EL PAíS › OPINION

El nuevo policial de Agatha Christie

 Por Mario Rapoport *

Las novelas de esta autora tienen siempre un mismo mecanismo: la producción de un crimen, el móvil, los escenarios en los que se produce, los actores que participan, la investigación que se realiza y su resolución.

Una de las diferencias con la realidad argentina es que en el género policíaco la víctima aparece al principio y el victimario al final. Aquí es al revés. Pero pongamos primero el escenario y luego los personajes por orden de aparición, como hace nuestra querida Agatha.

- El escenario: Un remoto lugar llamado Argentina, dentro de un mundo que vive en una larga crisis cuyos responsables no hacen más que acentuarla.

- Los sospechosos: Constituyen una réplica de los actores de un viejo programa televisivo llamado Los invasores. Se parecen a la gente común, pero no lo son. ¿Qué los diferencia? El hecho de que poseen una fortuna labrada desde hace siglos con el sudor del trabajo ajeno, el genocidio de los aborígenes, el vacío de patriotas que dejaron los combates por la independencia y las guerras civiles, las dictaduras militares, los gobiernos complacientes. De todas esas circunstancias se aprovecharon para adueñarse de los resortes claves de nuestra economía en su propio beneficio y en el de sus socios extranjeros. Llevan un emblema verde que les permite identificarse entre ellos. ¡No son los ciegos de Sabato, tienen los ojos bien abiertos!

- Los asesores: Estos sospechosos tienen asesores de distinto tipo. Son los llamados gurúes de la city (que en castellano se traduce como abogados económicos de los invasores) y pronostican indefectiblemente lo que va a pasar porque quieren que pase. Tienen programas televisivos y escriben en los diarios, generalmente lo mismo desde que comenzaron. La verdad siempre la ocultan en los espacios en blanco.

- Las víctimas: constituyen la mayoría de la población, sectores medios, empleados, obreros, jubilados, desocupados, trabajadores del campo, profesionales, periodistas honestos, políticos no corruptos, profesores, estudiantes, amas de casa, simples paseantes.

- El motivo: El objeto de todos sus deseos, por el que suelen cada tanto asesinar a tinta fría a los que se les oponen, es un verdoso billete con la figura de Washington luciendo su dentadura postiza, que se reimprime en su lugar de origen con una velocidad que aquí asombraría. Estos billetes son imprescindibles en todo paraíso fiscal para realizar inversiones teóricamente más rentables y seguras que las que puede ofrecer su propio país. Así, en una época estuvieron de moda la compra de títulos de Lehman Brothers (luego bonos basura) o la adquisición de suntuosas residencias o departamentos en Miami o en la costa española (hoy a la mitad de su valor o menos) y otros miles de “excelentes” negocios realizados con la esperanza de recuperar la rentabilidad de esos dólares tanto tiempo planchados en los felices años de la convertibilidad. Recordar esto cuando nos quieren convencer de que nuestra moneda no es la que emitimos nosotros, ni en la que debemos ahorrar.

- La intriga: ¿Cuál es entonces la intriga? De qué modo aquellos sectores pueden arruinar a la mayoría de los habitantes del país acaparando divisas que no les pertenecen en su totalidad, porque parte de ellas se deben a una renta excepcional y pueden servir a través del Estado para morigerar los precios internos y financiar emprendimientos que se necesitan para alimentar y dar trabajo a todos sus habitantes. En cambio, sin esa intervención la espiral inflacionaria se acentúa. También aumentan los precios de los bie-nes fabricados para el mercado interno, que finalmente conviene traer de afuera, se cierran fábricas y se incrementan la desocupación y la pobreza. ¿El Estado? Sólo sirve si se contraen deudas en el exterior para exigir que se las licúe; para algo se pagan impuestos aunque no todos los que corresponden.

- El posible final: adelantar un final feliz para nuestra obra depende no sólo de cómo actúa el Gobierno, sino de en qué medida las víctimas son conscientes de esta situación. Los crímenes de la dictadura militar pudieron ser juzgados. Los económicos son más complejos porque no se identifican claramente en personajes de carne y hueso. Los detectives debemos ser cada uno de nosotros. Recordar la historia de nuestras devaluaciones, de nuestra deuda externa, de nuestras crisis. Tener presente que quienes hundieron una y otra vez al país lo hicieron con estos métodos: desestabilizar la economía para después obligarla a estabilizar con planes de ajuste, en otras épocas dictados por el FMI y que hoy se aplican de memoria. Los que en otra época se llamaban golpes de Estado hoy tienen el nombre de golpes de mercado. Cada uno de nosotros debe ser el Hércules Poirot que enfrente estas maniobras. En la novela del mundo este capítulo es uno de los más conocidos, debemos releerlo.

* Economista e historiador.

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