EL PAíS › LA NOCHE DEL DIEZ

El Tren del Alba

La intimidad de la travesía en El Marplatense, donde estuvieron juntos Maradona, Kusturica, Evo Morales y una larga lista de personalidades para repudiar a Bush.

 Por Sandra Russo

“Hoy el tipo llegó y saludó con la mano... ¡y no había nadie! Bush es el hombre que saluda a la nada.” Lo dice él, el hombre que con la mano hizo un gol, y que cuando saluda escucha siempre lo mismo: “Diegooo, Diegooo”, aunque su audiencia sea una nutridísima conferencia de prensa en la Sala de Jefatura de la estación Constitución, aunque sea un jueves a las once y media de la noche, aunque esté rodeado de hombres como Evo Morales o Emir Kusturica, aunque la partida del Tren del Alba se esté retrasando porque no había manera de hacerlo entrar a la conferencia de prensa sin que el entusiasmo que él provoca lo sepultara bajo una avalancha de cámaras y cables. A Maradona lo excede lo que él mismo provoca, opaca absolutamente a todo lo que lo rodea, genera un amor packman que se devora hasta sus buenas intenciones, pero eso no le impide que las tenga. Declara “querer profundamente” a Fidel Castro, y cuando habla de Bush deja entrever, más que una convicción ideológica, una especie de herida personal sublimada y fundida con sus orígenes y sus sentimientos argentinos y latinoamericanos: “Nos desprecia. Es una basura humana. Estoy acá para defender la dignidad argentina. Que sepa que no lo necesitamos, que no le damos la bienvenida, que no lo queremos”. Cuando termina de hablar, se escucha, por parte de personalidades, periodistas, camarógrafos y fotógrafos: “Diegooo, Diegooo”.
Los cinco vagones plateados de El Marplatense están a tope. El tren es una belleza. Cortinas de pana, asientos radiantes, baños impecables, bandejitas con sándwiches de miga, bebidas sin alcohol de cortesía. El diputado Miguel Bonasso, artífice de esta iniciativa; el director y músico Emir Kusturica, el líder boliviano Evo Morales y el astro Maradona viajan en el último vagón, que permanece cerrado a la prensa. La lista de personalidades que viajan en el tren es larga, pero uno puede ir confeccionándola a medida que lo recorre. Víctor Heredia, Tristán Bauer, Mirta Busnelli, Leonor Manso, Juanse, el padre Farinello, Luis D’Elía, Ariel Basteiro, Oscar Martínez, María Ibarreta, Teresa Parodi, Enrique Oteiza, Gustavo López, María Elena Naddeo, Félix Schuster, todos andan por ahí, sentados o haciendo equilibrio entre los infinitos cables que desenrollan los camarógrafos de, se diría, mil canales.

Acompañados en la madrugada
–Te dije que era el que se bajaba del Honda cuando llegamos –le dice un iluminador a un camarógrafo.
–¡No! ¡Qué va a ser ése! ¡Si lo recibieron tres bomberos!
–¡Es ése, boludo! ¡Lo teníamos para nosotros solos y no lo hicimos!
El que se había bajado del Honda era Evo Morales, que ahora en el tren es una figurita que se cotiza. Un equipo de Canal 7 lo apalabró para que venga al coche-comedor a hacer la nota, pero Evo viene desde el último vagón y, en el camino, lo interceptan otros equipos y hace más de una hora que no se puede ni ir ni venir de ninguna parte. No se puede ni ir al baño, porque de un lado lo están atajando a Morales, y del otro está dando notas Miguel Bonasso.
–La presencia de Diego Maradona cambia la escena. Le da masividad y calidad a esto. No es una iniciativa de un partido, ni de una fracción. Estamos pensando en serio en una Patria Grande –dice Miguel Bonasso, transpirado pero a todas luces feliz de esto que ya dejó de ser una idea y es efectivamente un tren en marcha.
–Yo no estoy acá porque venga Maradona. Iba a venir igual. Ni siquiera estoy acá para repudiar a George Bush –dice por su parte Oscar Martínez–, porque me parece que lo que yo repudio excede a su persona. En los años ’70 no estaba Bush, pero sí existía el imperialismo norteamericano. Estoy acá para repudiar eso que viene pasando desde hace décadas. Ese sojuzgamiento. Esa indignidad que implica el imperialismo norteamericano para nuestros países. Y hay que estar alerta, porque si no pueden con toda la región van a ir tentando a uno por uno. Hoy mismo Uruguay, que tiene un gobierno supuestamente progresista, firmó un convenio bilateral con Estados Unidos. Entonces no al ALCA, pero no también a esos acuerdos.
–Ahora se puede armar algo lindo –dice Luis D’Elía–, con Kirchner, con Chávez, con Lula, con Evo... Es una nueva oportunidad y hay que aprovecharla, no hay que asustarse, hay que organizarse. Les contestamos con esto, con alegría, con Diego, que es la alegría.
Pero Diego, ¿dónde está?, preguntan todos. Al rato, como a las dos de la mañana, los miembros de la organización, para tranquilizar al pasaje de los últimos vagones, casi todos periodistas, pasan primero pidiendo y después suplicando que todo el mundo se siente para que Diego, Bonasso, Kusturica y Morales hagan una recorrida por los pasillos. Finalmente, triunfa el raciocinio entre los perros de presa que ya advirtieron que nadie obtendrá un resultado demasiado diferente al de al lado.

San Diego
Estoy en el coche comedor, no sé por qué ni con quién, desde hace mucho, porque el tránsito viene siendo muy poco fluido. El azar me trajo a este asiento, el primero a la izquierda de la puerta. Se escuchan gritos y aplausos del otro lado. Veo la estatura de Bonasso pasar sonriente y explicándole a alguien:
–No, no es el Tren del Alba porque amanece. Es el Tren del Alba por la Alternativa Bolivariana para las Américas. Y de paso, amanece.
Estoy anotando en mi libretita, levanto la cabeza y Diego me sonríe. Se acerca y me da un beso.
–¿Cómo estás? –me pregunta.
–Bien –le digo, un poco trabada.
Y percibo en ese breve instante el escalofrío que recorre el vagón del coche-comedor, con unas cuantas decenas de almas preparando sus mejillas y guardándose las preguntas, porque Diego está cansado y está por irse a dormir, pero antes va a saludar a uno por uno. Nunca fui feligresa de la Iglesia Maradoniana, pero cuando un rato después el fotógrafo me muestra la imagen digital de ese beso, le digo:
–¡Ay, qué lindo! ¿Me la vas a dar?
Me siento estúpida, pero no estoy sola. Una productora de televisión, a mi lado, se frota el brazo con fuerza.
–¿Te duele? –le pregunto.
–No, me lo tocó –me contesta.
Diego se detiene en la mesa en la que Leonor Manso y Mirta Busnelli están tomando café. Las saluda y comparte con ellas sus pensamientos sobre Bush, que giran siempre alrededor de la palabra “dignidad”.
–Basta de agacharse. Que lo sepa, que se entere, acá nadie lo quiere, que no salude a los no lo saludan, que no venga a tratarnos como a súbditos, no somos súbditos de él ni de nadie.
Todos a su alrededor asienten. También Kusturica, que no vino a hablar sino a seguirlo a Maradona a sol y a sombra, que lo estudia de cerca y desde sus alturas, como digiriendo al personaje complejo sobre el que está trabajando. Kusturica adhiere a los planteos de Maradona, saluda cordialmente pero no da notas, y aunque él mismo es una estrella cultural con un enorme brillo, permanece todo el viaje adherido a esa otra gran estrella que se encarga de dispensarlo de las declaraciones.
El fotógrafo me muestra después otra imagen: el padre Farinello dando una nota a un periodista que está en el asiento de atrás y, a su lado, alguien roncando. Bueno, así fue este viaje del Tren del Alba. Edgardo Esteban, el autor del libro Iluminados por el fuego, entrevista de madrugada a Juan Cabandié, uno de los nietos recuperados. Juanse, de los Ratones Paranoicos, pasa la noche jugando al truco y hay una cola de candidatos para hacerle de pareja. Hay gente durmiendo en el piso alfombrado y, al lado, gente dando entrevistas en voz baja para no despertar a nadie. Todos hablan más o menos de lo mismo: de hacer algo juntos y de tener orgullo.
Cuando a las seis y media de la mañana el tren llega a Mar del Plata, se escucha lo de siempre: “Diegooo, Diegooo”. Son los que están esperando al tren, o mejor dicho: los que lo están esperando a Maradona. El quiere esta vez ser uno más, convocante, útil, generoso. Pero su aura vuelve a excederlo y está claro que es imposible que baje del tren como los demás, y salude y marche como los demás. El amor que le tienen lo puede devorar. Un patrullero debe venir a rescatarlo de ese amor. Y dentro de un rato, en Luro e Independencia, donde se concentrará la marcha hacia el estadio, los organizadores y él mismo llegarán a la misma conclusión. Maradona es mucho, tanto que parece demasiado.

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