Domingo, 2 de octubre de 2011 | Hoy
Por Horacio Verbitsky
El trabajo presentado por Sternhell en la Conferencia de Le Monde Diplomatique sobre las revoluciones árabes sostiene que la única base para el final del conflicto en Medio Oriente es la aceptación de ambas partes de la irreversibilidad de la situación creada al finalizar lo que los israelíes llaman la guerra de la independencia y los palestinos la Nakba o el desastre. Este es también el camino para comprender la influencia que podrían tener las revoluciones árabes en el conflicto. La condición para solucionarlo, dice el escritor, es que los árabes y los israelíes acepten la irreversibilidad de la situación creada al final de la guerra de 1948-1949. En lo que respecta a la sociedad israelí, agrega, si se deja de lado la fraseología habitual y se trata de comprender en qué consiste el gran proyecto de las dos facetas de la derecha dura en el poder, tanto la nacionalista laica como la religiosa, “su objetivo es destruir el estado fundador de la Guerra de Independencia y la creación del Estado de Israel. Únicamente cuando se haya alcanzado ese objetivo, será posible la búsqueda de la conquista del suelo e, ipso facto, la creación de un Estado palestino se tornará imposible. En verdad, ése es el gran proyecto de la derecha dura”. La jerga diplomática de Netanyahu es una trampa, ya que cuando se lo escucha con atención y se conocen los códigos de su discurso político, no oculta sus intenciones profundas. Éste es el punto en el que los estudios históricos y filosóficos de Sternhell se cruzan con la política contemporánea que ensombrece el futuro de sus nietos. La guerra de la independencia redundó en “la adquisición de las fronteras dentro de las cuales los judíos han accedido a la soberanía, luego la creación del concepto de ciudadano. Por primera vez, a la calidad de judío, definido por su historia, su cultura y su religión, se superpone un concepto político y jurídico, portador de valores universales y de derechos del hombre, el concepto de ciudadano. Son esos logros de la fundación del Estado los que la derecha en el poder se esfuerza hoy por reexaminar”. Esa derecha que hoy gobierna comprende que con la creación del Estado “como una verdadera ruptura en la historia judía, tanto gracias al nuevo concepto político y jurídico que acababa de crearse como al hecho de que, por primera vez, la nueva entidad nacional pudo darse una dimensión geopolítica, en otras palabras, fronteras, el largo proceso de conquista de la tierra había alcanzado su fin. Esa visión del sionismo constituye para la derecha nacionalista un peligro existencial. Por lo tanto, hace falta deshacer lo antes posible los logros de 1948”. Esta normalización de la condición judía que ha constituido el gran objetivo del sionismo desde su fundación, trae aparejada otra amenaza que Sternhell describe como la de la concepción utilitaria y liberal del Estado. “Liberal en el sentido clásico y noble del término, el de los derechos del hombre y la primacía del individuo”, aclara. Para la derecha, la función del Estado no es garantizar los derechos del hombre, la democracia, la igualdad ante la ley, ni siquiera una vida decente: para ella “el Estado existe para procurar la conquista de la tierra de Israel, lo más lejos posible más allá de sus desafortunadas lí-
neas del cese del fuego de 1949, y tornar imposible la existencia de otra entidad política en esta tierra”. Netanyahu acepta el principio de los dos Estados, pero al mismo tiempo hace todo para que el estado palestino no pueda surgir o, en el mejor de los casos, “para que sea un estado satélite, con Cisjordania recortada en piel de leopardo y encerrada al Este, su único punto de contacto físico verdadero con el mundo árabe, por la colonización israelí del Valle del Jordán”.
Si todos los intentos de concretar un diálogo directo fracasaron eso se debería según Sternhell a que “ninguna de las dos partes posee la energía intelectual y moral necesaria para aceptar los resultados de la guerra de 1948-49”. El autor no ignora que “una aceptación semejante es objetivamente más dolorosa para los palestinos que para los israelíes: después de todo, se les pide aceptar definitivamente su derrota histórica. Concretamente, eso significa para ellos el abandono de su principal reivindicación: el derecho de retorno de los refugiados”. Pero está convencido de que si los palestinos pudieran aceptar esas fronteras, “la derecha dura sería erradicada en las próximas elecciones generales” de Israel. Ése sería el significado de los límites de 1949: “Los judíos no avanzan hacia el Este, los palestinos no cruzan la misma línea verde en sentido contrario”.
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