EL MUNDO › ULTIMA NOTA SOBRE LAS NUEVAS IZQUIERDAS EN LATINOAMERICA

7 preguntas y 7 respuestas sobre la Nicaragua de Daniel Ortega

 Por José Natanson

1 ¿El Daniel Ortega actual
es el mismo que el que derrotó a Somoza?

La Revolución Sandinista fue el resultado de un largo proceso de confluencia política y lucha armada contra una de las dictaduras más corruptas del subcontinente, y su gobierno intentó, pese a todos sus problemas, generar un cambio radical en Nicaragua. En 1990, tras once años en el poder, el sandinismo se animó a dar un paso crucial para un movimiento que había llegado al gobierno por las armas: convocó a elecciones limpias y competitivas y luego aceptó su derrota. El gesto de Ortega fue un paso crucial para la consolidación de la democracia en Nicaragua. “La revolución había heredado lo que no se propuso, la democracia, y no había podido heredar lo que se propuso, el bienestar y la justicia para los más pobres, que sólo se consiguen con la transformación económica”, explicó Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente sandinista, hoy alejado de Ortega.

Pero ese día todo comenzó a cambiar. En los meses que se extendieron entre la derrota electoral y la entrega del poder, la cúpula sandinista se lanzó desesperadamente a la “piñata”, como se conoce en Nicaragua al desenfrenado proceso de adquisición fraudulenta de bienes por parte de los funcionarios más importantes del régimen, muchos de los cuales operaban desde Interbank, considerado la pantalla financiera del sandinismo, cuya quiebra en agosto del 2000 le costó al Estado la friolera de 300 millones de dólares.

Durante los ‘90, mientras perdía una elección presidencial tras otra, Ortega iba concentrando la conducción del sandinismo en su figura y debilitando el esquema de dirección colegiada que había caracterizado a la revolución en sus inicios. En el 2000, Ortega firmó un pacto con el presidente, Arnoldo Alemán, por el cual el sandinismo y el Partido Liberal se repartieron los principales resortes institucionales: la Corte Suprema, el Consejo Supremo Electoral, el Consejo Superior de la Contraloría, la Procuraduría de Derechos Humanos y la Superintendencia de Bancos. El acuerdo incluyó promesas cruzadas de protección personal, que Alemán utilizó para evadir las acusaciones de corrupción y después para disfrutar de una cómoda prisión domiciliaria, primero en la clínica privada más cara de Managua y luego en su casa de fin de semana, hasta que, ya con Ortega en el gobierno, se le concedió autorización para moverse libremente por el país... pese a la condena a 20 años de cárcel por lavado de dinero dispuesta por la Justicia. Ortega, en tanto, se amparó en la inmunidad parlamentaria, ratificada por liberales y sandinistas en la Asamblea Nacional, para evadir las acusaciones de abuso sexual formuladas por su hija adoptiva, Zoilamérica Narváez.

2 ¿Por qué ganó Ortega las elecciones
del 5 de noviembre del 2006?

El acuerdo Ortega-Alemán incluyó una reforma constitucional diseñada para garantizar una victoria sandinista en la primera vuelta. Caso único en el mundo, el sistema electoral nicaragüense establece que, para evitar el ballottage, es necesario obtener el 40 por ciento de los votos, o el 35 y una diferencia de 5 con el segundo. En los comicios del 2006, por primera vez en la historia, el liberalismo se presentó dividido entre el sector que responde a Alemán y un frente integrado por las facciones más modernas –y menos corruptas– del partido. Juntos, los dos candidatos liberales sumaron el 55 por ciento, por lo que presumiblemente hubieran logrado derrotar a Ortega en el ballottage. El nuevo diseño electoral, sin embargo, permitió que el líder sandinista se alzara con la presidencia pese a haber obtenido menos votos que en cualquiera de sus derrotas anteriores.

Pero no fue sólo la alquimia constitucional la que facilitó el triunfo. En los años previos, Ortega había emprendido una remodelación ideológica que incluyó un discurso pragmático, el apoyo legislativo a algunas reformas neoliberales y una nueva estética electoral: el tradicional Himno Sandinista, que incluía un verso no muy elegante pero muy claro –”luchamos contra el yanqui, enemigo de la humanidad”– fue sustituido por la Oda a la Alegría, mientras que el clásico rojinegro sandinista era reemplazado por un rosa suave y como slogan de campaña se adoptaba una frase de John Lennon: “Dale una oportunidad a la paz”.

Estos cambios acompañaron otros más significativos. Ortega se acercó a la Iglesia Católica (junto a Estados Unidos, uno de los núcleos de la oposición a su gobierno), invitó a los obispos a abrir sus actos de campaña y dio órdenes a los legisladores sandinistas para que apoyaran la ley que prohíbe el aborto terapéutico, lo que convirtió a Nicaragua en uno de los pocos países del mundo en penalizar la interrupción del embarazo cuando corre riesgo la vida de la madre. Pero tal vez lo más llamativo de este cambio de orientación haya sido la elección del candidato a vicepresidente de Ortega, Jaime Morales Carazo, un conocido líder de la contra, amigo personal de Somoza y ex colaborador de la CIA.

En fin, transfigurado en una alternativa desideologizada y pragmática, pero también amparado en su pasado combativo, Ortega logró llegar nuevamente a la presidencia, aunque a esa altura ya quedara poco del sandinismo original, como prueba el hecho de que, de los nueves míticos comandantes, hoy sólo dos permanecen al lado del presidente. “Fueron tantos los gestos de cambio, tan sistemáticos, que al final se volvieron muecas”, me dijo Edelberto Torres Rivas, decano de las ciencias sociales centroamericanas, cuando le pedí una evaluación de la transformación sandinista.

3 ¿Ortega ha implementado una política
económica pos-neoliberal?

La crítica a los efectos sociales del neoliberalismo fue uno de los ejes de la campaña de electoral de Ortega, que al mismo tiempo emitió promesas de continuidad macroeconómica y ratificó su decisión de no romper el Cafta, el tratado comercial entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos.

Poco después de asumir Ortega firmó un acuerdo por tres años con el FMI, que incluyó un préstamo por 113 millones de dólares, y dispuso una serie de medidas para garantizar la estabilidad macroeconómica: en el 2007, el déficit fiscal se redujo al 0,9 por ciento, las reservas se incrementaron hasta alcanzar el record histórico (casi 900 millones de dólares) y las exportaciones se expandieron considerablemente. En este marco, Nicaragua creció 3 por ciento en el 2007 y se estima un 3,5 para este año, según datos de la Cepal. La inflación, azuzada por el incremento del precio del petróleo, trepó al 13,8 por ciento, a lo que el gobierno reaccionó con políticas de austeridad fiscal.

Aunque por el momento parece equilibrada, la débil economía nicaragüense depende básicamente de tres factores: el turismo, hoy la principal actividad de un país que ofrece playas tranquilas y la hermosa arquitectura de ciudades como Granada y León; las remesas de los nicaragüenses en el exterior, sobre todo en Estados Unidos y Costa Rica, que en el último mes llegaron, según estimaciones del Banco Central, a 900 millones de dólares; y la expansión de la maquila (el procesamiento final de exportaciones livianas, principalmente textiles, con mano de obra barata en zonas francas) para el mercado estadounidense.

Pero estas tres frágiles columnas no alcanzarían a sostener la economía sin la ayuda de las donaciones internacionales (se calculan en 500 millones) y las iniciativas de alivio de deuda, que permitieron reducir los compromisos externos de 4500 a 2 mil millones. Nicaragua, con el PBI más bajo del Hemisferio Occidental después de Haití y Mauritania, vive eternamente expuesta a los vaivenes internacionales, especialmente al precio del petróleo, y permanece sumida en una pobreza difícil de exagerar.

4 ¿Ortega ha seguido un camino similar
al de otros líderes de izquierda como Lula o Tabaré Vázquez?

Algún distraído podría pensar que la trayectoria de Ortega emula la de los presidentes de Brasil o Uruguay, que fueron derrotados en varias oportunidades y que, cuando finalmente llegaron al poder, implementaron políticas económicas moderadas y sensatas. Algo de esto hay, por supuesto, pero las diferencias son demasiado grandes: no sólo porque se trata de países muy distintos –en muchos aspectos Nicaragua se asemeja más a una república del Africa Subsahariana que a un Estado del Cono Sur–, sino porque los triunfos de Lula y Tabaré Vázquez fueron resultado de un largo proceso de aprendizaje político que incluyó la gestión de grandes ciudades y la paciente construcción de un equipo de gobierno. En ambos países, la izquierda llegó al poder como resultado de la crítica y la denuncia a los gobiernos neoliberales, no de una negociación con ellos.

5 ¿El gobierno sandinista está implementando
medidas para mejorar la situación social?

En los años iniciales de la revolución, Ortega lanzó una campaña de alfabetización y extendió los servicios educativos a buena parte de la población, desarrolló importantes programas de salud pública, que permitieron por ejemplo acabar con la poliomielitis, e inició una reforma agraria. Pero a diferencia de la Revolución Cubana, que desde su triunfo en 1959 pudo disfrutar de tres buenas décadas de apoyo soviético, los sandinistas entraron a Managua recién en 1979, demoraron un par de años en consolidarse y, tanto por errores propios como por la feroz campaña de desestabilización estadounidense, al poco tiempo habían llevado al país a una crisis económica gravísima. Cuando cayó el Muro de Berlín las cartas ya estaban jugadas.

En enero del 2007, cuando Ortega asumió nuevamente el poder, Nicaragua tenía el segundo índice de desnutrición más alto de América latina luego de Haití, la esperanza de vida más baja del continente, un 30 por ciento de analfabetismo, un 65 por ciento de pobreza y un 20 por ciento de indigencia. No es sorprendente, en este contexto, que sus primeras dos medidas como presidente hayan sido la eliminación de los cobros en las escuelas, que en los últimos años se habían extendido bajo el disfraz de “contribuciones voluntarias”, y de los aranceles en el sistema de salud pública. A esto se sumó el lanzamiento del Plan Hambre Cero, un programa de transferencia de ingresos a los ciudadanos más pobres al estilo brasileño, que beneficiará a 75 familias.

Todavía es muy pronto para evaluar los resultados y no existen estadísticas mínimamente fiables, pero nada indica que la situación haya cambiado mucho si se considera el bajo crecimiento económico, el incremento de la inflación y los efectos devastadores del Huracán Félix.

6 ¿El gobierno de Ortega está subordinado a Chávez?

Durante la campaña electoral, el presidente venezolano apoyó a su amigo nicaragüense, a quien invitó en tres oportunidades a Caracas y con quien firmó un acuerdo para donar diez millones de barriles de petróleo a los municipios gobernados por el sandinismo. Un intervencionismo abierto y criticable, pero no muy distinto al del embajador estadounidense, Paul Trivelli, que hizo lo imposible por unificar a las fuerzas liberales detrás de un único candidato.

Chávez asistió a la ceremonia de asunción de Ortega y fue invitado a hablar en la Plaza de la Revolución, donde festejó el ingreso de Nicaragua al ALBA y ratificó una alianza cuya base material es un acuerdo por el cual Nicaragua recibe 10 mil barriles de combustible por día en condiciones preferenciales (40 por ciento pagadero a 25 años de plazo y a tasa fija), además de la instalación en Managua de una oficina del Banco de Desarrollo de Venezuela, con créditos para proyectos agrícolas por 10 millones de dólares, y el compromiso de construir una enorme refinería. La importancia de estas iniciativas es indisimulable: Nicaragua debe importar toda la energía que consume y cuenta con poquísimo dinero para ello. Venezuela, en cambio, produce en sólo un día la totalidad del petróleo que Nicaragua necesita en un año. Gracias a Chávez, los apagones que oscurecían a Managua prácticamente desaparecieron.

Pero las cosas siempre son más complicadas. A pesar del alineamiento con Venezuela, de la visita a Mahmud Ahmadinejad, el presidente iraní amigo de Chávez, y de la decisión de imitar a Caracas y romper relaciones con Colombia para retomarlas al día siguiente, Ortega se ha negado a abandonar el Cafta, lo cual no debería llamar tanto la atención. Al fin y al cabo, el 65 por ciento de las exportaciones de Nicaragua y el 50 de las remesas se concentran en Estados Unidos.

7 ¿Tiene futuro la izquierda nicaragüense?

El triunfo de Ortega, más allá de la decadencia del sandinismo en los últimos años, era aguardado con expectativa por muchos sectores de la sociedad nicaragüense cansados de las políticas neoliberales de los últimos años. Nicaragua es un país pobrísimo pero muy movilizado, en buena medida como herencia de la etapa revolucionaria, con los índices de participación electoral más altos de Centroamérica, una sociedad civil muy activa y algunas instituciones modernas y democráticas: el ejército y la policía, por ejemplo, son organismos despolitizados y respetuosos de la legalidad, que han logrado mantenerse relativamente a salvo del festival de la corrupción, lo cual tal vez explique el hecho de que Nicaragua, a pesar de ser el país más pobre de Centroamérica, sea el que menos sufre el drama de la inseguridad que azota a sus vecinos.

Estas condiciones podrían funcionar como marco para un dato de desarrollo, pero el futuro no es tan auspicioso. Ortega insiste en concentrar el poder en su figura y ha hecho poco por rehabilitar los mecanismos de equilibrio institucional. De hecho, ha insinuado la posibilidad de buscar una reforma constitucional para habilitar su reelección. En su breve año de gestión, se ha esforzado por mantener la macroeconomía en orden y ha intentado, dentro de límites estrechísimos, extender algunas políticas sociales. Pero la economía nicaragüense es tan frágil, la situación social tan delicada, que el más mínimo nubarrón puede hacer tambalear el bote. Y aunque el principal factor desestabilizador, el incremento de los precios del petróleo, ha logrado morigerarse gracias a la ayuda de Chávez, la historia enseña que depender de un capital extranjero –aunque sea Caracas y no Moscú– es siempre una apuesta a corto plazo.

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