EL PAíS › ANTIIMPERIALISMO POLITICO

Antiimperialismo

 Por J. M. Pasquini Durán

Atribuir las manifestaciones sociales a causas únicas lleva, casi siempre, a conclusiones superficiales y pasajeras. Si ese tipo de análisis lo asumen quienes tienen la responsabilidad mayor de hacerse cargo de las preocupaciones populares, los resultados son todavía peores porque aumentan las distancias que separan a la política de la sociedad y alejan las posibilidades de encontrar soluciones hábiles y suficientes. Pese a la experiencia en esas materias, sin embargo, es frecuente que los gobiernos caigan en la tentación de simplificar la realidad mediante la atribución de los sucesos incómodos a complicadas o extravagantes teorías conspirativas. Cuando se usan frases efectistas pero trilladas para explicar los fuegos que se encendieron en la estación ferroviaria de Haedo, o la protesta del personal del hospital de Esteban Echeverría, o los episodios de Avellaneda o la agitación sindical de base por los retrasos salariales, por citar algunas referencias, quiere decir que los reflejos de la vieja partidocracia todavía condicionan la cultura de poder y la manera de hacer política. De ser así, lo primero que pierde sentido es el pronunciamiento electoral del 23 de octubre.
Ante las urnas, el presidente Néstor Kirchner convocó a los votantes en nombre de dos propósitos: 1) afianzar la gobernabilidad del actual mandato y 2) ratificar la marcha de los cambios en la vida nacional. Al mismo tiempo, en la provincia de Buenos Aires se dirimía una interna del peronismo, cuyo resultado desairó a la que se presumía la jefatura del mayor aparato de clientelismo electoral. El escrutinio indicó que una mayoría significativa de los ciudadanos respaldó a Kirchner y que otras opciones también apuntaron a introducir signos de renovación en los cuadros políticos, minimizando a los extremos más convencionales del arco ideológico: por derecha, entre otros, Duhalde, López Murphy, Menem, Patti, Rico, y por izquierda, los partidos y figuras tradicionales del sector. No hay que ser muy pícaro para comprender que ahora habrá convulsiones en más de un sector y territorio, a medida que se reacomoden vencedores y derrotados en sus nuevas posiciones. El recatado festejo de la victoria alrededor del Presidente y de la primera dama indica que el Gobierno espera un período de tensiones que no necesitan ser acicateados por exhibiciones triunfalistas.
Por otra parte, las penurias de la pobreza y la exclusión son una realidad para millones de familias argentinas y lo que se llama deuda social figura en la agenda popular como una nómina de prioridades que impacienta a los que la sufren y a muchos más. No es raro, por lo tanto, que esas inquietudes se expresen a un ritmo y velocidad diferentes a la capacidad o la voluntad del Gobierno para responder. Esta es otra razón para que muchos ciudadanos estén al borde del ataque de nervios y se produzcan confrontaciones de diversa naturaleza. En la posible combinación de factores, sería ingenuo no incluir los aportes de una gama de participantes potenciales en cualquier disturbio, desde los militantes sociales que se suman a las luchas ajenas hasta los sicarios de la provocación. Sin que estos enunciados agoten los elementos concurrentes, alcanzan para advertir que ningún caso merece una consideración lineal o simplista.
Así como ocurre en el barrio, con sus debidas dimensiones también sucede en el mundo. Cinco años atrás, en otra cumbre, cuando el “pensamiento único” de los conservadores neoliberales dominaba la región, Estados Unidos pudo aprobar por unanimidad, con la sola excepción de Venezuela, la iniciativa de un Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), cuya implementación final debía concretarse este año. Ese cronograma no pudo cumplirse, ya que los cambios políticos ocurridos en la región, sobre todo en Sudamérica y en particular en el área de influencia del Mercosur, quebraron esa hegemonía absoluta de las políticas, inspiradas en el Consenso de Washington, propulsadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). En Mar del Plata naufragó semejante pretensión, por lo que esta IV Cumbre podrá contabilizarse entre las frustraciones de la Casa Blanca y sus aliados latinoamericanos. No obstante, el gobierno de George W. Bush consiguió, pese a los cambios, avanzar en una línea de acuerdos bilaterales que responden a los parámetros del ALCA, un acuerdo de neta asimetría, ya que de lo que trata en realidad es abrir los mercados nacionales al consumo de los productos norteamericanos o establecer una división de trabajo acomodada a la planificación de Washington.
El mensaje del presidente Kirchner en la ceremonia de inauguración se encargó de aclarar en voz alta el nefasto rol del FMI y de los diseños injustos del Consenso de Washington, a los que responsabilizó, junto con las elites nacionales que siguieron sus consejos, por el drama social que hoy viven los países de América latina, empezando por Argentina. Lo hizo en términos precisos y sin eufemismos, con un lenguaje poco usual en esta clase de reuniones, donde la neutralidad de la lengua diplomática suele disimular las críticas más severas. Ahí mismo, dejó sentado que ninguna integración puede ser benéfica si no toma en cuenta las diferentes naturalezas de las partes intervinientes. Dicho en criollo: ningún poderoso puede hacer intercambios con un débil fingiendo que son iguales. En esa posición, con sus propios matices, se alinearon Lula de Brasil y Chávez de Venezuela, mientras que el presidente Vicente Fox de México hizo de portavoz de la posición estadounidense.
Al mismo tiempo que se reunían los treinta y cuatro miembros de la OEA, con la exclusión de Cuba, también en Mar del Plata se realizó la III Cumbre de los Pueblos, un amplio programa de actividades y manifestaciones, cuyo acto central fue clausurado por un discurso de más de dos horas de Hugo Chávez, quien proclamó el deber “revolucionario” de parir un “socialismo del siglo XXI” de perfiles ideológicos todavía difusos, con un fuerte acento de nacionalismo antiimperialista. Adolfo Pérez Esquivel, uno de los convocantes a este encuentro de organizaciones no gubernamentales, lo definió como “un espacio de reflexión y propuestas de construcción y unidad continental, en defensa del derecho de los pueblos a su soberanía, identidad cultural y autodeterminación, que promueve la necesidad de cambios estructurales y sociales, basados en la diversidad cultural y la unidad de los pueblos a nivel continental así como también en el rechazo a las dominaciones”.
A la vista de los votos del 23 de octubre, alguien podría suponer que esta iniciativa, sin apoyo explícito de ninguna fuerza mayoritaria, estaría limitada a núcleos reducidos de militantes. En cambio, la movilización abarcó a miles de personas, se realizaron mitines y marchas en distintas ciudades del país, incluida la Capital, donde además la actividad se redujo al tamaño de un día feriado. La campaña previa estuvo centrada en repudiar la presencia del presidente estadounidense, un sentimiento que alcanza a sectores de la población mucho más anchos que los que están dispuestos a votar por la izquierda. A la vez, hay que subrayar la capacidad de movilizar de las organizaciones populares de base, las que no podrán sustituir a los partidos políticos en los sistemas institucionales de representación, pero son, sin duda, un sujeto social activo.
Esta vez también hubo una cuota minoritaria de violencia y saqueos, a cargo de grupos de jóvenes enmascarados pero, a diferencia de otras ocasiones, apenas iniciaron sus actos hostiles el grueso de los manifestantes se retiró, dejándolos solos. Otra prueba del proceso de maduración de la conciencia política de los manifestantes. A diferencia de algunos años atrás, además, estos organismos de base siguen ocupándose de sus objetivos específicos, pero cada vez más se congregan para influir sobre decisiones políticas que afectan la vida colectiva y definen la naturaleza del poder. Aun con limitaciones variadas, este sentido general de su evolución es una prueba de la voluntad de franjas de la población para participar en el ejercicio democrático. Esa voluntad está enderezada a conseguir justicia, progreso y libertad. Como lo indicó el brasileño Frei Betto, en carta abierta a Mr. Bush, quien llegará esta noche a Brasilia, hay más de un deseo compartido en los movimientos populares de esta región del mundo. “Vengo a pedirle la paz –escribió Betto–. Hace 2800 años, un hebreo llamado Isaías afirmó que sólo habrá paz como fruto de la justicia. El señor (Bush) cree que ella se producirá con la imposición de las armas. Mas, la guerra es el terrorismo de los ricos, así como el terrorismo es la guerra de los pobres.” Una conclusión punzante, desmesurada, difícil de aceptar, pero tan compleja como la realidad que intenta describir, la del mundo del imperio y su periferia.

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