Viernes, 9 de abril de 2010 | Hoy
Durante doce horas, veinte oradores expusieron sus reflexiones sobre las más diversas innovaciones de la ciencia, la tecnología y el pensamiento. Unas 1400 personas los escucharon en La Rural y miles, por Internet. Aquí, cómo fue TEDxBuenos Aires.
Por Soledad Vallejos
“Pocas veces tenemos la oportunidad de desconectarnos, de tomarnos un día franco en la vida para esto. ¿Cuánto tiempo dedicamos a las ideas?”, preguntó el matemático Adrián Paenza, convertido en maestro de ceremonias, casi pensando en voz alta. Desde entonces, en La Rural pasaron cosas. Como en trance, mil cuatrocientas personas levantaban la mano para indicar si veían o no un juego óptico. Un rato después, sin despegarse de sus asientos y por no dejar al orador zarandearse solo, oscilaban de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, remedando un baile simpaticón, pero eso sí: en silencio. Si algo reinó durante los bloques de charlas que, durante doce horas, tomaron por asalto el auditorio que quedó chico, fue la atención intensa y exclusiva hacia quien estuviera de pie en el escenario. Vale decir que, de alguna manera, los diez organizadores del encuentro TEDxBuenos Aires dispusieron que esa suerte de franco que mentaba Paenza fuera ayer, pero en un orden que el matemático expuso con claridad temprano a la mañana: un primer eje en torno de “la frontera del conocimiento actual, lo que se sabe y lo que no”; un segundo, acerca de cómo “crear el futuro”; un tercero, dedicado a “la construcción de un mundo más solidario para todos”, y un cuarto, y final, que de cierta forma devolviera la pelota a los asistentes: “¿Dónde encajo yo en todo esto?, ¿qué parte de esto me toca?” Entre uno y otro, además del transcurrir del día, podía entrar el mundo y toda la gama de emociones imaginables, y hasta inesperadas.
La combinación de oradores, 20 en total, era tan inusual que sólo se le podía comparar la concurrencia, y a su diversidad sólo se la podía explicar por el interés del evento –de culto en algunos ámbitos especialmente cercanos a las dinámicas de Internet– que se realizaba por primera vez en la Argentina. Por algo a las 7 de la mañana ya había una fila de personas esperando que se abrieran las puertas del lugar; a las 8 se empezó a llenar el auditorio, y media hora después quedaban pocos asientos libres. De hecho, a las 9, cuando Paenza subió al escenario, el lugar había sido desbordado, y al público que seguía la transmisión por Internet y desde Ciudad Universitaria se sumó un anexo de sillones fuera del auditorio, que ante sendas pantallas remedaban pequeñas plateas, algo surrealista por el paisaje tras los vidrios: un desfile desganado, pero continuo, de caballos y jinetes protagonistas de una obra musical gauchesca que alberga La Rural cada noche.
La sala estaba casi al límite de su capacidad y todavía faltaban unos cuantos minutos para comenzar, pero una peregrinación de adolescentes, señores, señoras, treintañeros, famosos y no tanto, parecía decidida a no terminar. Adentro, el tiempo se mataba entre tés, cafés y algunas medialunas, mientras algunos de los diez organizadores se dejaban ver apretando el paso de una punta a otra del lugar. “¿Nervioso? No, los que tienen que estar nerviosos son ustedes ahora”, desafiaba uno de ellos a uno de los oradores, y entonces, con un pequeño apagón de luces como indicador de que era la hora, todo comenzó.
Dieciocho minutos continuos de ver y escuchar, en medio de una organización impecable, a una persona poco habituada a los escenarios, créase o no, pueden pasar a una velocidad pasmosa. Quizá por eso lo que debía ser una seguidilla de charlas se convirtió, en realidad, en una suerte de paseo por un parque de diversiones, en el que, contra los prejuicios rancios que insisten en pintarlas como aburridas, las ciencias duras se llevaron los aplausos más apasionados. Mariano Sigman, el doctor en neurociencias especializado en Ciencias Cognitivas que abrió el evento con una clase intensiva sobre las investigaciones sobre conciencia y lenguaje (ver aparte), superó ampliamente el desafío de terminar de despertar a un auditorio ansioso.
Inmediatamente después, el músico y escritor Luis Pescetti, de rigurosa remera negra con pececito blanco, guitarra en mano y la acidez absolutamente simpática que convirtió en su marca registrada, no sólo mantuvo el aire efervescente, sino que fue un poco más allá: demostró que sirve reflexionar sobre los modos de poner(se) en escena y cómo eso repercute en los vínculos humanos. Enlazando en cierta manera con el cierre de Sigman, Pescetti insistió en que “los niños son espectadores muy entrenados”, que “pasan la primera parte de su vida sólo observando”, único acceso posible a su aprendizaje. De allí a la expectativa –planteaba haciendo cantar estribillos a la concurrencia, e invitándola a menearse de un lado al otro sin moverse de la silla–, y a pensar en voz alta sobre la relación que él mismo mantiene con el público de padres, madres e infantes, medió poco más que arte escénico (“yo cuando actúo me quito poder, pero conservo mi lugar de autoridad” por preservar la responsabilidad de llevar adelante el show). Esa dinámica de tira y afloja, de buscar lo inesperado, condición necesaria del humor, es posible entre otras cosas porque “los niños son inmigrantes en el tiempo”, que deben aprender a vivir entre sus necesidades y deseos y las resistencias del lugar al que llegan. “Cada sociedad tiene una imagen de niño, de infancia, de lo que es la crianza, lo que es la educación. Si esa imagen se basa en un ideal, es muy difícil. Pero si es algo real es más fácil, nos vamos a sentir reconocidos, vamos a sentir gratitud y alivio.”
Después llegaron las malas noticias de la mano de Marcos Salt, quien se cuidó de aclarar que eso “no será muy TED, pero yo soy abogado”, antes de comentar los debates actuales sobre regulaciones y delitos en Internet. Costanza Ceruti, la única mujer arqueóloga de alta montaña en todo el mundo, y que formó parte de la expedición que halló las tres momias del volcán Llullaillaco, desnudó su pasión, con fotos de lugares asombrosos, y algunas historias que lo eran todavía más. Tal vez por eso fuera tan oportuno que el cierre del bloque inaugural, antes del primer break, quedara a cargo del director teatral Rafael Spregelburd, con las disquisiciones sobre representación y significado que siguieron a una primera línea provocadora: “Les voy a mentir, pero les voy avisando”.
Una hora después de comenzado el descanso, la ansiedad por retomar el ritual que acababa de comenzar alejó mansa y puntualmente a la concurrencia de las mesas de té, café y bocaditos. Aguardaba la apasionante, politizada y aplaudidísima exposición del biólogo molecular Alberto Kornblihtt (ver aparte), seguida de las reflexiones de Roberto Guareschi sobre el “fin y reinvención del periodismo”, a partir de los nuevos usos y colaboraciones que impulsan las nuevas tecnologías con todas las novísimas prácticas aún en desarrollo. Como parte de las condiciones que impone para preservar la unidad dentro de la diversidad que habilita, la organización del TED original exige que en cada evento TEDx alrededor del mundo se retransmitan algunas de sus charlas. De ellas, “como no nos dicen cuál y queda a nuestro criterio”, explicó Paenza, los organizadores locales seleccionaron como primerísima a la que más veces ha sido reproducida en el sitio de Internet: una que Ken Robinson, en 2006, dio para alertar sobre cómo la escuela puede matar la creatividad de chicas y chicos, y cómo evitarlo. (A lo largo del día también se proyectaron las de la escritora Elizabeth Gilbert y Juan Enríquez.) Improvisando, y grabándose, y reproduciendo su propio sonido recién registrado como pista para volver a improvisar con otro instrumento, Marcelo Moguilevsky precedió a los minutos en que el ingeniero Miguel Brechner Frey demostró cómo una idea se volvió una realidad para miles: la aplicación del Plan Ceibal, el programa que entregó una computadora a cada niña y niño escolarizado en Uruguay (ver aparte). Instantes después, Mercedes Salado, integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense, explicaba en detalle cómo la ciencia puede devolver la identidad y la historia a los restos que la violencia política suele enterrar como NN. “Dos grandes preguntas nos guían: quiénes son y de qué murieron”, dijo, y al cabo de su intervención narró el trabajo real, de investigación reciente, que convirtió un cuerpo enterrado como NN en Avellaneda en Luis Alberto Ciancio, que tenía 25 años cuando fue secuestrado junto con su mujer Patricia. Salado explicó que podía contar su historia gracias a “su familia, que nos ve por Internet, y decidió enterrar sus restos en Berisso”. “La ciencia –concluyó– no debe ser vana, vacía.”
Los nuevos intermedios pasaron como suspiros, apenas instantes que espaciaban el oleaje de la concurrencia, que nunca menguó, entre la que revistaban, además de honrosos anónimos, el diseñador Martín Churba; la directora del Museo de Tigre, Diana Saiegh; la ex vicejefa de gobierno Gabriela Michetti y otras celebridades. De camino al almuerzo, por un pasillo, alguien amenizaba tanto rigor científico con datos sobre astrología y sus investigaciones online al respecto; mientras, los oradores se felicitaban y alentaban entre sí. Y todavía el schedule no estaba completo. El pionero José Cibelli, sin que se notaran las piruetas que habrá debido hacer, puso las técnicas de la clonación –y cómo sus investigaciones se centran ahora a partir de ellas para investigar la manera de detener la vejez– al alcance de cualquiera con disposición para la escucha. Y los desafíos inminentes, y también ya existentes, siguieron de la mano del fiscal general de la Corte Penal Internacional de La Haya, quien se explayó sobre los dilemas de establecer una Justicia global que, sin embargo, resulta inevitable.
El biólogo Gabriel Gellon empezó recordando que cuando padeció culebrilla le recomendaron todo menos un médico, tras lo cual se volcó de lleno a compartir la experiencia de Expedición Ciencia, un emprendimiento que reúne a adolescentes con científicos y les ayuda a desarrollar por sí mismos la necesidad de construir pensamiento científico. “Para que aprendan que la ciencia es una de las grandes obras de la humanidad” y puedan apropiarse de su “belleza formidable”. También de belleza, pero tal vez más de convivencia feliz, trató la exposición del urbanista brasileño Jaime Lerner, tres veces intendente de Curitiba, la ciudad de sus mayores hallazgos urbanísticos.
“Hablemos del Universo”, arrancó luego, con una sencillez impactante, el astrofísico Matías Zaldarriaga, quien hasta permitiéndose una chanza visual (“ése es el chiste de mi charla, pueden reírse”) explicó como si nada la “teoría inflacionaria del Universo”, que, luego de la teoría compartida de que el Universo está en expansión y tuvo un principio, es el desafío de los siguientes veinte, treinta años. (El chiste fue que lo de “inflacionario” coincidió con la aparición, en pantalla, de montones de billetes de australes. Y decididamente todo el mundo se rió.) Pisándole los talones, llegó la música delirante de Axel Krygier, prólogo de la charla en video expresamente grabada para la ocasión por el basquetbolista Manu Ginóbili, el shock emotivo de la bailarina Inés Sanguinetti (ver aparte) y el cierre, en primera persona, de la psicóloga social Bea Pellizzari, quien se definió como “obrera de la construcción” dedicada “a construir trampas culturales” para que “las personas sin discapacidades” noten los modos en que excluyen, por prejuicios y temores, a aquellas que padecen problemas físicos.
“¿Se irá cada uno distinto de lo que entró?”, se preguntaba Paenza minutos después. “¿Nos iremos con una idea que no teníamos? Ojalá”, aventuró, mientras organizadores y oradores, emocionados, veían que no eran los únicos aplaudiendo de pie.
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