EL PAíS

Una señal

 Por Horacio Verbitsky

En Munich, 65 años después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, se está juzgando al ucraniano John Demjanjuk, ahora de 89 años, un ex prisionero que se convirtió en guardia en el campo de la muerte de Sobibor, por su colaboración en el asesinato de 27.900 personas en 1943. Es improbable que sea el último juicio. La Oficina Central para la Investigación de los Crímenes del Nacionalsocialismo completó su investigación preliminar sobre “Samuel K.”, un ex guardia alemán del campo de la muerte de Belzec, acusado por el asesinato de no menos de 430.000 personas. El informe fue enviado a la fiscalía de Dortmund para que prepare la acusación contra este funcionario civil, que hoy tiene 88 años. Este es el contexto en el que la fiscalía de Nuremberg volvió a pedir a la Argentina la extradición del ex dictador Jorge Videla, de 84 años, para juzgarlo en Alemania por el asesinato de un estudiante de origen alemán en Buenos Aires. Según el diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung “estos juicios son una señal, para Alemania y el mundo. Como tal vez ningún otro país, Alemania está tomando su responsabilidad histórica en una forma muy seria. La decidida búsqueda de los ejecutores y los juicios de acusados de avanzada edad responden a la decisión de eliminar la posibilidad de prescripción de estos crímenes”. Para la revista cooperativa Der Spiegel, estos procesos constituyen un esfuerzo del sistema judicial alemán por redimirse de errores pasados. “Rara vez alguien de tan baja jerarquía en la escala de comando nazi había sido llevado a juicio. Los comentaristas alemanes sostienen que ya era hora”. En las décadas siguientes a la guerra se consideraba que “sólo los máximos líderes del régimen nazi eran responsables por el Holocausto y que los miles de personas que ejecutaron la tarea criminal lo hicieron obligados por una cadena de comando y, en consecuencia tuvieron limitada responsabilidad”. Para el diario de izquierda Die Tageszeitung el escándalo no es que se juzgue a los pequeños engranajes de la maquinaria sino que “sólo muy pocos de quienes tenían capacidad de decisión debieron rendir cuentas por sus crímenes y ni diez juicios más podrán cambiar eso ahora”. Demjanjuk vivía en Estados Unidos, que accedió a extraditarlo para que fuera juzgado en Alemania. Ningún Herr Duhalde osaría decir ni en Alemania ni en Estados Unidos que esos procesos humillan a alguien más que a los culpables de crímenes atroces cuya repetición intentan desterrar del campo de las posibilidades.

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