“... yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo sombrero en mano, y en los estadios suplico:

–Una jugadita, por amor de Dios.

Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece.”

Tal el remate de Eduardo Galeano en “Confesiones del autor”, de su libro Fútbol a sol y a sombra. Y por lo mismo que Galeano, uno desde su trasfondo bostero se hace quemero. No por el folklore del entorno, sino por la música de la pelota. Desde el entrañable soneto “Un viaje en Globo”, que el no menos entrañable Juan Sasturain entregó para engalanar Página/12 del lunes, hasta el resto de la prensa gráfica de ese día, “Cuando sale el sol, brilla el fútbol”, de Juan José Panno, también en Página/12; “Con aquel estilo lujoso”, de Horacio Pagani en Clarín; “Este equipo emociona” (Cappa dixit), de Waldemar Iglesias también en Clarín, y la saludable recomendación de Alejandro Wall, “Vaya a ver a Huracán que hace bien”, desde Crítica de la Argentina, invitan a la ilusión.

Es que el fútbol de Huracán del domingo, el que a diez minutos del final hizo que a Fatiga Russo, emblemático del equipo de 1973 y ayudante de campo de Cappa en estos tiempos, se le piantara un lagrimón de “emoción-alegría”, es definitiva y absolutamente –y para horror del tacticismo, de los divididores de pelotas, de los paracaídas, los abdominales y las pesas, en fin, de la conjura de los necios, para quienes lo único que importa es ganar– el fútbol que le gusta a la gente. Que aunque no parezca somos muchos más que los que ellos creen, e incluso muchos que los que nosotros mismos creemos ser.

Por todo esto, porque Bolatti juega de centrojás simplificador, porque De Federico es petisito, porque Pastore es impredecible, porque Araujo se atreve cada vez más, por tanto más y porque lo de Galeano es cierto, pese al trasfondo bostero, uno no tiene más remedio que, también, hacerse un poco quemero. Para disfrutar, ¿viste?