › OPINION

El objeto de su capricho

 Por Pablo Vignone

En las afueras de Asunción del Paraguay se levanta la moderna sede de la Confederación Sudamericana de Fútbol. No siempre el poder de decisión estuvo allí. Antes supo estar radicado en Lima. Fue la época, que duró dos décadas, en la que Teófilo Salinas Fuller era el hombre fuerte del fútbol continental. Entre 1966 y 1986, el período de oro del dirigente limeño, Perú jugó tres Mundiales, los de México, Argentina y España. Antes de eso sólo había disputado el Mundial de 1930; después de que Salinas dejara su cargo, la selección de la banda roja no volvió a jugar nunca un Mundial. Si la tabla de las Eliminatorias Sudamericanas saca la foto de la situación relativa de la región, entonces el de Perú es el peor fútbol de la zona. La Selección que dirige Chemo Del Solar jugó ocho partidos como visitante en estas Eliminatorias: los perdió todos, con sólo dos goles a favor y 24 goles en contra.

A partir del 1º de marzo de 1986, la manija de la zona pasó a ser Nicolás Leoz Almirón. Paraguay ya estaba clasificado para el Mundial de ese año. Hasta 1982, había jugado tres de los 13 Mundiales disputados: los de 1930, 1950 y 1958. Desde 1986 a 2006, Paraguay se clasificó para intervenir en cuatro de las seis Copas del Mundo. O cinco de siete, si se toma en cuenta el pasaje que el equipo guaraní consiguió para Sudáfrica 2010. Leoz tiene 81 años y sigue firme en su puesto; Salinas había dejado su cargo a los 67 años, y murió en 1999, a los 80.

Además del pai salteño cuyo trabajo fue infructuoso por los cuatro costados, a Asunción viajó con la Selección Argentina el titular de la AFA, Julio Humberto Grondona. Tal es su peso en el mundo del fútbol –su cargo de único vicepresidente senior de la FIFA empalidece sólo ante su posición como presidente de los Comités de Finanzas y de Mercadotecnia y Televisión– que la reunión que celebró con Leoz –según versiones oficiales, para tratar “distintos temas relacionados con el fútbol”– no se celebró en la lujosa sede de la Conmebol, sino en el hotel en el que Grondona y la Selección se alojaron durante la amarga estancia en el país vecino.

Todo el peso institucional que Grondona amasó en el mundo del fútbol no le alcanza para lidiar con Diego Maradona. Quizá se la tome un rato con Humbertito y con Julito, que le llevaron la idea, pero es una apuesta enorme la que asumió y va a respaldarla. Ya lo hizo en el entretiempo del partido contra Paraguay, ingresando al vestuario para apoyar al entrenador. A otros dirigentes de menor nivel se los nota un poco más nerviosos, recordando aquellos dorados días de Alemania 2006, con viaje y estadía pagos. Sudáfrica está más cerca y es más económico, y la posibilidad de quedarse sin vacaciones los atemoriza.

Maradona no se siente amedrentado. Por el contrario: se siente muy cómodo en el terreno de la confrontación. En todo caso, sufre algo parecido al autismo. Causa un poco de gracia escuchar envuelta entre las críticas que no lo quiebran la fútil acusación de que no sabe nada de fútbol. ¿Cómo no va a saber? Tiene más entrenamientos y vestuario, por no decir partidos, que el 99,99 por ciento de los que lo denuestan. El drama es de carácter peculiar: todo ese conocimiento maradoniano, fraguado en finales de Copa, es explosivamente intuitivo. No logra ser encapsulado en conceptos. Maradona, como entrenador, carece de ideología. También de profundidad didáctica. Puede explicarle a Messi cómo acompañar la pelota unos centímetros más con la caricia de la pierna para que el remate salga con mayor potencia, puede estirar el breve consejo práctico de acuerdo con su extraordinaria experiencia, pero no consigue armar su planificación. Se va en estímulos. Una cosa así habría sobrado 20 o 30 años atrás, con futbolistas que entendían del juego, pero con la generación Playstation no alcanza ni para empezar.

De todas formas, ése no parece ser el drama más acuciante que aqueja a esta gestión, que podría dejar a la Argentina por primera vez en 40 años afuera de un Mundial. Perú ya no es lo que era, se vio, pero nos sacudió en 1969 y casi lo logra en 1985, como bien recordó Maradona en la noche aciaga de Asunción.

El drama es que Maradona no tiene un equipo. Su propio equipo.

Nunca eligió once. Deslumbrado por la posibilidad ilimitada de convocar, llamó. Y llamó. Y llamó. En diez meses de trabajo convocó a 62 jugadores... Pero nunca prefirió once. A lo sumo, llegó a esa ridícula fórmula de compromiso “Mascherano, Messi, Jonás y ocho más” que nunca logró alistar. Esa vertiente inagotable de talento lo cautivó, y se la pasó probando, hasta el exceso. Quizá porque era el lema de la gestión anterior, ése de “los once de memoria”, quizá porque su natural inconformismo se trasladó de manera nada conveniente al plano de su tarea profesional, esa que promete no abandonar. Pero nunca eligió once que fueran verdaderamente suyos, su equipo de memoria y, por lo tanto, se pierde la oportunidad de sostenerlos, de congregarlos como alineación, de fortificarla luego.

La Argentina se juega el alma, la anteúltima gota de sangre (para usar el vocabulario maradoniano de los últimos acontecimientos) dentro de 29 días, el sábado 10 de octubre, contra Perú en River. La historia podría repetirse como farsa. No queda demasiado tiempo. Sin embargo, la cercanía de la cita está demasiado sujeta a las variaciones del torneo local. Quizá quien juegue con esplendor en la fecha del Apertura anterior a la convocatoria se gane un lugar en ese equipo de once en el que entran decenas.

Martín Palermo y Rolando Schiavi, dos veteranos de guerra, casi le ahorran el mal trago a Maradona en Asunción. ¿Qué lectura hizo el entrenador de ese episodio? Me voy a salvar con los jugadores del medio local, no tanto con los de Europa. Es la lectura que proclamó a la salida del vestuario, consciente del respaldo institucional. Diego Maradona está dispuesto a atar la suerte de la Selección a la de su propio destino, como si nadie tuviera más derecho que él –dada su innegable historia de compromiso con la camiseta celeste y blanca– a hacer del Equipo de Todos el objeto de su capricho.

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