DEPORTES › UNA TARDE CHIC EN LOS PASILLOS DE ROLAND GARROS

Hay que estar para estar a la moda

 Por Soledad Vallejos

Desde París

No importan la brisa que de a ratos se vuelve ventarrón, las nubes que amenazan con volver imposible el polvo de ladrillo ni la hora de la jornada. Unas cuantas cuadras antes del predio, para llegar a Roland Garros cualquiera podría tirar el mapa y llegar sólo guiándose por el canto inconfundible de los arbolitos de entradas: “Qui veut des places?”, “tickets? tickets? tickets?”. El mercado negro, sin embargo, termina pronto, una vez pasada esa no tierra de nadie entre el metro y el acceso al corazón tenístico del momento, que en París copa hasta radios (no siempre especializadas) con relatos en vivo exaltadísimos (“saca”, “largo el tiro”, “un drop, devuelve, increíble, a ver qué hace ahor... ohhh”) en voces de locutores que deben tomar vacaciones al terminar cada partido.

Desde las alturas de las tribunas, en la Terraza de los Mosqueteros (donde, mientras la pantalla gigante transmite jugadas de Gael Monfils, una multitud celebra lo inesperado: un señor, con complicidad de un camarógrafo, aprovecha la ocasión para simular un concurso televisivo y pedir matrimonio a su novia, arrodillándose y todo; ella dice que sí), en los corredores entre estadios y courts, resulta claro que no sólo de tenistas se hace fuerte el torneo, porque las multitudes son un punto fuerte de la animación. Tan fuerte que ni siquiera los precios de los amenities, un poquito escandalosos hasta para estándares de París, pueden desanimarla. Arden los recambios entre courts de personas munidas de bolsita de papel impresa con logo y monograma del torneo (1,50 eurito lo que vale) y se complica caminar sorteando a quienes hacen cola por un potecito de yogur (4,50) o remeras, toallas y otros souvenirs un poco más tradicionales y perdurables.

Pero el tiempo muerto entre partidos siempre se puede amenizar mientras, desde el aire, la camarita prendida a un avioncito de juguete (rigurosamente señalado con la marca de un sponsor de Roland Garros) hace tomas aéreas del hormiguero que inunda courts y caminos entre el Suzanne-Lenglen y el Philippe Chatrier. A los pies de la tribuna René Lacoste, en el estadio Chatrier, una pequeña orquesta de jazz improvisa desde un hit de Zas hasta un Adiós Nonino. Un poco en las alturas, detrás de los vidrios de un salón reservado a autoridades de la FFT, parecen flotar las copas de espumante para acompañar la tarde.

En el partido que Mónaco terminará ganando a Pouille, por los gritos la hinchada parece localísima, aunque algunos saludos de tribuna a tribuna hacen sospechar la presencia de argentinos de incógnito. Al lado, donde Kohlschreiber batió al español Riba, nadie supo precisar la nacionalidad, o al menos con quién simpatizaba, el muchacho vestido con catsuit de tigre. Llevaba anteojos negros, eso sí.

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