EL PAíS › OPINION

Estuvo todo armado

 Por Nora Veiras

Parados, sentados, contorsionados, apretujados, los cuerpos se funden en la incomodidad de cada coche. Subirse al tren en las horas pico es un ejercicio de obligado masoquismo. En esa incomodidad se cocina día a día una bronca creciente. El hacinamiento sumado al frío o al calor –por supuesto en el preciso momento opuesto al deseado– es atizado por la impuntualidad: ya sea porque se suspenden servicios o porque las formaciones se detienen horas sin que nadie sepa por qué y mucho menos nadie explique por qué. En los diez años que lleva concesionado el ferrocarril Sarmiento hubo sí un cambio notorio: el de las vallas y los custodios que controlan que cada víctima tenga su pasaje.
“Estuvo todo armado”, dijo el ministro del Interior, Aníbal Fernández, al informar sobre los desmanes que habían convertido en ruinas dos trenes y la estación de Haedo. Sí, se puede decir que “estuvo todo armado” por años de deterioro, de decadencia. Una decadencia que se corporiza en la marginalidad absoluta que suele concentrarse en los furgones, esos coches sin asientos donde se trasladan aquellos expulsados del sistema. Aquellos que ya perdieron todo y tampoco esperan protección de nadie. ¿Por qué van a cuidar un servicio que los descuida?
Cada tanto, las crónicas dan cuenta de que se incendió un vagón. Está naturalizado hasta que un día el hartazgo estalla y aparecen también los desconocidos de siempre, funcionales siempre. Ojalá que esta vez el Estado aparezca no para subsidiar sino para garantizar que “todo esté armado” para que la gente recupere la dignidad aunque sea en el viaje.

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