CONTRATAPA

Alacranes

 Por José Pablo Feinmann

Siempre se puede tomar como punto de partida cualquiera de las aristas que ofrece la realidad. Tomemos (tratemos de poner en situación) la apertura de la Feria del Libro. Durante la mañana de esa jornada aún no se sabía si el Presidente habría de acudir o no. Algunos pidieron conocer qué discurso iba a dar Tomás Eloy Martínez, quien, coherentemente y con todo derecho, se negó. Se le acercaron algunos discursos al Presidente escritos por intelectuales de primera línea. Había una verdadera pugna por llevarlo a la Feria y que abordara, no sólo el tema de los libros y la cultura, sino el de la relación entre los políticos y los intelectuales. Kirchner, poniendo la cabeza en la guillotina, no va a la Feria, no la abre con su palabra. Eloy Martínez dice su ponencia o discurso de apertura conociendo ese dato: el Presidente no va. El Presidente le da la espalda a la cultura. Desarrolla entonces un discurso sarmientino y eleva al libro a las poderosas esferas de las condiciones de posibilidad de la Historia. En suma: la Historia nace de los libros. Este argumento es sencillamente refutable, pero aquí no importa su refutación.

De todos modos –uno, tal vez, no pueda evitar ciertas cosas– digamos que los libros forman parte de la estructura diacrónica de la Historia y son tan determinantes como los hechos que expresan y sobre los que retornan en la modalidad de lo reflexivo. Los unitarios de Montevideo y Chile (exiliados por la dictadura rosista) decían “ahora sabemos por qué luchamos” luego de leer el Facundo. Rosas dijo: “Así es como se me ataca; verán que nadie me defiende tan bien”. Pero si el Facundo sarmientino es tan poderoso es porque cae en medio de una facticidad que lo hizo posible: la lucha de los exiliados liberales contra Rosas. De ella surge y sobre ella revierte, iluminándola. A estos movimientos complejos, no lineales de la Historia, algunos, todavía, les decimos Dialéctica.

El día de la inauguración de la Feria el texto de Sarmiento cobra otra dimensión. Aquí, dice Eloy Martínez, en esta Feria está la Civilización de Sarmiento. En el Presidente ausente se expresa la vieja barbarie peronista que obstinadamente desdeña la cultura. Se produce una inmediata actualización de la consigna “alpargatas sí, libros no”. En la que Kirchner, transformado en barbárico peronista, queda del lado de las alpargatas, y la gente de la Feria, con Tomás Eloy a la cabeza, queda del lado de los libros. Se genera otra vez, infatigable, la contradicción peronismo/antiperonismo certeramente trazada por un escritor, que admiro, y que ha conseguido sus mejores libros y aun sus mejores momentos como periodista en los bordes y hasta en las entrañas del peronismo.

Eloy Martínez no se privó de nada. Hasta citó a Mitre porque publica, ahora, sus notas en el diario que tiene al héroe de Pavón (heroísmo posibilitado por la asombrosa defección de Urquiza) como su figura hegemónica identitaria. En una charla que di –días después– presentando el libro de la figura moral más querida de la Argentina, el escritor Osvaldo Bayer, dibujé la otra cara de Sarmiento: la del hombre de la espada, la del faenador de Peñaloza, el que le mandó a Domingo de Oro una carta en que pedía no ahorrar sangre de gauchos, el que en su libro Vida del Chacho traza una teoría del exterminio. Esto no es revisionismo: es la verdad. José Luis Busaniche –que de revisionista tiene poco– califica a Sarmiento de asesino paranoico. Juicio, creo, exagerado, pero no demasiado lejos de las prácticas guerreras de Sarmiento: “Hay que vencer a la barbarie con la barbarie”. Esto, para mí, lleva a Sarmiento a la altura del burgués conquistador. Completa su rostro complejo y fascinante. El del gran escritor, el del fundador de escuelas, el educador y el exterminador de gauchos. Si se trata de decir algo sobre semejante gigante hay que decirlo todo para no reducirlo, empequeñecerlo. Pero el objetivo se logró: civilización y barbarie. El presidente peronista, la Barbarie. Los que asistieron a la inauguración de la Feria, la Civilización. Tomás Eloy golpeó bien, y Kirchner, ese día, perdió. Es inexplicable que no haya ido.

El resto de la oposición (centralizada en el periodismo) se asume en el modo de la indignación moral. Enfáticamente, con una pasión que surge, dicen, de su republicanismo sincero, enfrentan a un gobierno autoritario, que no respeta la libertad de prensa. Siempre hay un “apriete”. Todos hablan de llamados desde el poder. Llamados que sugieren el silenciamiento de la prensa. Esos llamados tienen nombre y apellido: sería saludable que los dijeran. Veamos: ¿quién es el nuevo Apold? Los radicales –durante el gobierno del radical De la Rúa– fueron mucho más lejos: Santibañes –me entero leyendo La Nación– asignó tareas de espionaje y cercenamiento de la libre información a una consultora. Esta consultora se reunió con el hijo de De la Rúa, Antonio, que gobernaba más que el padre, ya que lo sometía, y la consultora informa: “Antonio de la Rúa tenía problemas significativos con la prensa. Quería el consejo de Lolavar sobre la aprobación de nuevas leyes que impidieran que continuaran las críticas de la prensa sobre él y la administración de su padre”. Si el radicalismo pretendiera desentenderse del Gobierno de De la Rúa y su hijo Antonio, los peronistas aprovecharían para desprenderse del de Menem. Y ambas cosas serían un despropósito.

Entre tanto ha surgido la figura del “periodismo libre”. Este periodismo asume el talante (usemos esta palabra) de la indignación moral. Luchan por la transparencia y por la libertad de prensa, de información, por un periodismo no sometido al autoritarismo presidencial. Recuerdan el lenguaje de la izquierda. La izquierda siempre se ha presentado como cuestionadora del poder. Ahora la palabra “poder” la utiliza este periodismo. “No nos entregaremos al poder.” “No cederemos a sus presiones.” Pero no enfrentan al “poder”. Enfrentan a un Gobierno. Si bien se mira –por los medios en que publican– están ellos más cerca del poder (y hasta podría decirse que son y siempre han sido el poder, el verdadero poder, el que largamente ha perdurado) que el Gobierno.

Pero K supo nuclear poder. Para hacerlo, se peronizó (¡y cuánto lamento esto!) en las internas con Duhalde, en el reclutamiento de todos los alacranes que pudo, en las negociaciones con los gordos y en aceptar a todos los peronistas que, canallesca e hiperpragmáticamente, se le acercan. ¡Ah, esa manía peronista de sumar a cualquier costo! Hasta Alberto Kohan declaró: “Hay Kirchner para rato”. ¿Entrará al kirchnerismo? Todos van a entrar. (Y Barcelona, que dice lo que nadie dice, publicará las fotos de Ruckauf y Barrionuevo con la frase: “¡Chau, zurdaje!”).

Los peronistas entran donde está el poder. Y hoy todos los caminos conducen a Kirchner. Pero no bien esos caminos se desvíen de K, no bien aparezcan otras opciones le van a clavar sus peores puñales. Con los alacranes se puede sumar. Sirven para la táctica, pero no para la estrategia. Sirven para el confuso presente, pero no para el horizonte de un país digno y libre, sin mafiosos. De todos modos, la debilidad de la oposición, la ausencia de políticos con capacidad para gobernar este país hermoso pero salvaje y mortal, le da a K un lugar envidiable. Todos saben (aun los que se indignan desde las radios o las columnas dominicales) que todo se aúna, se concentra en K, algo que es alarmante desde el punto de vista institucional. Si K desaparece no hay cómo reemplazarlo. Y detrás de K asoma ese viejo y terrorífico poder político: el del peronismo aparatista, el del peronismo de los buitres. Cualquier monstruo puede surgir de ahí. Y de ahí surgirá. No de las filas del ARI, ni de los radicales, ni de López Murphy, que posiblemente se unan pero sin lograr mucho. En suma, detrás de K está el sombrío aparataje, el alacranismo. Ellos son la verdadera oposición. Y desde la espesura de la alcahuetería cortesana, en tanto afilan sus garras, aguardan. Acaso, en medio de una conciencia crítica a la que no se debe renunciar, haya que preservar a K, y no facilitarles el trabajo a los buitres que acechan. Porque esos, sí, son temibles.

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