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Coloniaje mental

 Por Alcira Argumedo *

Es siempre perentorio libertar a la política, a la escuela, al colegio, a la Universidad, de todo coloniaje mental, porque de tal sumisión resulta en nuestros países la entrega de su economía, de su política, de su cultura. (Documento liminar. Reforma Universitaria. 1918.)

La actual crisis mundial no es meramente económica o financiera; manifiesta un cambio de época que cierra el ciclo histórico de la Revolución Industrial y la Edad Contemporánea. Su magnitud y naturaleza obliga a pensar respuestas creativas ante este colapso, que evoca las grandes crisis de 1873 a 1895 y la de los años treinta. También ahora se trata de una crisis de sobreproducción por carencia de demanda, cuyo origen se sitúa en la polarización de la riqueza mundial: el 20 por ciento de los sectores más ricos concentran el 87 por ciento de los ingresos.

La globalización neoliberal ha exacerbado durante las últimas décadas esta polarización, gestando una inmensa masa de población sobrante que supera los dos mil quinientos millones de personas en el planeta. Nuevos polos económicos como China e India comenzaron a disputar los mercados, que hasta los ochenta dominaban Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, planteando condiciones de sobreproducción al no complementarse con una redistribución de la riqueza, para garantizar la demanda internacional correspondiente. Esa sobreproducción llevaría a los capitales financieros que no encuentran oportunidades de inversión en la economía real a volcarse a la especulación sin límites.

Durante más de veinte años, la economía mundial crece sobre la base ficticia de una valorización financiera basada en papeles pintados –acciones, compras a futuro, primes o subprimes, hedge funds y similares– carentes de todo respaldo: hacia 1983 el monto total de activos financieros disponibles era equivalente al producto mundial; pero hasta fines de 2007 había crecido en un 1800 por ciento, gracias a esa especulación. La resistencia de Estados Unidos a aceptar su declinación como líder económico, financiero y militar del sistema imperialcapitalista se traduce en una gigantesca deuda que desintegra el supuesto respaldo de una poderosa economía a esos papeles pintados. A comienzos de 2008, la suma de su deuda pública y externa superaba los 21 billones de dólares –casi dos veces el PBI de 13 billones–, además de la deuda privada de la población, de otros 14 billones: 35 billones equivalentes al 50 por ciento del PBI mundial, que en el 2007 rondaba los 60 billones.

La implosión de septiembre de 2008 transparenta esa descomunal farsa; porque los valores reales de los diversos papeles pintados son varias veces menores: como ejemplo, altos ejecutivos admiten que, en pocos meses, los activos del Citigroup se redujeron al 10 por ciento.

El carácter civilizatorio de la crisis se vincula con los impactos de la Revolución Científico-Técnica, en tanto las tecnologías de avanzada requieren un 75 por ciento menos de tiempo de trabajo humano para el grueso de las tareas en las diferentes áreas de actividad económica y social. La filial de Ford en Argentina es ilustrativa: su gerente declaraba con orgullo que, gracias a los robots, estaban produciendo con dos mil quinientas personas más de lo producido en los años setenta con doce mil trabajadores: lo que se denomina reconversión tecnológica salvaje. El tema es que los robots no se cansan, no paran para comer, no hacen huelgas, pero tampoco compran automóviles; ni hablar de las posibilidades de compra de los miles de trabajadores desplazados.

Expandida a todas las áreas industriales, los servicios, las comunicaciones, las finanzas, las cargas portuarias, el sector rural y otras áreas –dado su carácter invasor–, la reconversión salvaje se acelera en los últimos veinte años. Sin embargo, esa disminución del tiempo de trabajo no se resuelve necesariamente desplazando personas: la alternativa es bajar la jornada laboral y retener al conjunto de los trabajadores con salarios dignos. Esta última opción se impuso ante la crisis del treinta y en especial entre 1945 y 1973, cuando la jornada bajó masivamente desde las 72 horas semanales de principios del siglo XX a 40 horas: un descenso del 45 por ciento, que coincidió con los más altos niveles de crecimiento de la economía internacional. Si estamos ante una crisis de sobreproducción por carencia de demanda, la clave es una redistribución en gran escala de la riqueza y no el aporte de cuantiosos fondos a los principales bancos y corporaciones responsables del desastre, sumado a despidos en masa: vano intento de apagar el fuego con gasolina.

En este contexto deben evaluarse las decisiones del gobierno sobre el Tren Bala y Aerolíneas Argentinas. Un proyecto nacional y de integración latinoamericana autónoma, desde una visión crítica al coloniaje mental –a la idea de nuestra incapacidad congénita– obliga a concebir alternativas exactamente inversas a las del kirchnerismo y los partidos opositores de derecha. Se trata de superar el predominio del modelo agro-minero-exportador, que tiende a dejarnos fuera de la historia. Porque si Argentina y América latina no abordan el desarrollo de conocimientos y tecnologías de punta están condenadas a producir velas de sebo cuando ha llegado la electricidad.

Frente al Tren Bala, que endeuda al país por treinta años e impone una dependencia tecnológica con Francia, se ha planteado el Tren para Todos, con producción local de locomotoras, rieles, vagones y todo el instrumental necesario, lo cual crearía decenas de miles de puestos de trabajo legítimos, además del efecto multiplicador en la producción de insumos y en las economías del interior. En el caso de Aerolíneas, es irracional endeudarnos en más de 3000 millones de euros a favor de la Airbus europea y reforzar la subordinación tecnológica, con la compra de aviones bajo la extorsión espuria de Marsans. De ser así, la estatización de la fábrica aeronáutica de Córdoba la convertiría en un mero taller mecánico de mantenimiento. En contraste, proponemos un sistema provisorio de leasing, durante el tiempo requerido para abordar la coproducción con Embraer de Brasil y Enaer de Chile, junto a otras naciones del continente, utilizando el capital disponible en la reconstrucción efectiva de nuestra industria estatal aeronáutica: un proyecto orientado a desarrollar el potencial científico-técnico de América latina, como condición ineludible de su soberanía. Dentro del marco de Unasur esto permitiría incorporar a Aerolíneas en la creación de Líneas Aéreas Latinoamericanas –provista por aviones latinoamericanos–, a fin de cubrir las rutas internacionales. Para aquellos afectados por el coloniaje mental que duden de esta posibilidad, cabe recordarles que la empresa pública Invap –dependiente de la Comisión Nacional de Energía Atómica y la provincia de Río Negro– le ha ganado licitaciones internacionales a la Siemens (a pesar de sus coimas), a la General Atomic y a otras corporaciones de similar envergadura: mientras Obama lanza la consigna buy american, el gobierno proclama compre francés. La historia exhibe con cifras inapelables el papel de las inversiones y los capitales financieros externos en Nuestra América. Luego de una década de Alianza para el Progreso, en 1969 los cancilleres latinoamericanos demostraron al presidente Nixon que por cada dólar invertido en el continente, Estados Unidos se había llevado tres. En una reunión episcopal realizada en México, los obispos denunciaron que América latina había pagado entre 1981 y 1990 la suma de 418.000 millones de dólares, sólo en concepto de intereses, por una deuda inicial de 80.00 millones. El saqueo respaldado por el FMI y el Banco Mundial durante los noventa multiplicó varias veces esos montos, con las privatizaciones, el tratamiento de la deuda o la fuga de capitales: la deuda con el Club de París y acuerdos semejantes son parte de este proceso. Si el comportamiento delictivo de estos capitales financieros llevó al derrumbe de Wall Street y de las economías de la Unión Europea y Japón, si el financista Madoff le robó los ahorros al propio Henry Kissinger, imaginemos sus actividades en este continente. Razones que obligan a revisar la legitimidad de la deuda y las privatizaciones en América latina, como lo están haciendo Venezuela, Ecuador y Bolivia, con la complejidad propia de estos desafíos, enfrentando al coloniaje mental sin dobles discursos.

* Socióloga, integrante de Proyecto Sur.

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Imagen: AFP
 
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