ECONOMíA

El retorno de la inseguridad económica

 Por Luciano Anzelini *

Las cosas se han dado vuelta como la taba. El mundo desarrollado, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza, exhibe una debilidad sin precedentes frente a las crisis internacionales. América latina, por su parte, ha resistido estoica los embates y fue apenas sensible al marasmo de la economía mundial.

En uno de los libros contemporáneos más importantes sobre teoría de las relaciones internacionales (Power and Interdependence, Little, Brown and Company, 1977), Robert O. Keohane y Joseph S. Nye desarrollan, en el marco de su “teoría de la interdependencia compleja”, dos conceptos de singular valía para entender las crisis internacionales. Se trata de las nociones de “interdependencia de sensibilidad” e “interdependencia de vulnerabilidad”.

Estas dimensiones remiten al modo en que las crisis externas (políticas y económicas) afectan a los países y a la capacidad de respuesta que éstos exhiben frente a ellas. Según los autores: “La sensibilidad significa una contingencia ante los efectos de costo impuestos desde afuera antes de que se puedan modificar las políticas para tratar de cambiar la situación. La vulnerabilidad puede definirse como la desventaja de un actor que continúa experimentando costos impuestos por acontecimientos externos aun después de haber modificado políticas”.

Los autores recurren al ejemplo de Estados Unidos y Japón frente a la crisis del petróleo en los ’70. Si bien ambos países resultaron sensibles al incremento de los precios del crudo, sólo Japón fue vulnerable, puesto que continuó experimentando efectos deletéreos –dada la imposibilidad de recurrir a fuentes energéticas internas a un costo moderado– aun después de ajustar sus políticas.

Las recurrentes crisis económicas que el mundo desarrollado viene atravesando desde septiembre de 2008 (Lehman Brothers) –cuya última evidencia es la debacle europea con el infaltable ajuste en Grecia, España, Portugal y Hungría– nos revelan la perenne utilidad de los conceptos de Keohane y Nye. Puesto simplemente, América latina ha sido “sensible” pero no “vulnerable” frente a la crisis global, mientras que Estados Unidos y Europa han experimentado en carne propia la vulnerabilidad, aun después del despliegue de una batería de medidas que incluyeron desde estatizaciones y salvatajes financieros hasta ortodoxos paquetes de reducción del déficit.

¿Por qué se ha trastrocado la dinámica histórica de las crisis internacionales? ¿A qué se debe la novedosa capacidad de respuesta de América latina? La cuestión podría resumirse del siguiente modo: todos los gobiernos de la región han asignado al Estado un papel clave para enfrentar la crisis global. A diferencia de la década de 1930, las recetas keynesianas no fueron aplicadas con posterioridad a la crisis, sino que ya eran parte del menú de opciones antes de ella. Esta decisión –que además ha implicado que no sean los trabajadores quienes deban asumir los mayores costos, como ocurrió con las irresponsables políticas neoliberales en los ’90– se apoya en otros dos datos fundamentales de la actualidad latinoamericana: la recuperación de la gobernabilidad y el robustecimiento de la democracia.

La crisis del ’30 tuvo efectos políticos devastadores para los países latinoamericanos. La principal consecuencia de aquel tremendo trance económico fue el retroceso de los gobiernos democráticos y el avance del autoritarismo en casi toda la región. Nada de esto ha ocurrido en 2008–2010. El campo político-institucional –con la lamentable excepción de Honduras, aunque por motivos diferentes– se ha mantenido indemne frente a la crisis global. Además, los mandatarios sudamericanos gozan de inéditos picos de popularidad. Todo ello en un marco de sistemas económicos que, a diferencia del pasado, no se han desmoronado, si bien han experimentado la “sensibilidad” lógica –y transitoria– en el momento más álgido de la crisis global.

Así las cosas, no llama la atención que en la nueva doctrina de seguridad lanzada por el presidente Obama el pasado 27 de mayo se destaque un apartado especial dedicado a las cuestiones económicas. Allí se plantea la necesidad de una “economía fuerte” que haga al país “menos vulnerable”. Estamos nuevamente en presencia de una definición amplia, no restrictiva de la seguridad, que incluye en su seno a las cuestiones económicas. Los tiempos han cambiado notoriamente para el centro del poder mundial, que décadas atrás privilegiaba las definiciones estrechas, en gran medida porque la inseguridad económica era una cuestión privativa de la periferia.

Se trata del reconocimiento explícito de que la mera “sensibilidad” frente a las crisis globales se ha convertido, para las potencias centrales, en un dato del pasado.

* Investigador del Ceepade y director de la Maestría en Defensa Nacional (Edena).

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