EL MUNDO

La guerra psicológica

 Por Gustavo Veiga

Las bombas que los expertos desactivadores encuentran a lo largo y ancho de toda España no siempre hacen daño. A principios de la década del ’90 hubo una que los Tedax pensaron que era igual de peligrosa a tantas otras. Había sido encontrada en Gerona, Cataluña, y se trataba de una granada de mortero, modelo 81, también llamada durante la Guerra Civil portapropaganda o portamensajes. Cuando la hicieron estallar, en lugar de esquirlas volaron centenares de panfletos que tenían un mensaje unívoco: minar la moral de combate del enemigo desde el aire.

El Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) realizó una muestra en 1998 bajo el título ¡Ríndete! Octavilla y guerra psicológica en el siglo XX sobre la forma de comunicación utilizada en las diferentes guerras del siglo pasado. Se presentó una selección de 123 volantes (70 originales y 53 facsímiles) con los principales mensajes que utilizaron los dos ejércitos para desanimar al oponente en la Guerra Civil Española, pero además en la Primera y Segunda Guerra Mundial, la de Vietnam, Argelia, la Guerra del Golfo y la de Bosnia, entre otras.

La última operación de gran envergadura con el lanzamiento de panfletos ocurrió en Irak, durante la guerra del Golfo. El ejército invasor de Estados Unidos utilizó 29 millones de volantes para desmoralizar a las tropas de Saddam Hussein. En el conflicto que culminó con la dictadura de Franco era un recurso muy utilizado. Entre los dos bandos se arrojaron 200 millones de octavillas entre 1936 y 1939, aunque muy lejos de los 15 mil millones empleados en la Segunda Guerra, según aquella muestra.

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