DEPORTES

Lo que se mira por tevé

 Por Mario Wainfeld

El Mundial de 1970 fue el primero en ser transmitido en directo por tevé para la Argentina. Hasta entonces las imágenes no llegaban o lo hacían días después, enlatadas, como ocurrió en Inglaterra ’66. El imaginario de los hinchas, pues, lo formateaban los medios, la radio muy especialmente. En la década del ’60, el relator hegemónico era José María Muñoz, que hacía el bocho del público, contra la oposición parcial de la revista El Gráfico que practicaba un periodismo crítico y bien escrito. Pero la transmisión en vivo maleaba las conciencias, de modo irrebatible. Cuando se veía la grabación, con tremendo delay, la opinión pública ya estaba convencida. Muñoz, entre varios, practicaba un periodismo exitista, apegado al poder político y deportivo. Fue una era de conformismo, de denuncias de arbitrajes ominosos contra la Patria, de campeones morales en fútbol y en boxeo por entonces muy popular. “Perdimos, nos afanaron” era la secuencia más habitual.

El advenimiento de las imágenes mejoró la ecuación del espectador, que pudo percibir en Alemania ’74 que la Selección era inferior a muchos de sus rivales. Esa revolución del saber popular quizá condicionó el cambio de paradigma en el manejo de la Selección, que derivó en la llegada de César Luis Menotti. Quizás...

Cuando está tan en boga la polémica sobre la relación entre medios y audiencia es de manual resaltar que, aun cuando se ven los hechos, el editor conserva una primacía significativa. El que edita siempre elige, hasta cuando ofrenda una multitud de cámaras. A la vez, el espectador no es manco ni pasivo: se defiende, valiéndose de su capacidad de decodificar los mensajes. Un ejemplo costumbrista cotidiano, que se repite ahora, es el debate que divide cualquier auditorio cuando un mismo partido es transmitido por varios canales. No hay hincha carente de preferencias y de vetos respecto de relatores y comentaristas. En un país de cultura y tradición mestiza cunde la tercera posición: ver la tele y escuchar la radio. En ese territorio alternativo prima Víctor Hugo Morales, desde mucho antes de embanderarse en la polarización política de los años recientes.

Con todas las precauciones y con una platea desconfiada y de espíritu crítico, los colegas especializados en deporte consiguen mechar el sentido común con tópicos que invaden la tertulia de café de laburo. Algunos son irrebatibles como la disfuncionalidad de la pelota de este torneo. Otros se van deshilachando, como aquel que extrapolaba el aburrimiento de la primera ronda y signaba el futuro del certamen. En la segunda vuelta, superados el miedo escénico y la tendencia especulativa del debut, los partidos son más dramáticos, se convierten más goles y pierde sentido conformarse con el cero a cero y hasta perder por un solo gol.

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La narrativa de medios y de sponsors en las vísperas y en el inicio de los mundiales es insoportable, en promedio. La primera persona del plural prima en los relatos y en las propagandas: “todos somos Argentina” es uno de los slogans más socorridos. Se sostiene aún ante un traspié que no deje afuera al equipo. Pero si, ay, llega la eliminación (el sino inexorable de todos menos uno), el enfoque cambia. Seamos justos con los mercaderes: los sponsors son, en esa hora de dolor, más piadosos que muchos cronistas. Los integrantes vicarios del equipo, como la carroza de Cenicienta, se transmutan, no en calabaza, sí en caranchos. Es interesante escuchar o leer cómo mechan (en medio de los festejos que no osan contradecir) datos acerca de “huevitos de la serpiente” que podrán ser puestos en primer lugar cuando hablen, en tercera persona, de “ellos”: los jugadores si son vencidos.

Diego Maradona conoce esas peripecias y está en alerta permanente. Por eso su mensaje, como el de sus antagonistas agoreros, tiene elementos preventivos. El técnico no sabe de ambigüedades, así que anticipa la batalla. Quizá Sun Tzu lo haya aconsejado en sus textos tan abusivamente citados. Maradona (que es autodidacta) usa las conferencias de prensa para demarcar el campo de batalla. Ayer se dio el lujo de reanudar relaciones con Michel Platini, pero lo hizo a costa de acusar a los periodistas de haberle mandado carne podrida distorsionando declaraciones del ex crack francés. Y disparó otra vez contra Pelé, uno de sus blancos favoritos.

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El mensaje de Maradona es complejo y se propaga todo el tiempo. Su cuerpo y su actitud son diferentes a su grito feroz frente a la cámara en el Mundial del ’94, preludio de su caída en la debacle y la efedrina. O de la bronca desparramada en el Centenario de Montevideo tras la clasificación. La rabia en el grito y en la celebración es connatural a los argentinos, no exclusivamente al “10”. Pero, hasta acá, empilchado con seriedad, Maradona se esmera en mostrarse cálido y calmo a la vez. Hasta aquí, le sale bomba.

En la conferencia Maradona resaltó que habla mucho con los jugadores, que hay reuniones para conversar todo y que prefiere consensuar a imponer o castigar con multas. ¿Habrá suspicaces que asocien su viraje al consensualismo con el giro a la moderación del kirchnerismo en mayo y junio, bajando considerablemente los decibeles? Sería una demasía, la autonomía del DT es innegable.

La exaltación de las reuniones y el diálogo tuvo corroboraciones en la cancha. La más saliente fue el largo palique con Juan Sebastián Verón, durante una interrupción del partido contra Nigeria. Como pescó bien el blog Revolución en tinta limón, el técnico escuchó (pongámosle, audiblemente) al jugador. Una praxis exótica, por lo general. Desde el banco se grita, se sobreactúa, se emiten consignas, con gestualidad castrense o cuanto menos con la superioridad del sabio. Foucault y Lacan se perdieron el discurso de poder de los técnicos, una lástima.

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Otra imagen fascinante para el cronista fue el abrazo a Martín Demichelis al final del partido de ayer. Demichelis cometió un error grave que costó un gol y causó un bajón de Argentina. Maradona, que se saludó con todos los jugadores, alzando a algunos como Lionel Messi, le dedicó al infortunado defensor bastante más tiempo que a los demás. Lo estrechó con fuerza, le habló al oído, lo acarició. Diego, baqueano en el territorio mediático, sabe que ese gesto les habla a varios auditorios: al destinatario, más vale, pero también a millones de televidentes. Esa dualidad mágica, que conocen todos los que han participado en medios audiovisuales, potencia el valor de la caricia. Maradona bancó a Demichelis hablándole en confidencia a él y en megáfono a la tribuna. Esta y Demichelis tomaron nota.

Jonás Gutiérrez recibió otro espaldarazo, al que compensó con mejor juego que el sábado pasado. En esos detalles, supone el cronista, se destaca que Maradona es mucho más jugador, hincha y líder grupal que técnico. Tales sus calidades y falencias, cuyo rendimiento es un arcano que se irá descifrando partido a partido.

Porque, ya se sabe, los resultados son muy condicionantes. Una metida de pata como la de Demichelis, una macana como la que cometió el arquero de Nigeria en medio de dos partidos perfectos, hibernar como Argentina en la primera mitad del segundo tiempo contra Corea pueden ser la cifra del adiós a la Copa.

Habrá que ver, repetir cábalas los que creen en ellas. Entre tanto, la Selección mejoró su desempeño respecto del día del estreno. Contra Nigeria logró dos de las tres “G” del mandato futbolero: ganó y gustó. Ayer añadió la tercera, golear. Y otra más, el famoso punto G porque por momentos excitó al nivel gozoso y doloroso que (hasta donde llega el saber del escriba) sólo prodigan el fútbol y los orgasmos.

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