DEPORTES › LA PATRIA TRANSPIRADA

Contame una historia

 Por Juan Sasturain

Enviado especial a su casa

Por suerte, un partido de fútbol, aunque se resuelva con un resultado, no es sólo una cuenta ni una operación reductible a términos cuantitativos: sumas, restas, proporciones. Los números: goles, corners, offsides, expulsados, oportunidades de gol, porcentajes de posesión de pelota, metros recorridos por los jugadores y todos los datos más o menos imbéciles o pertinentes que puedan cargarse a una compu para que los digiera y opine –porque las compus opinan, qué otra cosa pueden hacer–; los números, digo, son carne de estadística, una seudociencia que nos informa (parcialmente) sobre cuánto –pero no cómo– ya sucedió, y que –para algunos necios y/o soberbios– suele servir para profetizar sobre lo que no podríamos ni nos interesa saber si ocurrirá.

Porque lo que hace a la belleza, el interés (fervores, angustias, alegrías) que despierta el fútbol –y es lo que diferencia su popularidad de la de los juegos de azar–, es que un partido (también un campeonato) es un relato, un cuento, una historia que, como tal, no tiene un resultado sino un desenlace, que es otra cosa en términos épico-dramáticos. Lo que resulta de un partido, lo que lo constituye como hecho único, irrepetible, no es sólo cómo terminó (el resultado), sino cómo fue, qué pasó para que resultara así... Los partidos, como las historias –novelas, cuentos, películas– pueden ser comedias, dramas, farsas, folletines, relatos de terror o de suspenso, incluso auténticas tragedias. Además –y ahí está el encanto, en el riesgo–, uno no sabe con qué se va a encontrar. Los relatos, también, suelen cambiar de tono en su desarrollo: lo que empieza como comedia liviana, termina en drama o se insinúa relato de suspenso, para terminar con final feliz o atroz, insoportable. Es así.

Los relatos, además, tienen capítulos, secuencias, nudos (momentos clave), zonas de interés, de monotonía o de suspenso y, sobre todo, personajes: secundarios y principales, héroes y villanos, voces cantantes y calladas. Y una más: una novela, un cuento, una película, pueden ser contados desde distintos puntos de vista y coyunturas. Nada de eso aparece en el resultado ni en la estadística. Lo más parecido al partido como relato es lo que suele llamarse el trámite: cómo vino la mano, qué pasó en la cancha y qué pudo haber pasado si... Ese espacio tan rico de posibilidades latentes que por un pelo (es decir, un palo, un expulsado, un error, una genialidad) no se actualizaron. Como en las novelas, el interés de una historia está hecho también de las posibilidades de lo que finalmente no fue, pero que en el momento del relato pudo haber sido.

Ayer, por ejemplo, Argentina jugó saludablemente muy bien, como nos gusta verla, como esperamos que lo siga haciendo; ganó con justicia y holgura, los números son elocuentes en todas sus columnas: goles, situaciones, posesión, lo que quieras. Sin embargo, sólo el relato, el trámite del partido, puede dar cuenta de lo que sucedió –en la cancha y en nuestros frágiles corazones– durante una quincena larga de minutos, los primeros del segundo tiempo, la continuidad virtual del descuido del pobre Demichelis.

Más claro: los coreanos llegaron por mérito propio –sin contar el regalo– una sola vez. Sin embargo, si el muchacho que llegó vacío por derecha a espaldas del fugado Heinze nos embocaba y se ponían 2 a 2 sin haber hecho un carajo, ¿quién puede decir cómo hubiera seguido aquello? Ahí el partido pudo dar un viraje imprevisible de los que el fútbol nos suele deparar.

Y es aquella jugada cuando estaban uno abajo, más la desgracia del defensor que hizo un tanto en contra y el posible offside de Higuaín en el segundo gol lo que subrayarán (el cuento que se contarán) los cronistas coreanos al hacerse la historia del partido. Y me gustaría estar dentro de la cabeza de esos desgraciados protagonistas, o de los hinchas que asistieron de rojo al estadio, para que me cuenten su (otra) historia.

Cada vez me siento más tentado de encarar el comentario de los partidos como si fueran historias, hechos artísticos, creaciones colectivas únicas. Creo que sería una manera de hacerles justicia en medio de tanto análisis mercantil de resultados o de seudocientificista de cuarta.

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Imagen: AFP
 
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