EL MUNDO › ENTREVISTA A KENNETH ROTH, DIRECTOR DE HUMAN RIGHTS WATCH

“Debemos cerrar la era Bush con una comisión de la verdad”

A sesenta años de la proclama de los derechos humanos de la ONU, uno de los principales activistas del tema hace un análisis del momento, de los cambios que espera y de la pesada herencia del gobierno de EE.UU.

 Por Gabriela Cañas *

Cuando Human Rights Watch contrató en 1987 a Kenneth Roth, el gobierno de Estados Unidos perdió un inflexible fiscal federal, y el movimiento por los derechos humanos ganó un perseverante y firme activista. En 1993 se convirtió en el director ejecutivo de la organización, puesto en el que sigue, a los 55 años. Su oficina está muy arriba en el Empire State de Nueva York y desde ahí coordina a los apenas 300 miembros en casi todos los rincones del planeta. En este reportaje, Roth habla sobre los sesenta años de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el actual panorama del problema y los cambios que espera con la asunción de Barack Obama.

–La elección de Barack Obama abrió una nueva era de esperanza en todo el mundo. ¿Lo siente usted así?

–La administración de Bush fue un desastre para los derechos humanos porque decidió combatir el terrorismo ignorándolos. Washington generó una enorme animadversión en el resto del mundo, lo que ayudó a Al Qaida a reclutar nuevas generaciones de terroristas y dañó la cooperación internacional en la lucha antiterrorista. Bush hizo exactamente lo que Bin Laden deseaba. Obama parece haber comprendido todo esto y yo espero que cambie la política antiterrorista porque es lo que hay que hacer, pero también porque es una opción más inteligente para derrotar al terrorismo.

–De modo que sería incluso más eficaz.

–Exactamente. Hay unas cuantas cosas muy concretas que deben cambiar. Desde el escándalo de Abu Ghraib, los militares estadounidenses adoptaron nuevas normas que evitan los abusos en los interrogatorios, pero Bush se opuso a aplicarlas en la CIA. En segundo lugar, Bush hizo desaparecer a sospechosos de terrorismo en las cárceles secretas de la CIA en las que no tenían acceso a sus amigos, parientes o abogados; sólo a los carceleros y los encargados de interrogarlos. Cuando Human Rights denunció esto, Bush anunció que cerraría tales cárceles de forma temporal. Lo que queremos es que Obama las cierre definitivamente. Lo tercero es Guantánamo. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que cerrar Guantánamo. Obama lo acaba de repetir. Pero la cuestión es cómo hacerlo. Porque hay gente en Washington que pide que Guantánamo, sencillamente, se traslade fuera de nuestras fronteras. Y están intentando convencer a Obama de que favorezca una ley de detención preventiva, que permitiría detener a la gente sin acusación y sin juicio. O sea, de nuevo, Guantánamo. Es esencial que Obama resista y que en lugar de eso se libere a los presos o se les haga una acusación bajo la Justicia federal, no la militar. Por las señales que percibimos, creemos que Obama hará lo correcto. Pero hay todavía una cuarta cuestión. Creemos que es importante establecer una comisión de la verdad; algo similar a lo que se hizo con la Comisión del 11-S. Debería ser una comisión no formada por políticos, sino por profesionales, que investigara qué se hizo mal y quiénes son los responsables. Que determine cómo cerrar este negro capítulo de la historia de Estados Unidos.

–Difícil objetivo.

–Pero es esencial. No es suficiente terminar con los abusos. Se necesita también la verdad sobre esos abusos y los medios para que no vuelvan a suceder. Creo que Obama se siente algo más incómodo con esta propuesta.

–¿Cree posible incluso que con Obama Estados Unidos recupere ese cierto liderazgo que tuvo en ocasiones en la defensa de los derechos civiles?

–No deberíamos idealizar el pasado. De hecho, siempre hubo oscuros capítulos en la historia de apoyo a ciertos gobiernos. Este país nunca fue un claro defensor de los derechos humanos, aunque es verdad que fue capaz de promoverlos. La era Bush ha sido devastadora, porque ahora este país sufre un problema de credibilidad. ¿Cómo criticar la tortura si eres un torturador? ¿Cómo criticar las desapariciones si tú haces desaparecer a gente? ¿Y cómo criticar el encarcelamiento sin juicio previo manteniendo Guantánamo? El primer paso que debe dar Estados Unidos para liderar la batalla por los derechos humanos es cambiar sus propias prácticas.

–Esta semana se cumplen sesenta años de la Declaración de los Derechos Humanos. ¿Qué cambió en este tiempo?

–Siempre hay violaciones de los derechos humanos. Porque los gobiernos siempre tienen esa tentación: es la manera más sencilla de silenciar a la oposición, de callar a la prensa, de evitarse problemas. El trabajo de los movimientos por los derechos humanos es el de investigar, estar alerta y pedir a los gobiernos que cumplan. La auténtica noticia de estos 60 años de historia es que el costo de violarlos aumentó sustancialmente porque hay un movimiento fuerte y global de grupos por los derechos humanos.

–La opinión pública es muy sensible ahora.

–Sí, los derechos humanos se han convertido en un marco ético de referencia a través del cual son valorados los gobiernos. Esto no era así hace 60 años. Los derechos humanos son una nueva marca. Hoy, la prensa escribe sobre ellos, sobre los activistas, sobre los abusos. El público espera que se respeten los derechos humanos, y si un gobierno comete una violación, paga un precio en términos de reputación. Hace 60 años las violaciones a los derechos humanos ni siquiera aparecían en la prensa. A nadie le importaban. Y, desde luego, no había ninguna persecución por ello, como ocurre ahora en casos extremos. Evidentemente, no siempre se paga un precio, pero la oportunidad de hacer pagar por ello es mucho mayor.

–La ONU es el máximo garante de los derechos humanos. ¿Cree que la organización está más debilitada que nunca?

–No. Primero, porque la Organización de las Naciones Unidas está compuesta de muchas partes diferentes, y algunas de ellas, de las que trabajan sobre el terreno, como Onusida, el Alto Comisionado para los Refugiados o el Programa de Desarrollo, son muy fuertes y, aunque mejorables, cuentan con mucha gente y trabajan bien. El Comité de Derechos Humanos es, sin embargo, decepcionante. Fui uno de los primeros en protestar contra gobiernos como el de Argelia o Egipto, que intentan destruir el comité y, estoy seguro, nunca hacen nada por los derechos humanos. Pero parte del problema está en el lado de Occidente y particularmente en la Unión Europea, donde los 27 miembros están tan preocupados por el consenso que, atacados por una especie de micromanía, negocian cada palabra, cada coma de las propuestas de resolución, dejando exhaustos a los diplomáticos. Europa, en fin, no está haciendo nada efectivo.

–En los últimos meses su organización ha tenido problemas en Colombia y Venezuela. Hugo Chávez expulsó a los directivos de HRW por presentar un informe crítico.

–La nuestra es una organización muy objetiva. Criticamos a gobiernos de izquierda y de derecha, así que no resulta raro que gobiernos distintos como el de Chávez o el de Alvaro Uribe nos critiquen. La reacción de Chávez ilustra bien justamente lo que denuncia nuestro informe. Uribe nos ataca porque denunciamos que no se puede alcanzar un Tratado de Libre Comercio mientras se permite el asesinato de los sindicalistas que defienden a los productores. Es un principio sencillo y confío en que Obama no lo suscriba hasta que no se respeten los derechos de los trabajadores y acaben los asesinatos.

–¿Cooperan los gobiernos con ustedes en todas estas batallas?

–Siempre buscamos el diálogo con los gobiernos, especialmente con los occidentales. Los criticamos cuando creemos oportuno por no respetar ellos mismos los derechos fundamentales, pero trabajamos con ellos para promover los derechos humanos en otros países. Acabo de estar en Londres y en París para hablar con los gobiernos británico y francés sobre la situación del Congo y convencerlos de que hay que desplegar y reforzar las fuerzas pacificadoras allí. Esto es bastante habitual. A ellos les interesa vernos porque solemos tener información de primera mano. Disponemos de buenos investigadores y análisis de los que carecen por conductos diplomáticos. Y, francamente, también les interesa oírnos porque, si no lo hacen, se enterarán de nuestras opiniones y críticas hacia ellos a través de la prensa.

–¿No le resulta frustrante su trabajo?

–Por supuesto que lo es, pero es importante evaluar de vez en cuando el impacto de lo que hacemos. Es verdad que no podemos conseguir cambios radicales, pero sí mejorar la vida de mucha gente.

–¿Cómo se siente cuando oye que con el uno por ciento del dinero del rescate financiero se podría terminar con el hambre en el mundo?

–Eso es verdad, pero, por otro lado, si no se pusiera en marcha un rescate financiero también habría más gente con hambre. Si ahora no gastáramos dinero en intentar reconducir una situación desastrosa que se tenía que haber atajado hace 10 años, las cosas podrían empeorar.

–Su padre es un alemán que tuvo que huir del nazismo. Alemania es ahora un país bien distinto. ¿Siente algo especial cuando se afirma que Angela Merkel desarrolla una diplomacia de derechos humanos frente a la diplomacia energética de otros mandatarios?

–Conozco a Merkel y creo que es una persona bienintencionada, pero creo que su gobierno ha desarrollado una mala política con los antiguos países de la Unión Soviética. La Alemania de hoy es responsable como ningún otro país de la UE de haber levantado las sanciones a Uzbekistán. Este país mató hace tres años a cientos de personas que se manifestaban en la ciudad de Andiján y la UE le impuso sanciones. Pues bien, a pesar de que Uzbekistán no cumplía ninguna de las condiciones necesarias para conseguir que se levantaran dichas sanciones, Alemania convenció a sus socios para hacerlo de todas formas. La política exterior alemana está dominada ahora por la oportunidad económica que ofrecen los países de la antigua Unión Soviética y por el deseo de asegurarse el acceso al gas y al petróleo. No está promoviendo los derechos humanos, lo que es realmente una gran decepción.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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