EL PAíS › OPINIóN

El machismo invisible

 Por Luis Bruschtein

Impresionante la cantidad, impresionante la multitud, impresionante ver carteles “no se olviden que nacieron de mujeres” o la columna de las mujeres motoqueras, ruidosas, o el muchacho de pulóver que sostiene a su hijita en los hombros, la nena con un cartón que dice “Ni una menos”, como si para los hombres el tema les llegara por sus madres y sus hijas. Una masa enorme de conciencias alertas por primera vez a esta lacra, sensibilizadas por la muerte y por la violencia cobarde. Impresionante los grupos que llegan de a diez o veinte con las mismas caras en sus carteles, caras de pibas que fueron familiares o amigas. Impresionante la sensación de que las mujeres se acercan más a entender que los hombres, la sensación de que es impresionante la cantidad de gente y la duda de que son pocos los que realmente comprenden. Impresionante saber que muchos piensan que no tienen nada que ver, que estar en la marcha los exime, que el problema es una ley, o algunas medidas, que esa violencia está fuera de cada uno, o con la fantasía de que se resuelve de la noche a la mañana.

Mucho kirchnerismo y algunos manchones de izquierda, pero sobre todo muchas cartulinas caseras y muchos más que caminan y caminan y siguen llegando incluso hasta dos horas después de que leyeran el documento de las organizadoras. Estuvieron los políticos de todos los partidos, incluso los del PRO. Fue una marcha con carácter propio por esa convivencia tan heterogénea en un momento tan polarizado. Ni una menos se convirtió en una gran convocatoria, pero es difícil saber los motivos exactos. Si todos y cada uno de los que estuvieron allí más los que se sacaron fotos con el cartelito y se colgaron demagógicamente de la consigna fueran realmente conscientes de lo que implica el femicidio, seguramente la marcha no hubiera tenido razón de ser porque querría decir que la sociedad fuera distinta.

Como un juego de cajas chinas, hubo mucha gente motivada por diversos aspectos que apenas rozan el tema, y hubo muchos que son sexistas en sus prácticas cotidianas, pero no lo relacionan con la violencia contra las mujeres o con el femicidio y también hay demagogias personales y políticas y en definitiva una marcha no resuelve el problema, pero a pesar de tantos peros, la realización de una marcha contra la violencia de género y el femicidio y la gran convocatoria que logró, es un paso importantísimo porque la dificultad más grande para avanzar es justamente la falta de conciencia sobre este tema, donde el victimario considera que tiene derecho a pegarle a la víctima y la víctima muchas veces piensa que el victimario tiene derecho a hacerlo. Y la sociedad, el contexto donde se produce la agresión, se repliega, no quiere ver, piensa que por algo será, el vecino lo piensa, el policía también y el juez termina de atornillar a la víctima, aborda el tema con desidia, lo trata como un delito menor, victimiza a la víctima y minimiza o naturaliza el acto del agresor que queda en libertad a los pocos meses. El juez, los vecinos, el policía y los que han mirado al costado no van a la marcha, y si van es porque creen que efectivamente no tienen nada que ver con lo que le pasó a su vecina, a la mujer golpeada que hizo la denuncia a la que nadie le hizo caso.

Hubo muchos sensibilizados por las chicas muertas y la repetición de estos casos y asumen la problemática como si fuera un tema de inseguridad, con todos sus mitos, fantasías y promeserías mágicas de políticos demagogos. Pero la mayoría de las víctimas fueron asesinadas por alguien de su entorno. Alguien que seguramente no pensó en matarla, pero que la consideró de su propiedad, la cosificó y le pegó con tanta saña que la mató o creyó que estaba muerta y la abandonó agonizante. Los agresores no son marcianos que descienden de un plato volador, son personas como cualquiera, trabajadores o empresarios, que han sido producidos por una sociedad machista que lleva implícita la genética de la violencia contra la mujer.

El gran mérito de la marcha fue poner el tema en el centro del debate. Como hizo la ley de matrimonio igualitario con relación a la discriminación de las minorías sexuales. La ley, ni las marchas que insumió su aprobación, ni siquiera el debate que levantó, modificaron de raíz o de la noche a la mañana la lacra de la discriminación pero produjo un cambio y puso el tema en el lugar para empezar a hacerlo.

En estos diez años se han aprobado numerosas leyes de protección a la mujer. Sobre todo la de protección a la mujer contra la violencia, en el 2009 y la que agrava las penas por delitos de femicidio en 2012. Estas leyes fueron aprobadas sin problemas y no hubo el tremendo debate que provocó la ley de matrimonio igualitario, porque las causas que promueven el femicidio y el maltrato de la mujer, incluyendo la trata y la discriminación laboral, están mucho más ocultas, tienen raíces más sutiles. A pesar de todas esas leyes se produjo en las últimas semanas una seguidilla de ataques horrendos contra mujeres. Muchos de los que se sensibilizan por esos ataques no saben que quizá comparten alguno de los genes que desataron el horror.

La marcha es el principio. El gran desafío es reconocerse en una sociedad machista que lo niega y trata de ocultarlo, aunque la mayoría de los medios de comunicación acentúan y amplifican esos rasgos. Y que una sociedad machista genera violencia contra la mujer. Y que si esa violencia tiene un culpable directo, somos todos corresponsables en pautas y valores que reproducimos en mayor o en menor medida. En ese sentido hay una gran batalla cultural por delante en el plano de la sociedad y de cada quien como individuo.

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Imagen: Bernardino Avila
 
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