Bronca contra la democracia

 Por Mario Wainfeld

El veredicto popular del domingo pasado en Colombia fue un sorpresazo, que motivó desazón dentro y fuera de sus fronteras. Cada comarca es un universo pero es lógico trazar un lazo con el Brexit británico, con pronunciamientos masivos xenófobos en Europa. Mejor ni mentar al candidato republicano Donald Trump…

El dolor de quienes se comprometieron con la búsqueda de una paz negociada contagia y, a la distancia, suele transmutarse en bronca. El problema es que el encono se encarniza con las mayorías, algo duro de roer para quienes se enrolan en tendencias progresistas o nacional-populares.

Usamos la expresión “bronca contra la democracia” parafraseando el título del libro “El odio a la democracia” del intelectual francés Jacques Rancière. Es más accesible sugerir su lectura que resumirlo, tampoco lo citamos estrictamente, lo tomamos apenas como inspiración.

La bronca o el odio contra la democracia son, más vale, moneda corriente entre autoritarios o dictadores de todo pelaje. Ese encono no involucra a sus adversarios.

Los reproches a la falta de representatividad de las elites gobernantes, a las violaciones del contrato electoral, a las políticas market friendly son tópicos del pensamiento crítico.

Lo que atraganta es odiar o tenerle tirria a los pronunciamientos ciudadanos, situación que se replica a menudo en la coyuntura. Es, en algún punto, una contradicción para quienes creen en la soberanía popular. Y no atisban (no atisbamos) sistemas políticos (muy) alternativos.

Esta descripción, apenada, no redondea en una respuesta o una propuesta. El diagnóstico sobre las tendencias político económicas dominantes en la etapa es opresivo, los hechos lo corroboran. En demasiados casos ni siquiera queda margen para que triunfe “el mal menor”.

Nada justifica aprobar lo que se juzga indeseable, practicar una suerte de resultadismo político, una variante del oportunismo. Pasarse al bando vencedor es deplorable. Emperrarse en reacciones emocionales (bronca, apatía, indignación) se inclina riesgosamente al individualismo o a la no participación. La sabia y añeja frase de Gramsci sobre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad puede sonar cándida pero sigue siendo pertinente.

La reacción de los partidarios del “Sí” en Colombia fue seguir “haciendo política” en un contexto más adverso, cuando parecía haberse logrado un objetivo histórico. De eso se trata, calcula uno sin hablar especialmente de Colombia.

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