ESPECTáCULOS › FABIO Y MARCELO CUGGINI, LOS DOS PELUQUEROS DE LA FARANDULA

Expertos en coquetería masculina

Son primos, como lo indica en italiano el nombre de su peluquería. Atienden a actores, deportistas y empresarios.

 Por Mariano Blejman

“El pelo es el marco de la cara”, decía una vieja publicidad de champú que salía por la tele. Y la tele –el aparato– es el marco de la imagen que se emite por la pantalla. Hay más: el pelo y la tele son el marco de las conversaciones que se escuchan en Cuggini, Fabio y Marcelo, la peluquería del centro porteño (Lima y Avenida de Mayo), donde van los personajes de la tele. No es la peluquería de Don Mateo –la de Gerardo Sofovich–, aunque podría serlo. Buena parte de las celebrities masculinas de la televisión, del deporte y del empresariado se dejan cortar ahí: como Santo Biasatti, Rolo Puente, Quique Wolff, la Tota Santillán, Daniel Scioli, el Chavo Fucks, entre muchos otros a los que, en su tiempo, se sumaba Alberto Olmedo. Convocados por Página/12, los Cugginis Fabio y Marcelo cuentan los secretos mejor guardados de su peluquería.
Todos los famosos de varias generaciones que pasaron por ahí no dudaron en dejar su cuero cabelludo librado al oficio de Fabio y Marcelo, los cuggini (que quiere decir primos en italiano) que dejan títeres con cabezas de cortes a la moda. Son confidentes de lo ajeno, discretos guardianes de intimidades de la farándula y su local es centro de reuniones donde el próximo chivo transcurre en cada corte.
Fabio y Marcelo se las vieron peludas para sentarse en el podio de los más famosos cortadores de mambos ajenos. Que los claritos, que las puntas, que un baño de crema, que las ocho tijeras en cada asiento, quel spry Tan natural, quel mouse, quel Biferdil. Lo que se dice “la coquetería masculina”.
Es cierto que no es habitual ver a los hombres regodearse consigo mismos frente a los espejos públicos, aunque nadie dice que eso no suceda en privado. ¿Pero en público? Sólo en Cuggini. Sucede cada día, a cualquier hora, cuando Buenos Aires parece pensar en otra cosa; una versión aggiornada de aquel programa que emite Sony, el ojo gay para el hombre heterosexual, aunque ni Fabio ni Marcelo son del palo queer.
Son, eso sí, especialistas en el lobby atrapa-figura: “Es la carnada para los otros”, confiesan. Los hombres manos de tijera comenzaron a cortar cuando Fabio tenía 8 años y Marcelo tenía 10, con un tío, porque querían comprarse una moto. Los padres, obreros metalúrgicos y gráficos, y su abuelo italiano escapó durante la Segunda Guerra Mundial. Pero en los ’60 y ’70 el tío tenía clientes faranduleros que no perdían pelos ni mañas para estar en pantalla. Uno era Sofovich, a quien siempre le gustó cortito. “Le cortamos desde que tenemos 15 años. Cuando entraba, me temblaban las piernas”, cuenta Marcelo. Era la época fuerte de Rolo Puente, de Minguito, de Polémica en el bar. ¿Cuántas cosas habrá contado Sofovich, por ejemplo, en la época de la dictadura?
El mundo del deporte cortó por lo sano: Quique Wolff pasó de jugador de fútbol a comentarista deportivo. Perdió pelo, pero no dejó vacante el lugar donde Carlos Bianchi (otro que ahora sólo se corta las sobras), el Coco Basile o el Bambino también pasaron por las manos de Cuggini.
Para entonces los primos se habían independizado y ya atendían a Olmedo, Porcel, Mateyko y Palito Ortega. “Siempre tratamos de atraer a la gente nueva del ambiente artístico. Los famosos que ya vienen y los políticos, empresarios y deportistas, llaman la atención”, cuentan. Cuggini podría ser un buen lugar para urgar info farandulesca: pero la reserva absoluta del peluquero confidente le ha dado credibilidad a eso de emparejar bordes públicos. “La gente se anima a contar cosas que no le cuentan ni a su mejor amigo”, se regodea Fabio. “Ese es el anzuelo, aunque para que pique lo mejor, que es el servicio y la atención. Además, somos asesores de imagen. Debemos tener buen gusto.”
Por cierto, la tele está siempre prendida en el local de los Cuggini. Fabio y Marcelo la miran mientras les cortan el pelo a sus clientes, pero no se distraen. Hay reverencia por la clientela. “Ellos nos ponen a nosotros donde nosotros estamos”, cuenta orgulloso Cuggini, como si acabara de ganar un premio internacional. Les falta decir que se deben a su público. Daniel “La Tota” Santillán a veces atiende la prensa ahí (lo hizo cuando fue convocado por el gobierno sobre el affaire de la cumbia villera), sin dejar de comprender que Cuggini ofrece además un espacio para la terapia psicológica. Cuggini explota el narcisismo masculino. “Aunque ahora está de moda lo metrosexual”, cuenta Macerlo. Porque todo cambió, de corte de pelo o pelusa al aseo de manos, pies, barba y otras cosas un tanto más “específicas”.
Hay una estrategia detrás de estos dos borregos iluminados que ya rozan los 40 años y hacen publicidad en la Bombonera con la voz de Claudio Orellano. “Apostamos a los personajes. Algunos crecieron artísticamente, otros dejaron de ser noteros para conducir”, cuenta Fabio. Aunque Héctor Ricardo García también paseó sus pelos por ahí, nadie llamó a los primos Cuggini para que cuenten sus confesiones ahora que la Justicia lo tiene a disposición.
Un día se dio una vuelta Carlos Bilardo, que por entonces todavía no tomaba Gatorei: quería que le arreglaran el color. “Lo asesoramos respetando su cabello”, cuenta Marcelo. Frente al espejo surgen a veces propuestas de negocios que los Cuggini prefieren mantener en suspenso. “Queremos dormir tranquilos. No nos metemos en cosas raras: somos pura y exclusivamente peluqueros.” Lo que ahora les viene al pelo es la posibilidad de cortar a las mujeres, algo relativamente novedoso.
A pesar de su lugar estratégico en la ciudad, Cuggini nunca cierra: “El 20 de diciembre mataron uno aquí enfrente. Vino la ambulancia del Same y éste lugar se convirtió en hospital de campaña”, cuenta Fabio. Un tiempo después, pasaron quemando bancos y casi se ligan una molotov.
“Somos gente de laburo, parecemos cerca del poder pero sólo somos peluqueros.” Los primos quieren crecer en Argentina. No quieren irse, dicen. Para mantenerse hots, son capaces de llamar a un canal para decirle a un cliente que se acerque, pero también de rosquear para convencer a los cortamambos. Dicen que le cortan a cualquiera: “Hemos tenido a cada político sentado con nosotros...”, reflexionan, pero la dejan ahí.

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Los Cuggini empezaron a cortar muy jóvenes. Su primer cliente top fue Sofovich.
 
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