La crisis global depara sorpresas. El director gerente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, se olvidó del discurso clásico del organismo –promotor de ajustes y políticas ortodoxas– y propuso ayer un paquete global de estímulo fiscal de 1,2 billón de dólares para combatir la crisis. En un claro giro respecto a las recetas históricas del FMI, Strauss-Kahn subrayó la importancia de un aumento del gasto público para estimular la demanda interna. El economista francés incluso llegó a proponer que la inyección de fondos favorezca a los más pobres, con el argumento de que tienen una mayor tendencia a gastar sus ingresos.

Strauss-Kahn basó sus declaraciones en el consenso que se alcanzó en la cumbre del G-20, en la que los países participantes coincidieron en la urgencia de implementar una inyección pública de dinero. Según el FMI, la inyección de fondos debería ascender al 2 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) mundial, que es de alrededor de 62 billones de dólares. Strauss-Kahn también aclaró que la política de incorporar fondos a la economía global para estimular la demanda y combatir la caída de la actividad no producirá una escalada inflacionaria. “La inflación está cerca de cero hoy en día. Algunos analistas hablan del peligro de deflación. No hay riesgo en el uso de la política fiscal”, aseguró.

Las declaraciones del titular del FMI no se pueden desentender del documento firmado por el G-20, en el que los estados miembros se comprometieron a estimular la demanda interna con medidas presupuestarias y monetarias sin preocuparse por el déficit. El sorprendente giro keynesiano de Strauss-Kahn tuvo su excepción: el director del FMI aclaró que las medidas que alienten el consumo deberán ser aplicadas en todos los países salvo en aquellos que tengan una deuda externa importante en relación con su PBI y que estén atravesando un proceso inflacionario.