Viernes, 11 de marzo de 2016 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Emir Sader
Lula se despertó el viernes 4 de marzo como perseguido y se fue a dormir esa misma noche como candidato a presidente. Hizo que aquel viernes, que había sido anunciado como un día de ensueño para la derecha brasileña, se transformara en uno de pesadillas. Lo hizo en un momento decisivo para cambiar la agenda política brasileña.
Porque, por detrás de las escaramuzas cotidianas, el gran combate en Brasil hoy es sobre cuál es la gran prioridad nacional, cuál es la agenda fundamental del país. La derecha había logrado, por la alianza entre sectores del Poder Judicial, de la Policía Federal y de los monopolios privados de los medios de comunicación, promover el tema de la corrupción como el más importante del país. Según encuestas hechas por esos mismos sectores, la corrupción sería el tema más importante del país, no la desigualdad social ni la hegemonía del capital especulativo sobre la economía brasileña.
La ofensiva ininterrumpida de acusaciones, aún sin fundamento, en los medios, promueve esa prioridad, que tiene como objetivo criminalizar al gobernante Partido de los Trabajadores y a su líder, Lula, para intentar sacarlo de la vida política del país. Esa ofensiva constante puso a Lula, al PT y al gobierno en la defensiva. Estos gastan gran parte de su tiempo y de sus energías, publicando desmentidas que ni siquiera son tomadas en cuenta por los medios, que siguen con sus mentiras como si no hubieran sido desmentidos.
Pero la desaforada operación represiva del viernes 4 de marzo, que tenía como objetivo arrestar a Lula, tuvo como una de sus consecuencias desastrosas para la derecha brasileña, que Lula reapareció en todas las pantallas de la televisión, con su carisma, sus análisis, sus propuestas. Permitió que Lula saliera de la esquina del ring donde lo mantenían para retomar la iniciativa y la ofensiva. No sólo para ubicar a Rede Globo y a sectores de la judicatura como enemigos de la democracia, sino también para reiterar que es candidato a la presidencia de Brasil en 2018 y que va a salir a recorrer el país a partir de esta semana para dar los debates políticos.
En sus brillantes intervenciones del viernes, donde el pueblo pudo reencontrarse con su líder más grande, Lula encontró el camino para dar vuelta la situación política del país. Salió así a replantear el debate político alrededor de lo que la derecha y la izquierda quieren para el país. Habló del país que su gobierno ha construido, reiteró que es por ello que es perseguido, interpeló a la oposición sobre lo que quieren para el país.
En pocas horas, Lula desplazó el eje del debate, proyectando su candidatura y las realizaciones de su gobierno. Lula se convenció de que la única manera de revertir la crisis actual es hacer campaña todo el tiempo, o sea, politizar el debate. La reacción en contra de los promotores de la maniobra fallida se dio en todos los planos y la derecha quedó la defensiva.
Por una parte, volvieron las apelaciones a los militares de parte de Rede Globo. Por otra parte los promotores confesaron que intentan un proceso que excluya a Lula de la vida política. Lula marcó el tono político de la reacción. Los movimientos populares se han movilizado y salido a las calles. Los juristas interpelan en distintos niveles a las arbitrariedades de los promotores. Los medios alternativos hicieron circular las versiones reales de los acontecimientos y su significado. Articulistas de la derecha ya se lamentan que se le ha dado espacio público de nuevo a Lula y con la imagen de una víctima de arbitrariedades.
La derecha brasileña se juega con todo lo que tiene. Creyó que tenía la situación bajo control y usó su bala de plata en contra de Lula. Lula salió agrandado moral y políticamente, mientras sus adversarios quedaron en situaciones embarazosas.
La crisis brasileña está lejos de terminar. Los promotores buscan nuevas formas de darle continuidad a la ofensiva contra Lula, pero con el desgaste de la operación frustrada del 4 de marzo. El gobierno, a su vez, tiene una nueva oportunidad, frente a las grandes movilizaciones populares, de reencontrarse con los intereses del pueblo, cambiando la política económica. Pero lo fundamental es que Lula se cansó de ser perseguido y, a lo largo de aquel viernes, asumió definitivamente que es candidato a presidente de Brasil.
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