SOCIEDAD

Escuela de militancia

La movilización de los estudiantes secundarios fue creciendo en las últimas semanas, motivada por problemas edilicios y recortes de becas. Esa mayor participación es analizada por un sociólogo, una psicóloga, docentes y los propios estudiantes.

Imagen: Alejandro Elias

Edificios que se caen a pedazos, aulas sin calefacción. Reducción en la cantidad de becas a chicos en situación vulnerable, viandas incomibles y hasta los bajos salarios que perciben los profesores. No les faltaron motivos a los estudiantes secundarios porteños para organizar asambleas, que cada vez son más participativas, salir a la calle con los reclamos y hasta tomar las escuelas. Esas banderas sirvieron de base para un renacer de la participación adolescente en ámbitos escolares, donde el debate político y gremial parecía reservado a unos pocos. Esa participación que la última dictadura quiso exterminar y que el individualismo de los ’90 consiguió apagar, pero que, al parecer, no desapareció. En el contexto de una sociedad que sigue sin involucrarse en la vida política del país, la reorganización de los jóvenes alrededor de los centros de estudiantes de las escuelas a las que concurren parece tener un impulso cada vez mayor. Los mismos chicos lo aseguran. Sin embargo, investigadores y profesionales expertos en adolescencia señalan las diferencias respecto de aquella militancia que tuvo su auge a principios de la década del ’70 y advierten que, aunque prometedora, la que ahora surge “no es tan amplia como parece”.

Lucía González y Federico Schujman son adolescentes, cursan el nivel secundario en escuelas de la ciudad y presiden los centros de estudiantes de sus escuelas, el Nicolás Avellaneda y el Carlos Pellegrini, respectivamente. Ninguno de los dos sobrepasa los 18 años. Ambos coinciden en que la participación en organismos gremiales en un mundo que les pertenece, los centros de estudiantes o los cuerpos de delegados, así como el interés por temas relacionados con su realidad cotidiana como estudiantes, “está creciendo” entre sus compañeros.

Federico dice poner sus pies sobre la tierra y reconoce que “si bien está creciendo muchísimo, ya que han aparecido muchos centros nuevos a partir del ejemplo de las escuelas que tienen más experiencia en esto, lo normal sigue siendo que la participación sea muy baja en la mayoría de las escuelas”. Más optimista se muestra Lucía, que culpa casi por completo al conflicto de las becas por “una suerte de renacer” del compromiso de sus pares en la actividad. “Fue un punto en el que los chicos se sintieron tocados. Se fueron sumando, se unieron a la lucha”, explica.

Si se toman los hechos como evidencia, jóvenes en representación de más de 30 escuelas participaron de las últimas movilizaciones en reclamo por el recorte de las becas que implementó el Ministerio de Educación porteño. Una de las más masivas logró reunir a cerca de tres mil adolescentes. Antes, 16 escuelas terminaron tomadas en simultáneo por sus mismos alumnos. Los números hablan.

Sin embargo, no parecen hacerlo de manera contundente para el sociólogo experto en cultura adolescente Marcelo Urresti, que considera que, en lugar de la participación juvenil, “lo que aumentó, y bastante, es la conflictividad que tiene a los colegios como epicentros”. En este sentido, para el sociólogo, las políticas del gobierno de Mauricio Macri “como lo hacen todos los gobiernos de derecha, sacó a relucir el carácter opositor de los jóvenes, que estaba adormecido”. En contrapunto con lo que aseguran los mismos chicos, para Urresti “no existe la construcción de nuevos centros de estudiantes. La cantidad es bajísima desde la segunda mitad de los ’90, y no se volvió a mejorar”.

Las nuevas maneras

El patio del Carlos Pellegrini se convierte en escenario de asambleas que se convocan “cada vez que se necesita discutir algo con todo el cuerpo estudiantil”, apunta Federico. Por ese algo, según él, puede entenderse desde “temas que tienen que ver con la escuela, hasta hechos de la coyuntura actual”. Las fijas son las charlas sobre sucesos relacionados con los derechos humanos. Además de las asambleas, el funcionamiento orgánico del centro de estudiantes del “Pelle” consiste en reuniones entre delegados –uno por curso, supervisados por un presidente de delegados por turno–, además de una dirigencia central cuyas decisiones “están totalmente limitadas por un estatuto”.

No obstante, salvo durante el último mes y medio, cuando tomaron los colegios, la participación en los centros, la lucha por objetivos específicos, se termina cuando toca el timbre de salida del turno escolar. Salvo aquellos chicos que ocupan cargos de delegados o de responsabilidad dentro del centro de estudiantes de sus escuelas, el cuerpo juvenil en general mantiene un límite entre su “militancia estudiantil” y su vida privada. Sobre este eje basó la psicóloga Laura Piñero la más importante diferencia entre la participación de los adolescentes de la década del ’70 y la de los contemporáneos.

“La militancia de entonces era mucho más fuerte, más absoluta, y con menos fisuras. La movilización actual es más territorial, más verbal, se relaciona directamente con la visibilidad y, por sobre todo, es más espontánea. No hay una estrategia a largo plazo ni está centrada en la transformación de una estructura. Todas características propias de la época que transitan”, explica.

El centro de estudiantes del Nicolás Avellaneda cuenta con un cuerpo directivo conformado por una presidenta, un secretario por cada turno –-mañana, tarde y noche– y seis comisiones en las que los jóvenes discuten temas relativos a cultura, educación, prensa, derechos humanos, deportes y finanzas. Todas las autoridades fueron renovadas a principio de año, a partir de “elecciones democráticas en las que se presentaron tres listas”, explica Lucía. El centro que preside, que también se rige por un estatuto, recién este año se reorganizó con una estructura vertical, “más seria”.

Según ella, la horizontalidad en la que había caído el organismo durante los años siguientes a la crisis de 2001 “hizo que la participación decayera y que se dejara de prestar atención a las estrategias para poder recomponerla”. En eso se basó la nueva camada a cargo: “Plantear a los chicos más chicos propuestas que les llamen más la atención, que las entendieran más. Ofrecerles temas que los sintieran propios. Sólo así se logró que empiecen a sentir que había algo de lo que podían formar parte”.

De eso se trata, al parecer, las nuevas maneras que los chicos tienen de dar los primeros pasos en la acción política dentro de un grupo de pares. En este sentido, la escuela es el mejor laboratorio. Se trata de una participación que, aunque coquetea con ellos, tiene menos que ver con los lineamientos de la política de los adultos, y más con el devenir de su propia realidad de estudiantes.

Aprender a participar

Para algunos profesores que comparten esa cotidianidad con los jóvenes, tanto la existencia de ámbitos como el centro de estudiantes como la participación activa de los chicos allí, “es fundamental porque están construyendo un aprendizaje que va a ser sólido en la medida en que lo hagan con los adultos. Se están constituyendo en ciudadanos activos, en sujetos de cambio social”, apunta Enrique Vázquez, docente de Historia en las aulas del Avellaneda.

Algo similar sostiene Daniel Lenci, jefe del Departamento de Historia del Nacional Buenos Aires. Para él, estos tiempos constituyen un período de transición. “Los estudiantes van entendiendo que las posiciones radicalizadas no los llevan a conquistar objetivos. Entonces, encuentran en la formulación de consensos una propuesta mucho más interesante, están más abiertos. Empiezan a pensar una política más racional, menos encorsetada en ideologías sectarias.”

La unión hace la fuerza. Durante el último tiempo, “se generó una gran unión y las cosas pasaron a un nivel general que antes no existía, lo que hizo que nos conozcamos las caras y fortalezcamos la lucha para obtener pequeñas victorias, paso a paso”, dice Lucía. Habla de las redes que empezaron a tejer entre distintas escuelas. El antecedente más próximo a la vista en torno de este rol es el que cumplía la Coordinadora de Escuelas Secundarias (CES). “Hubo un llamado unánime a disolver la CES y a conformar un nuevo espacio donde estemos representados todos los colegios –confiesa Federico–. No tiene sentido cuando todos vamos por lo mismo: la defensa de la educación pública.”

Informe: Ailín Bullentini.

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