Domingo, 19 de junio de 2011 | Hoy
SOCIEDAD › JUAN GONZALEZ DE LA CAMARA
Por Soledad Vallejos
”Siempre hay un proceso de evangelización” cuando aparece una nueva tecnología, cree Juan González de la Cámara, el español detrás de Papyre, el primer dispositivo electrónico de lectura asociado al mercado editorial en español. A él nadie tuvo que adoctrinarlo demasiado porque se metió solo: autodefinido nerd, la primera vez que escuchó acerca de la existencia real de libros electrónicos sintió una inquietud que no se calmó hasta tener uno entre sus manos. Su primera vez fue en 2004, cuando consiguió, subastas en Internet mediante, un dispositivo Sony que sólo se comercializaba en Japón. “Pero nunca pude llegar a traducir el sistema operativo: estaba en japonés.” Intentó organizarse con otros tecnófilos con conocimientos en sistemas “para poder meterle mano. Y nada”. Dos años después, consiguió “el primero con la segunda versión de la pantalla de tinta electrónica, de una filial de Philips”. Aunque había comenzado a investigar el terreno en 1999, ese e-reader fue una señal: “Me convenció de que había llegado el momento de apostar a crear”. “Lo que buscaba era algo tan útil como el papel. No existían el dispositivo, el modelo, la forma. Y fui probando... algún día crearé el museo del dispositivo... junté muchos prototipos de los últimos doce años. En el ’99, con la explosión de las punto com hubo mucho ruido acerca de los productos electrónicos. Pero los dispositivos que se hicieron eran demasiado parecidos a ordenadores, no me convencieron. Que la pantalla, que el peso... eran como las tablet pc de ahora.”
Jura que desde hace tres años sólo usa Papyre. “De vez en cuando me han regalado algún libro de papel que he ojeado. Pero para leer en cama, en el sofá, ya uso sólo el e-reader.” Hace poco, González de la Cámara pasó por Buenos Aires para participar de la Feria del Libro por primera vez. Mentó las bondades de Papyre, su e-reader, el primero vinculado con tiendas y contenidos en español. También fue el primero en comercializarse en Argentina, y la empresa dice que hay interés: en menos de seis meses (la novedad llegó alrededor de Navidad), llevan vendidas unas cuatro mil unidades.
–¿Cuáles son las dudas que suelen tener los usuarios ante el e-book?
–Es que hay que verlo. Cuando lo ves, es cuando te das cuenta de que es como el papel. Es una pantalla iluminada, no emite luz, es como el papel. Pero claro, con las ventajas que tiene el dispositivo electrónico: se puede cambiar el tipo de letra, aumentarla, tener acceso a 10 mil libros en 120 gramos. Actualmente nosotros tenemos una librería que tiene 22 mil títulos para vender. Y lo que pasa con el dichoso tema de la propiedad intelectual es que en algunos casos no hay derechos para vender determinados títulos en Argentina. Pero al parecer en unos meses estarán resueltos.
–¿Se resisten las editoriales a manejar los derechos de otro modo diferente al que aplican a los libros en papel?
–Pasa que algunas editoriales tienen derechos para vender en España y no en Argentina, por ejemplo. Pero no se dan cuenta de que estamos en tiempos de Internet: es otra cosa. Te puedes conectar a una tienda y comprar en Argentina, Colombia, España...
–¿Cuál es el eje de esas resistencias?
–Es que todavía tienen un poco de miedo al concepto copia, a digitalizar un libro por miedo a que pase lo mismo que con la música. Intento hacerles ver que no, pero por desgracia cuesta. Yo no creo en la ley Sinde (N. de la R.: la flamante ley española para intentar controlar la piratería digital). Lo que hace es ilegalizar los enlaces: la esencia es un poco ésa. Pero Internet es todo enlaces. Es casi como imposible que algo así pueda tener resultado. Creo más en el modelo anglosajón, donde no existe el derecho de copia privada sino el fair use, que es el uso justo. Si tú tienes un vinilo, puedes pasarlo a cd para preservarlo. Es un uso justo. Ahora, lo que pasa es que yo tengo mi colección de comics y si quiero compartirlo con 100 mil amigos, el concepto de copia privada no sirve. Lo ha cambiado la tecnología.
–¿Cuál sería un modelo de negocio posible?
–En vez del objeto, vender el servicio. La industria cultural suele vender objetos en distintos soportes. Yo creo que el futuro es vender servicios: suscríbete a esta colección, paga un libro tal y el autor se va a pasar todas las semanas un rato conectado aquí con sus lectores... Creo que por ahí va el sentido.
–¿Quiénes lo compran?
–Aquí parece que se está reproduciendo el mismo patrón que se dio en España: como es el principio, son más los locos de la tecnología. En España ya hemos pasado a la segunda fase, la de los grandes lectores, los compradores habituales. Curiosamente, aunque en su mayoría son personas de entre 30 y 45 años, recibimos correos de personas mayores, de 60 y 70 años. Esas personas nos llegaron a escribir cosas como “es el mejor regalo que me ha hecho mi hijo en su vida”. ¿Por qué? Porque son gente grande, y no es capaz de comprar libros en la tienda virtual ni nada de eso, pero sí pueden pasar por la casa de su hijo cada quince días, por ejemplo, para que le cargue más títulos, para elegir y que lo ayude.
–En 2008 pronosticó que en el plazo de 10 años sólo permanecería en pie el 10 por ciento del mercado analógico, en lo que a industria editorial se refiere. ¿Sigue sosteniéndolo?
–Esa apuesta la hice en la Feria del Libro de Sevilla de 2008. Y lo sigo creyendo: en 10 años quedará el 10 por ciento del mercado. Creo que estamos en eso. Me llamaron loco en su momento, pero creo que ahora empiezan a darse cuenta a raíz de la evolución que tuvo en Estados Unidos el negocio de la música: del disco como objeto al mp3, el iPod, los reproductores. Muchos esperan que no se repita, pero parece que estamos condenados.
–¿Y cómo será el libro electrónico para esa misma época?
–Surgirá el color. Habrá, incluso, dispositivos más grandes para uso profesional y otros usos como el escolar. Ahora mismo estamos preparando un Papyre escolar para eliminar la mochila, queremos sustituir el papel de la mochila. No tiene sentido que tengas que llevar 12 kilos y carpeta. Proponemos un dispositivo especial, que lleve todo lo que necesite el alumno, libros, diccionarios.
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