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Apagar el incendio con nafta

 Por Raúl Dellatorre

A esta altura, tras la operación de rescate de Fannie Mae y Freddie Mac, las dos gigantes del mercado hipotecario –una semana atrás–, y la de AIG, la mayor compañía aseguradora –esta semana–, ya se puede afirmar que el gobierno estadounidense acaba de producir la mayor intervención de su historia en la economía. Fueron 200 mil millones de dólares en la primera operación, otros 85.000 millones en la última. Pero no fueron las primeras ni serán las últimas. Las operaciones de redescuento de la Reserva Federal sobre el sistema bancario han inyectado durante el año pasado más de 500 mil millones de dólares, y otros cientos de miles se fueron sumando a lo largo del actual. ¿Está solucionando la crisis el gobierno o está inflando más la burbuja? Hay indicios que sugieren no descartar la segunda hipótesis.

Pero también hay razones que hacen comprensible que el gobierno estadounidense esté poniendo todos sus esfuerzos en que la gran pelota no explote ahora. Al menos, razones que atañen a un gobierno que se va en cuatro meses y que no está en condiciones de cerrar, antes de su partida, varios conflictos abiertos en el plano militar, político y económico.

No fue un giro ideológico lo que llevó a la administración Bush a convertirse en intervencionista, sino razones de autopreservación. La caída de Fannie Mae y Freddie Mac hubiera arrastrado a fuertes e importantes poseedores de títulos hipotecarios del mercado estadounidense. Entre ellos, los bancos centrales de China, Japón y Corea, según un reciente artículo del economista estadounidense Michael Hudson.

Pero no sólo por no generar enemistades con socios poderosos fue que Bush y los suyos se volcaron en favor de medidas proteccionistas e intervencionistas. El enorme doble déficit de la economía estadounidense, el fiscal y el comercial, creciendo de manera explosiva en los últimos años, obligó a buscar mecanismos de atracción de capitales financieros que compensaran el desfasaje de la balanza de pagos. “El mercado de bienes raíces ofrecía el único activo de envergadura para compensar la fuga provocada por los gastos militares, el comercio exterior y la huida del capital inversor”, señala Hudson. Al mecanismo inicial de alentar al mercado interno a la adquisición a crédito de viviendas, le siguió el impulso a la especulación con títulos hipotecarios. Los bancos centrales asiáticos fueron invitados de lujo a la fiesta. Y un mercado especulativo altamente rentable fue, y sigue siendo, el único atractivo que puede ofrecer el sistema financiero estadounidense para que los dólares se reciclen y no se deprecien.

A las razones militares (mantener el único sostén posible al gasto bélico, el déficit fiscal) y económicas (no permitir que el dólar se caiga), se agregan razones políticas. Fannie Mae y Freddie Mac son parte del sistema de intervención paraoficial del gobierno federal en el sector financiero, pero también parte activa de un poderoso ejercicio lobbista entre los congresistas norteamericanos en defensa del sistema especulativo estadounidense en su conjunto. Como tal, se han convertido en generosos financiadores de campañas políticas de senadores y representantes, indistintamente de su camiseta. Como no se llaman Antonini Wilson ni son venezolanos, no merecen ser investigados por la Justicia independiente de ese país. ¿A qué amigo en desgracia no se le echa una mano?

La cuestión es si estas acciones llevan a la puerta de salida o siguen agregando más aire al globo. La estrategia del Tesoro estadounidense se mantiene en la línea de bombear más fondos al mercado inmobiliario y al sistema financiero, para que los elegidos –selectivamente– no se caigan. Pero el efecto es aumentar la deuda de los ya endeudados, sumar pérdidas a balances en rojo. Y todo esto, frente a ingresos que no crecen y demandas en fuga por el pánico que genera el panorama. Hasta los especuladores más audaces huyen.

El rescate, por ahora, no tiene otro efecto que posponer el momento del quiebre, pero no restaura la capacidad de pago de los deudores. Buscar otra cosa significaría, para el gobierno Bush, abandonar su política militar, renunciar a la hegemonía del dólar o castigar a sus financistas de campañas. En vez de eso, abandonar un poquito la ortodoxia con algo de política de “Hood Robin” suena más atractivo. Después de enero, se verá.

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