DEBATES › ¿SE PUEDE SER DEMóCRATA Y RELIGIOSO?

De Bonn a Buenos Aires

 Por Daniel Goldman *

Hace demasiado calor en Buenos Aires como para pensar en teología. Salir a la calle se asemeja a ingresar a los infernales distritos que sólo el Dante pudo describir con poética precisión. Dificultad que no presenta Bonn en esta época del año, vestida de blanco, ciudad que visité un tiempo atrás. Escenario bello que permite reflexionar sin aprietos alrededor del dios benévolo y considerado. Fue frente a esa paradoja climática que el maestro Osvaldo me obligó en el pasado descanso sabático a volver a recordar mis obligaciones metafísicas, y desde ahí reconfirmar que si es Bayer es bueno. En su habitual contratapa del día 7 de enero, cita al israelí Yoram Kaniuk, un hombre que recién ahora la crítica y la academia reconocen como uno de los grandes escritores, al nivel de Amos Oz o A. B. Yehoshua, quien con vehemencia describe que se puede ser “o demócrata o religioso”. Frase penetrante en el contexto de una extensa región donde los integrismos se expanden cada vez más. Pero relativa cuando el modo disyuntivo de la tradición nos interpela a otros a la búsqueda y a la confirmación de que se puede ser “demócrata y religioso”. Y no en nombre de la tradición, sino de la argumentación y la lógica, contenida en la interpretación más genuina y exquisita de las fuentes bíblicas y talmúdicas, que en forma dialéctica intiman intelectualmente a oponernos a cualquier integrismo que socave la libertad de reflexionar y actuar, y que a su vez reinstalen en la superficie el eco de las voces silenciadas de la historia, como diría Walter Benjamin. Tal vez ser religioso es ser demócrata, aunque pensándolo mejor, ratificar taxativamente los problemas ontológicos del “ser” me resulta absolutamente autoritario. De cómo tienen que “ser” las cosas, conceptualmente me sofoca. Por eso prefiero el “déjalo ser” de los Beatles al “deber ser” de Emmanuel Kant. También esta división categórica entre religiosos y seculares me incomoda bastante, ya que el apelativo de religioso me resulta un tanto deprimente y sospechoso. La búsqueda del dios benévolo en la argumentación de Bayer, con su permiso, además de tierno tiene un efecto potente en el pensamiento teológico, aunque posiblemente él lo niegue. Por eso, ¿quién es el religioso y quién no lo es? A veces se canoniza tanta argumentación científica con el autoritario criterio de autoridad, y con sanciones y excomuniones parecidas a las que vergonzosa y lamentablemente se realizan en el campo de las religiones. Y al revés puedo presentar otras luchas. Por ejemplo, la que hemos dado en este país hace casi dos años, cuando en el marco de la discusión del establecimiento del matrimonio igualitario los llamados “religiosos” de varios credos que apoyábamos la ley, con firme convicción y alejados de cualquier oportunismo, fuimos minoría en nuestros marcos comunitarios, y por ende castigados o, en el mejor de los casos, ignorados por nuestras propias estructuras. Si bien otros lo padecieron de manera más fuerte, en lo personal me resultó desafiante y a la vez divertido. Un rabino declaró ante la prensa local que por pensar como pienso me deberían llevar preso. Al final, es extraordinario advertir de manera empírica que cuando las mismas estructuras se organizan parapetándose y no adelantándose humanamente a los escenarios reales, los cambios culturales terminan pasándolos por encima. Vaticino que días más, días menos, lo mismo ocurrirá con el tema de la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Y espero que días menos, ya que no se puede seguir cerrando los ojos y negar lo que les pasa a los miles de pibas que terminan abortando en condiciones infrahumanas. ¡Chapeau, Uruguay! Son estas experiencias las que, a contrapelo de la historia, me indican que “si se es religioso se es espiritualmente anarquista”. Y en esto espero que el amigo Bayer coincida conmigo. Soy rabino y justamente por eso no soy un defensor de la religión en su sentido institucional.

Me simpatizan aquellos que los “religiosos” definen como “herejes”. Es más, desde otro lugar, y reflexionando al revés, me atrevo a afirmar que en realidad los herejes son los que se denominan conservadores de la ley (en todas las creencias habidas y por haber); porque atribuyéndose el patrimonio de la verdad enfrascaron los textos clásicos en una visión tan sesgada, tediosa y sofocante, que llegaron a disecar lo bello, lo poético y lo revolucionario que atesoran las Escrituras. Tan antipáticos y peligrosos son, que fueron capaces de argumentar acerca de la inferioridad de la mujer, la más misteriosa y por lo tanto, la mejor creación de Dios según la Kabalá. Nos recuerda Bayer en su artículo que en una pequeña ciudad de las afueras de Jerusalén quisieron obligar a una joven a sentarse atrás en un micro. ¿Para qué? Para que no los contaminara. Lo que no advirtieron es que mandándola atrás demostraron el atraso que existe en sus almas, si es que el alma existe en algún lugar del corazón o en la psiquis. Y si bien actitudes más cruentas ocurren en muchos países, se espera que los que se autodenominan observantes de las normas religiosas se comporten de otro modo. Pero vale la pena destacar que la reacción de la joven, que se negó a sentarse en el lugar donde los otros determinaron, adelantó una gran discusión y produjo que parte del colectivo israelí reaccionase de otro modo. A eso por lo general se lo denomina salud social.

Las mujeres y los gays son para estos llamados religiosos un gran problema. Las unas son diferentemente inferiores y los otros son homogéneamente enfermos.

Contrariamente a lo que sostienen estos conservadores de la lectura (y obviamente del poder omnímodo), reprimir y censurar la natural y encantadora connotación sexual y erótica que contienen muchísimos pasajes de la Biblia no es otra cosa que parte de una estratagema que demuestra una incapacidad de abstracción, y aunque crean lo contrario, transforman la teología en un objeto de culto pagano. Si uno relee el Talmud, el Midrash, los exegetas medievales y los escritos místicos, descubre que los de antaño eran mucho más liberales que la mayoría de los mentores y profesores de los seminarios actuales, que por lo general sufren de una involución reflexiva y de un temor a los fantasmas dogmáticos que supuestamente los persiguen.

Y permítanme ir un poco más allá. El rabino Rami Shapiro, a quien conocí en una oportunidad, y aprendí a respetar por expresar las honestas certezas que me abrazan en su incomodidad, afirma que “todos los sistemas de creencias reflejan los prejuicios humanos”. Lo que dice Shapiro no es nuevo. Lo dicen desde los antropólogos hasta los psicoanalistas. Pero en lo personal, escuchándolo en boca de un colega rabino, me resulta encantador, me conmueve de manera escandalosa, me contiene, permite afirmarme en mi religiosidad, y por sobre todas las cosas me hace sentir muy cómodo. De lo contrario, si la sistematización fuese de origen divino, Dios hubiese sido simplemente un analista de sistemas o un tedioso contador. Desde allí, Dios es la metáfora más sublime y abstracta. Tan abstracta que sólo puede comprendérsela en la comparación con la realidad más cruda. Como hubiese dicho Maimónides: sólo “la negación” de lo que el hombre atribuye a la usanza de los atributos humanos llega a aproximarse a Dios. Está mal definir que Dios “es”, porque Dios “no es”. Todo “ser” “es” desde la concepción humana. Por lo tanto, desde ese lugar, el sexo es absolutamente humano, pero se me ocurre que “el goce” puede llegar a ser reflejo de esa metáfora divina. Siempre que no exista violencia o manipulación física o psíquica, todos los modos de expresión de la sexualidad son sagrados, como parte arrolladora de esa metáfora.

Obviamente que la lectura que me atrevo a realizar es absolutamente ideológica. Tan ideológica como la más conservadora. En mi caso, la tradición judía, a la que pertenezco sin apropiarme exclusivamente de ella, me permite articular mis creencias, que seguramente, y por suerte, no son las mismas que las de todos los judíos. Porque si todos pensasen-creyesen como yo, no existiría la tensión y la polémica que, de manera intrínseca produce la creación intelectual, artística y tecnológica.

Siguiendo la reflexión anterior, ya muchos pensadores judíos, acompañándose en algunos casos de la Crítica Bíblica (disciplina académica que analiza las Escrituras tomando como referencia la lingüística moderna, la arqueología, la historia, la antropología, etc.), sostienen de un modo muy agudo que no hay revelación divina en el texto. Así como Dios no es varón ni mujer, ni homo ni trans, ni contador ni analista, tampoco es ensayista, poeta o novelista. Acorde con el punto de referencia que considero en este caso, el texto bíblico es una creación humana al servicio de la política económica, social y espiritual de los que la crearon y sigue siendo un factor de composición para los que la interpretamos y nos inspiramos en ella, porque es parte de una cultura que llevamos encantadoramente a cuestas, sea cual fuere nuestra idea de Dios o nuestra incredulidad. Y aunque él no lo crea, los que somos apodados “religiosos” necesitamos de más herejías teológicas como las de Bayer, de más interpretaciones liberadoras, ya que son parte de las batallas ideológicas que debemos dar en éstos, nuestros tiempos, y que corren en la misma línea de tradición, de convicción y de talento como fueron las de Abraham el patriarca, Moisés el líder, David el Salmista, Salomón el estadista e Isaías el profeta. Menos mal que cada uno de ellos existió. Y si no existieron, ¡qué bueno que hubo alguien que los inventó!

* Rabino de la Comunidad Bet-El.

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