EL PAíS

El barco y la primera clase

Los conflictos más frecuentes. Nuevas formas de protesta en Francia, su mensaje. Las gremiales empresarias y de trabajadores locales, reflejos distintos. Los conflictos por despidos, respuestas del Estado. Algunas contingencias del mercado de trabajo. Un vistazo sobre conductas de los que viajan en primera, cuando el barco navega la crisis.

 Por Mario Wainfeld

Las discusiones salariales van a paso lento, prudente, mucho más cansino de lo acostumbrado durante los gobiernos de los Kirchner. Son pocos los conflictos ligados a esa puja, la cuantificación es peliaguda, no parecen superar los antecedentes cercanos. Los hay con repercusión mediática, como el de los bancarios. No representa la media, durará poco, la lesividad que se le atribuye (azuzada por financistas de deplorable desempeño social y profesional, que retacean créditos, “sentados” sobre fortunas sustraídas a los ahorristas) es desmesurada a su importancia, seguramente se resolverá en cuestión de días.

Los conflictos por despidos son el eje del activismo, la preocupación y la intervención cotidiana del Gobierno.

La CGT se reúne con la Presidenta, el encuentro es de baja intensidad. La liturgia prima sobre el contenido y sobre los resultados tangibles, prima una finalidad de expresar apoyo y de ostentar unidad. También se lee entrelíneas una interna que incluye críticas al secretario general Hugo Moyano.

La CTA promueve una jornada de movilización, el abanico de acciones elegidas da cuenta de divergencias internas que se disimulan con la unidad en las banderas.

Las dos centrales, y sus líderes, atraviesan momentos de debate a su interior. Reclaman, protestan, movilizan, exigen medidas más enérgicas que las vigentes. La praxis contiene dosis encomiables de responsabilidad democrática. Su, lógica, prioridad es evitar los despidos. Su conducta pública es sistémica y contenida, un aporte a la gobernabilidad que es poco reconocido en el ágora.

Los dirigentes empresarios prepotean más a gusto, sus consultoras compiten en vaticinar horizontes apocalípticos. Los líderes patronales se reúnen como no lo hacían durante años, conspiran un poquito. No falta quien especule con un golpe de mano institucional allá por julio. Julio, como nombre propio, también forma parte de los escenarios que se elaboran en esos quinchos.

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Una lección con croissants: El derrumbe de la economía mundial suscita una discusión sobre el capitalismo, en la Argentina se la niega y se centra toda la polémica en el Gobierno. En otras latitudes, se cuecen habas más hirvientes. En Francia cunde la práctica gremial de mantener retenidos a ejecutivos o patrones de empresa. Un delegado da su visión al diario Le Monde. “No se los secuestró, se los retuvo. Tuvimos un comportamiento zen, ellos podían salir a fumar, tomar café, tuvieron comida, croissants por la mañana pero no había caso de salir.” En el mismo medio, Pierre Galichet (profesor de Filosofía, emérito de la Universidad de Estrasburgo) analiza la nueva forma de protesta: “Se trata de hacer vivir la solidaridad objetiva que deberían tener todos los integrantes de una empresa, evidente para los obreros pero de la que las patronales se esconden”. No les niegan un faso, ni siquiera un desayuno superior al de un trabajador. Pero les hacen sentir, corporalmente, que están “en el mismo barco”. La presión, parafraseamos a Galichet, no reniega del capitalismo pero sí pone en cuestión las diferencias enormes entre empleadores y trabajadores. “Lo más chocante –textual, en traducción del cronista– no es la enormidad de las diferencias numéricas. Eso induce casi inevitablemente a modos de vida, intereses, preocupaciones, hábitos que no pueden sino convertir a sus beneficiarios en extranjeros de las alegrías, de las penas, de las zozobras de la mayoría de sus compatriotas.”

Eso se hace y dice en un país con larga tradición democrática y capitalista. Mucho más al Sur, en una sociedad flagrantemente más desigual, la reverencia a las corporaciones empresarias es la regla. Hugo Biolcati gimotea ante las cámaras su dolor por ver morir unas vacas. Cualquier ser humano sensible sufre el padecer de los animales y también reniega por la pérdida de riquezas. Pero, en una sociedad abierta y solidaria, resonarían más voces preguntándose sobre las consecuencias sociales de la riqueza extrema y preguntarle al pope de la Sociedad Rural de qué porción de su patrimonio está hablando.

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La caja en acción: La conservación del empleo es un objetivo esencial del Gobierno y un núcleo de su accionar. Se revisan viejas, malas tradiciones de gestión. Un minigabinete productivo deja de lado la proverbial incomunicación horizontal del Gobierno y, tal como ya se contó en esta columna, se reúne todos los lunes. Débora Giorgi, Carlos Tomada, la presidenta del Banco Nación, Mercedes Marcó del Pont, el titular de Anses, Amado Boudou, conviven lo mejor que pueden (que no es mucho) con la cerrazón de Guillermo Moreno.

El Gobierno responde a la crisis como no lo hizo ninguno de sus precursores en los últimos 25 años. Vuelca esfuerzos y dinero (de la repugnante “caja” a la que las patronales agropecuarias quieren rehusar su tajada impositiva) que no reconocen precedentes. Los subsidios y los créditos blandos están a la orden del día, con la infaltable “cláusula de preservación de empleo”.

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Intervenciones: Las intervenciones en conflictos por despidos, ya se dijo, son comidilla diaria. La cooperación entre autoridades nacionales y provinciales, aseguran funcionarios oficialistas y opositores, es inusualmente alta. La legislación permite despidos sin causa, a cambio de indemnización. Siempre los hay, en un mercado normal. Según los números oficiales en 2008 fueron del 1,2 del nivel de empleo. En 2009 sube al 1,3. La diferencia es exigua, no expresa la magnitud del problema porque, como se detallará más adelante, hay un parate en la creación de puestos de trabajo. Y porque la eficacia de las intervenciones y las posibilidades de poner plata tienen un límite temporal. Ese horizonte no es infinito, por ahora la caja y la presencia del Ministerio de Trabajo minimizan el daño. El nivel de eficacia no podría sostenerse por años, su funcionalidad depende de que la crisis toque fondo y “rebote”, en un tiempo prudencial.

En menos de un año Trabajo intervino en más de 500 conflictos, la mitad se resolvió con retractación de las decisiones patronales. Esa cifra sólo puede explicarse consignando una obviedad, expuesta por la presencia del Gobierno en el conflicto, siempre escamoteada en la narrativa de la derecha. Los despidos se usan como recurso de poder patronal, para reformular la correlación de fuerzas. No son sólo hijos de la necesidad, incluyen una voluntad de disciplinar por miedo, ya experimentada hace menos de dos décadas. Para muchos intérpretes esas cuestiones son baladíes. El grupo Grobocopatel despide centenares de trabajadores. El diario La Nación titula que “debió” despedirlos. Su única fuente es un comunicado de la empresa, que es tomado como Vox Dei. Aun en el mundillo de las entidades agropecuarias los Grobo son descriptos como acumuladores de riquezas inmensas, como ganadores absolutos, en demasía.

En medio de esa batalla silenciada, pero real, hay más de 60.000 trabajadores que reciben un subsidio estatal para reparar la disminución de sueldos dispuesta por las empresas.

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Un abanico dispar: La obsesión del Gobierno es encomiable y al unísono defensiva. La creación de puestos de trabajo ha mermado, las vacantes que se producen, usualmente, no se renuevan. Las contrataciones en relación de dependencia son excepcionales. Si hay incorporaciones se pactan con otras modalidades, por ejemplo el trabajo temporario.

Según la propia información oficial, que corroboran dirigentes sindicales, la situación es muy variada según las actividades productivas. La producción de alimentos y bebidas, muy tributaria del mercado interno, mantiene niveles compatibles con años anteriores. Algún nicho, la industria informática (que ocupa poca gente, en términos absolutos) gambetea con lujos a la crisis. La construcción se mantiene con esfuerzo, cimentada en la obra pública. La jubilación a los 55 años para trabajadores de la Uocra, hecha ley en estos días, procura ampliar las chances de los trabajadores de menos edad para tener conchabo.

Como es consabido, la industria automotriz en todas sus ramas y la fabricación de electrodomésticos atraviesan un trance de achicamiento, vinculado a la pérdida de mercados internacionales.

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Como la cigarra: Se recrimina al oficialismo, con buena dosis de razón, falta de previsión anticíclica. Con todo, el Gobierno se apaña para mantener reservas altas, superávit fiscal, liquidez para paliar las vicisitudes del mercado de trabajo y frenar corridas del dólar. Un bagaje nada desdeñable, si se coteja con parámetros de cinco, diez, quince o veinte años atrás. También, de modo desmañado y con un grado de opacidad institucional, tiene varias cajas sustitutas a las que recurrir para mantener iniciativa y presencia.

El sector privado que consiguió ganancias siderales durante más de un quinquenio, como casi en ningún otro lugar del mundo ¿no debería, a su turno, contar con ciertos ahorros para afrontar su compromiso social ante una malaria global? Las multinacionales que se la llevaron con pala ¿no son imputables cuando sacan divisas a lo pavo y desguarnecen las posiciones locales y amenazan con cesantías, como si fueran una nimiedad?

Las patronales agropecuarias, ensalzadas como el sector más moderno y dinámico de la economía, ¿no podrían, en sus estamentos más altos, haber contratado seguros contra la sequía? ¿No es una contradicción y una falta grave ser líderes en la proporción de trabajadores informales y en explotación a menores, prohibidas por las normas internacionales?

Se supone que todos estén en el mismo barco, pero en primera clase la mayoría no se hace cargo de las susodichas responsabilidades. Una asunción de la crisis debería ser también una revisión de la función social (?) de la riqueza extrema. La desigualdad pasmosa debe ponerse en cuestión, tanto como las formas de producción y la falta de regulación, único ítem que “la derecha” acepta debatir, un cachito.

Hace muchos años, en un texto recuperado en su reciente libro Catacumbas Guillermo O’Donnell describió el real rostro de las “crisis”. “Crisis y cuestiones son definidas como tales en funciones de ciertas concepciones básicas de lo que es, en contraste, la ‘normalidad’. (...) La misma definición de crisis presupone un orden (que ya sabemos que es una relación de dominación) y una ‘normalidad’ de la reproducción del capital (que es una realidad de explotación sostenida por aquel orden). En otras palabras, está implicada la naturalidad de la sociedad en tanto capitalista que mediante la ‘solución’ a cada problema habría que restaurar dinámicamente. (...) (Las) crisis abruman la capacidad de atención de los sujetos y no aparecen en lo que verdaderamente son: el modo contradictorio de reproducción de la sociedad capitalista”.

De eso, por si no quedó claro, trató de hablar esta nota.

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Imagen: AFP
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