El impacto que el rock argentino tuvo en Latinoamérica durante la década del 80 puede resumirse en aquella adolescente chilena que se metió a un hotel a través de un tubo de ventilación y se desmayó cuando consiguió estar cara a cara con Gustavo Cerati. Pero la influencia del género está presente en episodios y discos que poseen un peso histórico mayor que la locura pasajera de una fanática. Un ejemplo es El amor ya no existe, hay que hacerlo, un disco a fin de año estará celebrando sus 35 años. Primer álbum oficial de Sentimiento Muerto, grupo legendario de Venezuela, su grabación fue encabezada por Fito Páez en 1987 tras un intento fallido de Andrés Calamaro. Esos encuentros iniciaron una conexión entre la banda y nuestro país que se mantuvo durante la escena alternativa de los 90 y llegó hasta los 2000, ya con influencias mutuas.

Para mediados del 87, Sentimiento Muerto tenía dos casetes independientes con canciones punk, new wave y post punk. Los fanáticos del grupo, cautivados por un discurso contra instituciones y políticos, se encargaban de ampliar su alcance a través de ediciones piratas que circulaban de mano en mano. La banda era un pequeño furor que amenazaba con expandirse. Hasta Soda Stereo los había elogiado durante una visita reciente a Caracas, que Sentimiento describía en una de sus letras como la ciudad del aburrimiento. “Estábamos representando una nueva generación”, recuerda Alberto Cabello, baterista y letrista. “Hacíamos comentarios sociales, nos reíamos de todos. Era bastante atrevido, contestatario, y eso hizo que la gente conectara”.

En agosto del 87 la banda se vinculó con Calamaro a través del sello Sonorodven. Carlos Sánchez, A&R de la discográfica, les dijo a los músicos que iban a contar con el productor ideal. “Nos habló de Calamaro como la persona que tenía el toque del Rey Midas”, recuerda el guitarrista José “Pinguino” Echezuría. Calamaro llegaba con antecedentes como la producción del disco debut de Don Cornelio y la Zona. “Desafortunadamente no funcionó”, sigue Pingüino. Los venezolanos y el argentino convivieron algunos días en Caracas y no lograron entenderse. “No nos pusimos de acuerdo con Andrés porque él tenía entre ceja y ceja hacer Rolling Stones con nosotros”, dice Pablo Dagnino, cantante del grupo.

Calamaro resume aquel encontronazo de otra manera: “Les dije rock and roll y se asustaron”. Recuerda que le propuso a la banda un sonido a lo Stooges, les hablaba a los cinco músicos, que rondaban los veinte años, de la etapa alemana de David Bowie y los hacía tocar en vivo en el estudio. “Lo que terminó saliendo sonaba muy cerca, por no decir igual, a lo que nosotros ya hacíamos sin ningún productor”, explica Alberto. “La conclusión del grupo fue que él no era el productor adecuado. No fluyó. Una lástima”.

La banda, que completaban el guitarrista Carlos “Cayayo” Troconis, fallecido en 1999, y el bajista Erwin “Wincho” Schafer, le comunicó el despido a Calamaro, que cobró la mitad de lo estipulado y partió hacia el aeropuerto. “Fíjate que con Los Rodríguez hizo un trabajo fantástico. Ahí fue cuando yo empecé a reflexionar, se lo comenté a Cayayo poco antes de su muerte: me di cuenta de que si hubiéramos tenido un poco más de paciencia con Andrés y Andrés hubiera tenido un poco más de flexibilidad con nosotros, pues probablemente hubiéramos hecho un disco de rock muy distinto al que se hizo en términos de producción”, dice Pablo. La experiencia quedó instalada en la memoria de Calamaro, que muchos años después, en su época más Salmón, les dedicó “Desentendimiento total en Caracas”, un tema inédito pero disponible en la web.

“En compensación, Carlos Sánchez nos recomienda a Fito. Nosotros no sabíamos quién era”, dice Pingüino. El guitarrista recibió un ejemplar de Ciudad de pobres corazones, el disco que el rosarino había publicado unos meses antes. “Pincho ese disco en mi casa y llamo al resto de la banda y les digo ‘tienen que escuchar este álbum, este es el tipo para que produzca con nosotros’”.

En ese momento Fito estaba en Europa. “Estábamos en Dresde, en un festival latinoamericano en la Alemania comunista, y me dicen ‘¿Querés viajar a Caracas?’”, cuenta Fito. “Para mí era como ir a Marte: el trópico, calor, la belleza, la locura hermosa de Venezuela”. Puso una condición: quería viajar con Tweety González, tecladista de su banda, que crecía cada vez más en el estudio, y con Alejandro Avalis, su asistente. “No conocía nada. Llegué e hicimos todo ahí”, dice Fito, que no hizo demasiado el primer día porque Sentimiento Muerto tenía un compromiso: el casamiento de Pablo con Helena Ibarra, mánager del grupo. Alberto recuerda que Fito conoció a la banda al verla tocar en la boda del cantante.

Ya en Syncrosonido, un estudio que no le gustaba a nadie, el trabajo fluyó gracias al apuro y a la habitual subordinación total que Fito exige en las grabaciones que comanda. “Como el batero tocaba mal, yo me sentaba con él en el living del estudio y programaba las baterías. Una vez que lo tenía hecho iba al estudio, lo pasábamos a la cinta, Fito empezaba a grabar otras cosas, yo volvía al living y seguía haciendo otro tema. Teníamos once días para hacer todo”, cuenta Tweety.

“Fito me decía ‘si no te puedes pegar al click vamos a tener que usar una batería electrónica’”, recuerda Alberto. “Se aceptó esa condición, no era el sonido que estábamos buscando. No era tan punk, ya era más pop, pero era lo que necesitábamos para sacar el disco en once días”. Para Pablo, el rosarino le dio al grupo “exactamente” lo que hacía falta. “Trabajar con Fito fue muy conveniente porque nos trajo enfoque”, opina Pingüino.

El disco se publicó en diciembre de ese año y fue un éxito. El grupo continuó con diferentes formaciones hasta 1993. Tras la separación, Cayayo se dedicó a Dermis Tatú, que contaba con el baterista Sebastián Araujo y el bajista Héctor Castillo, de la última formación de Sentimiento Muerto. El trío grabó en Buenos Aires La violó, la mató, la picó, su único álbum. La capital argentina fue fundamental para la banda, que se instaló varios meses en la casa de Fernando Samalea en Constitución. Un año antes de la muerte de Cayayo, Héctor Castillo se volcó a la ingeniería de sonido. Poco después ya trabajaba para artistas como Bowie, Lou Reed y Björk. En 2009 coprodujo Fuerza natural, de Gustavo Cerati, el cantante que en los 80 había elogiado a los Sentimiento Muerto casi sin conocerlos.