ECONOMíA › INTEGRACION PRODUCTIVA Y MERCOSUR

Para no caer en el ALCA

 Por Claudio Scaletta

Un proceso de integración económica demanda que las economías se integren. La afirmación es tautológica, pero tratándose del Mercosur vale la pena enunciarla, pues entre la borrasca de declaraciones, ideología y luchas de poder regional, el destino del bloque permanece incierto, lo que constituye la mejor vía libre para el ALCA. Siguiendo el modelo europeo, el Mercosur se propuso un camino de etapas y continúa sin superar la primera, pues la “unión aduanera” regional se ha vuelto crecientemente imperfecta. Las ya proverbiales rencillas sectoriales se tradujeron en la introducción de nuevas barreras comerciales y el tipo de inserción internacional de las economías de los dos socios mayores, Brasil y Argentina, dista de ser un aliciente para el destino común. La supuesta voluntad política para la integración no es suficiente si la misma voluntad no existe primero en las burguesías que conducen las economías locales.
La Argentina es un país esencialmente exportador de commodities, tanto de las cadenas agroindustriales como de las industrias básicas. En principio, ninguna de las dos ramas necesita la integración con Brasil. Como lo demuestra el caso del grupo multinacional Techint, la siderurgia local se ha integrado en Latinoamérica prescindiendo de Brasil, mientras que las producciones de base agropecuaria, como cereales, oleaginosas, aceites y carnes, resultan competitivas con el país vecino, no complementarias. Lo mismo sucede con la renacida industrialización sustitutiva orientada al mercado interno, que, en su evolución, demanda nuevas barreras comerciales dentro del bloque; desde las licencias no automáticas en línea blanca, a los acuerdos de autorregulación sectorial en textiles y calzado. Fuera de la corriente principal sólo se ubica el caso del sector automotor y su cadena de proveedores, pues sus movimientos responden a las distintas estrategias internacionales de ensamblado que siguen las multinacionales que producen a ambos lados de la frontera. Al mismo tiempo, la continuidad de la caída del consumo interno en Brasil significó mayores saldos exportables, parte de los cuales se dirigieron al mercado doméstico argentino.
En conjunto, el cuadro productivo emergente no va en el camino deseable para la integración. El plano político opera en la misma dirección. A nivel regional crecen los resquemores por la voluntad hegemónica de Brasil, mientras que a escala continental Estados Unidos sigue empeñado en la construcción del ALCA y no escatima artificios para dividir al bloque regional. Como quedó claro en la reciente cumbre de Mar del Plata, el sello Mercosur más Venezuela es el último escollo para el ALCA.
Para el economista Aldo Ferrer, el dato de que Argentina haya “retomado la senda de la industrialización” representa indudablemente una fuente de nuevos conflictos de intereses con Brasil, los que, a su juicio, obligarán a una revisión del modelo de integración. En este sentido, Ferrer destaca que los acuerdos originales entre los presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney de 1985, con Roberto Lavagna como secretario de Industria, se proponían avanzar en una integración sector por sector, empezando por bienes de capital. Sin embargo, este camino gradualista fue abandonado en 1989 por los acuerdos entre Carlos Menem y Fernando Collor de Melo, plasmados en el Acta de Buenos Aires, los que dieron origen formal al Mercosur en 1991 con el Tratado de Asunción. En pleno auge del Consenso de Washington, la nueva lógica de integración fue la de la ortodoxia, es decir, exclusivamente arancelaria y sin mayores discriminaciones sectoriales, salvo los intereses de las automotrices. La misma lógica explica la ausencia, desde el inicio, de cualquier estructura institucional que se parezca a un “aparato de Estado”. La consecuencia del cambio de rumbo, opina Ferrer, fue la profundización de las mismas asimetrías sectoriales que hoy interfieren con la integración. Para el investigador de Flacso Martín Schorr, la integración encuentra dos límites precisos. El primero reside en el tipo de bienes que Argentina produce, “commodities agrarios e industriales con escaso dinamismo en el mercado mundial”, los que resultan complementarios con la producción de Brasil y explican tanto las quejas locales contra el exitoso apoyo del Estado brasileño a sus industriales como las demandas de protección para los sectores “sensibles”. El segundo límite, derivado del primero, es que “no se vislumbran intenciones genuinas de diseñar e implementar una nueva estrategia regional de división interna del trabajo y de complementación productiva”, una situación que necesariamente “llevaría a replantearse el patrón productivo de inserción del país tanto dentro del Mercosur como en el mercado mundial”, camino que presupone el desarrollo y el fortalecimiento de actividades y actores castigados por la desindustrialización de las últimas décadas, así como impulsar ramas más dinámicas en el comercio internacional. El problema, según Schorr, es que este camino iría en contra del statu quo que prefieren mantener los empresarios locales, “quienes continúan viendo la integración desde una perspectiva estrictamente comercial antes que productiva”, concluye.

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