EL MUNDO › ENTREVISTA AL HISTORIADOR LORENZO MEYER

“Hemos perdido mucho tiempo”

Según el destacado pensador, el optimismo y la expectativa que causó el fin del régimen priísta en el 2008 se han convertido en frustración y desencanto con el sistema democrático, ya que no puede resolver los problemas.

 Por Eduardo Febbro

Desde Ciudad de México D. F.

Lorenzo Meyer son los ojos profundos de México. Este historiador y académico brillante ha descifrado como pocos la historia de este gran país. Autor de unos veinte libros sobre la historia de su país, periodista, profesor emérito del Colegio de México, Lorenzo Meyer es capaz de cautivar a sus interlocutores contando los hechos más lejanos o los más actuales de la vida mexicana. Sus análisis políticos más recientes se han concentrado en las formas autoritarias del poder y en los procesos de democratización del siglo XX y del naciente XXI. En esta entrevista con Página/12, Lorenzo Meyer analiza el proceso político actual marcado por el desencanto, al tiempo que resalta la debilidad del Estado mexicano para combatir el narcotráfico y la aplastante responsabilidad de Estados Unidos.

–A partir del año 2000, México pasó de una suerte de algarabía democrática que se plasmó con el fin de la hegemonía del PRI a la megaviolencia del narcotráfico. De alguna manera, entre la acción política y los narcos, a México le robaron el sueño.

–La euforia y la ilusión del año 2000, cuando parecía que México entraba a un cambio muy positivo en su proceso político, fueron significativas. Era un cambio democrático, no violento y muy civilizado, cosa que no había ocurrido en ninguno de los grandes cambios políticos anteriores. Pero 12 años después es una gran desilusión. Ese principio tan bueno que hubo en el 2000 se fue tornando agrio. No hay ningún cambio político significativo en la vida política mexicana como resultado de la derrota del PRI después de ejercer el poder político durante 71 años. Los problemas se han ido acumulando: el económico, el de la distribución del ingreso y el problema de la violencia, la inseguridad y la corrupción. Ahora ni siquiera nos queda la ilusión de que las urnas pueden cambiar las cosas. Ya no existe la energía del 2000. Políticamente vemos a los partidos como no representativos de los temas importantes que mueven a la sociedad. Son casi estructuras parasitarias que no cumplen su función. Los partidos se encuentran en el fondo de la apreciación de la opinión pública. De la euforia del año 2000 hemos transitado a este escepticismo, a este desengaño ante la política electoral y la democracia.

–La deuda social y moral que asumirá el próximo presidente de México es enorme. ¿Usted cree que el sistema político es capaz de tomar las riendas de un país con problemáticas tan profundas y una guerra que dejó 50 mil muertos?

–Creo que son demasiados los nudos que hay que desatar en la vida pública mexicana. Hemos perdido tiempo. Quien quiera que venga en los próximos seis años va a tener que incumplir con su tarea y sus promesas porque es una tarea para un superhéroe y ya sabemos que los superhéroes no existen. En mi opinión, sólo quedaría Manuel López Obrador, el candidato del PRD, como posibilidad de cambio. Los candidatos del PAN no ofrecen nada novedoso. El PAN tiene detrás 12 años de poder durante los cuales no resolvió ni uno solo de los problemas del país. El candidato del PRI es la quintaesencia del antiguo PRI, es el PRI más rancio y más difícil de campear. Es difícil pensar que detrás del candidato del PRI, Peña Nieto, un hombre joven y de rostro agradable, no esté el PRI de siempre, el PRI viejo, ese que nació no para disputar el poder democrático, sino para administrarle el poder a una presidencia fuerte.

–Las cifras de la violencia en México son horripilantes. Cincuenta mil muertos en seis años. ¿Quién y cómo se puede desenquistar a un Estado de tremenda violencia?

–Esto de la violencia es un fenómeno muy difícil de erradicar. La raíz y la razón de ser de esta violencia son externas. De todos los puntos del planeta el foco viene de Estados Unidos. El mercado se creó en los Estados Unidos y las políticas contra las drogas también se crearon allá. Son dos caras de una misma moneda donde la vecindad geográfica nos calló como una maldición. El tener esa frontera tan amplia con los Estados Unidos, el tener en México un Estado tan débil y una economía que está estancada desde 1982, todo esto favorece que el mercado de las drogas florezca en este casi desierto económico. El valor del narcotráfico en México asciende a cifras que oscilan entre los 19 mil y los 29 mil millones de dólares en manos de grupos pequeños, cerrados, durísimos. Ese tipo de economía sólo se podría destruir si desde afuera también se destruyen tanto la demanda como las redes para el blanqueo de dinero. Eso no está sucediendo. En un cuerpo tan lleno de corrupción como es el Estado mexicano, esa cantidad de recursos hace estragos terribles. La respuesta de Felipe Calderón fue sacar al ejército, a la armada y a la policía. Creyó que sería fácil vencer con esa concentración de fuegos a grupos que son relativamente pequeños. Pero resulta que no. Esos grupos tienen recursos para corromper a todas las autoridades y comprar todo el armamento que necesitan en los Estados Unidos. No hay que dejar de lado eso: Estados Unidos es el principal proveedor del armamento de los grupos que operan el narcotráfico en México. ¿Qué se puede hacer entonces desde dentro si no hay, en primer lugar, un gran esfuerzo norteamericano para acabar con los focos que están en los Estados Unidos y que fueron los que prendieron el mercado de la droga y la economía de la droga en México? En este campo lo único que podemos esperar es administrar de la mejor manera esta terrible vecindad con el país que más droga consume en el planeta.

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“Los partidos políticos son casi estructuras parasitarias que no cumplen su función.”
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