ESPECTáCULOS › “HEROE”, UN CONTUNDENTE FILM DE ACCION A CARGO DE ZHANG YIMOU

Guerreros que caminan en el agua

Más cerca de El tigre y el dragón que de Ju Dou, el director oriental construye una compleja historia de luchas y traiciones, con la que realiza un auténtico derroche de golosinas visuales.

 Por Horacio Bernades

Tomando máxima distancia de películas como Ju Dou y Esposas y concubinas, al encarar Héroe Zhang Yimou parece haber querido elevar a la enésima potencia la apuesta de El tigre y el dragón. Si ésta exhibía un reparto integrado por grandes estrellas hongkonesas, Yimou alinea aquí un verdadero supergrupo del cine asiático. Pone al máximo ídolo actual de las artes marciales, Jet Li, a compartir cartel con la pareja protagónica de Con ánimo de amar (Tony Leung y la sublime Maggie Cheung). Y les suma a Zhang Ziyi, joven protagonista de El tigre y el dragón. A las asombrosas escenas de acción de ésta, Yimou les mata el punto con una cabalgata de action pieces, de esas que dejan a todo el mundo con la boca abierta. Todo en escenarios monumentales de la Ciudad Prohibida, bosques de la China y el desierto de Gobi, con multitudes de extras dándole marco a una intriga diabólicamente enrevesada. Y rematándolo con un despliegue de color –a cargo de Christopher Doyle, brazo derecho de Wong Kar-wai– de tal lujo visual que, en comparación, los deslumbrantes trabajos previos del fotógrafo de Happy Together parecerían haber sido filmados con rollos vencidos.
Sencillísima, la estructura narrativa de Héroe esconde sin embargo la más barroca de las construcciones. Unos dos mil años atrás, cuando la antigua China se hallaba dividida en media docena de reinos enfrentados, el alcalde de una pequeña ciudad (Jet Li) llega hasta el palacio del rey de Qin, que aspira a imponer su poder sobre todos ellos. El hombre dice haber puesto fin a tres temibles asesinos, que aspiraban a terminar con el reinado de aquél. Como Clint Eastwood en la trilogía de spaghetti westerns de Sergio Leone, el alcalde se refiere a sí mismo como “El sin nombre”. Con sus rivales pasa más bien lo contrario: es como que les sobra nombre. Uno de ellos es Cielo (Donnie Yen). Los otros dos, amantes entre sí, se llaman Nieve (Maggie Cheung) y Espada Rota (Tony Leung). Frente al trono, Sin Nombre narra el modo en que los derrotó. Es sólo el inicio de una laberíntica trama de hechos posibles, cuyas variantes serán sucesivamente enunciadas por el quizás-no-tan-fiel Sin Nombre. Quien, a medida que avanzan sus relatos, parece ir convirtiéndose en Verbal Kimt, protagonista de Los sospechosos de siempre.
Obviamente, la serie de raccontos da lugar al corazón del asunto: esos enfrentamientos cuerpo a cuerpo que son la flor y nata del wu-xia-pin, la capa y espada en versión asiática. Yimou pone en escena cada enfrentamiento como quien encara una serie interminable de tours de force coreográficos, cinematográficos y cromáticos. Como si se hubiera propuesto pasarles el trapo a todos los antecedentes en la materia, que no son precisamente escasos. No conforme con los habituales saltos de rana, vuelos, tirabuzones, congelados y cortes y quebradas de los contendientes, el realizador de Qiu Ju abre el juego con un combate bajo la lluvia, que es como el botón de muestra de lo que vendrá de allí en más. Musicalizado “en vivo” por un anciano, incluye un segundo duelo, puramente mental, que los hombres enfrentados imaginan al unísono. Al lanzarse hacia su contrincante en ralentí, Jet Li atraviesa una cortina de gotas que quedan suspendidas, como si estuvieran duras en el aire. Más adelante, en un bosque, Maggie Cheung y Zhang Ziyi levantarán tal ventarrón con sus cabriolas que las hojas las envuelven en un remolino color ocre.
Otras escenas se tiñen de orgiásticos bermellones, azul cielo o verde agua. Pero si hay una piece de resistance para la antología absoluta es el duelo en el lago, en el que los guerreros corretean... sobre la superficie del agua. Cuando el revuelo narrativo y acrobático tiene al espectador en un estado como de mareo extático, a Yimou y sus guionistas les da por pegar un brutal volantazo, pasando bruscamente de lo real –maravilloso (y de la sanísima cuota de disparate inherente al género)– a la gran metáfora histórica y política, llena de pompa y pretensiones alegóricas. Apelando a la mística nacional-patriotera y proclamando los beneficios del unicato imperial, el relato se lanza a un más que dudoso trascendentalismo mensajístico, que cae sobre el espectador como un espadazo a traición. No es ni con mucho el modo ideal de redondear una película dirigida, hasta el momento, al puro placer kinético y visual.
Sin embargo, el espectador embelesado bien puede elegir borrar ese final –que viene con moraleja y todo– y quedarse con la hora y pico anterior. Esa en la que fue feliz. Al fin y al cabo, qué le impide imponer su derecho a gozar, si para eso está el cine.

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Héroe cuenta con un seleccionado de figuras del cine asiático.
 
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