CONTRATAPA

Ser o no ser offshore

 Por Mempo Giardinelli

Todo el país vio la conferencia de prensa del jefe de gabinete Sr. Peña, en la que se esforzaba para negar la inocultable responsabilidad de un presidente que en todo el mundo está siendo señalado como potencialmente corrupto.

Igual que el presidente un día antes, ambos repitieron el sonsonete de una increíble transparencia abaratada frente a la denuncia universal de que el Sr.Macri, su papá y su hermano (por lo menos) son titulares de una decena de empresas offshore en un paraíso fiscal llamado Panamá, que fue un país hermoso hasta que se convirtió en la actual cueva favorita de evasores y delincuentes de todo el planeta.

Los dizque argumentos del Sr.Macri y el Sr.Peña son paupérrimos: que las empresas offshore en las que apareció vinculado “no tuvieron movimientos ni activos de capital”. Que “no tiene nada que ocultar”, que “no tiene cuentas ni activos no declarados en Panamá ni en ningún otro lado”. Y que por tal motivo “no hacía falta declararlo”. Y que en cambio el jefe de Estado “solo apareció como director (de una empresa) sin activos ni capital (...) con lo cual hay que llevar una enorme tranquilidad de que no hay nada que ocultar”.

La pobreza argumental, es sabido, suele ser hija de la mentira. Y éste es un caso ejemplar, porque, como sabe cualquier persona decente, la cuestión no es si el Sr.Macri fue propietario o director de empresas offshore. No es si tenerlas indeclaradas fue un pedido de su padre. No es esa fruslería de que se instalaban en Panamá para operar en Brasil. No es si Kagemusha o como se llamen esas empresas secretas tenían mucha o poca actividad. No es si sus cuentas eran chiquitas o insignificantes. No, definitivamente no. La cuestión –la única cuestión– es que el presidente de la Nación Argentina opera desde hace años y en secreto en las mismas cloacas financieras de ladrones, evasores, estafadores, corruptos y narcotraficantes de todo el planeta.

Que nadie se ilusione con que Macri vaya a renunciar por todo esto, en primer lugar porque no se lo va a permitir el enorme poder que lo colocó donde está y lo sostiene a como dé lugar. Y además porque uno ya sabe que hay cierto tipo de gente que no hace de la vergüenza un deber.

Por eso la tragedia argentina es hoy descomunal. Porque el cuadro se perfecciona día a día y hora a hora gracias al impresionante cerrojo que el sistema mentimediático (indigno ya de la palabra periodístico) está poniéndole a la responsabilidad presidencial. En sólo tres días, los diarios y la telebasura ya no hablan del escándalo, o apenas lo mencionan en pocas líneas, abajo y moderadito. Para ellos corrupción hay una sola y pertenece al pasado: la de los kirchneristas más cuestionados que están empezando a desfilar por tribunales al servicio del nuevo régimen.

Es ruinoso para la democracia que la Constitución, así, sea triplemente atropellada. Por el Ejecutivo que miente y oculta, por el Legislativo incapaz de poner frenos, y por un paquidérmico sistema judicial que, en casos de conveniencia política y corrupción purulenta parece una Ferrari.

Así, la protección mafiosa es maciza: protegen al Sr. Macri y a todos sus protegidos con silencio, elusiones y títulos catástrofe sobre sujetos indefendibles como parecen ser el Lázaro Báez y sus adláteres, el Sr. Jaime y los suyos, y algunos más que representan una especie de farándula seudopolítica. Con ellos distraen, confunden y adoctrinan a millones de inocentes votadores, llevados y traídos por el ruidazal embrutecedor de noteros, camarógrafos, gendarmes, policías, fiscales y jueces todo servicio a quienes la información, la verdad, la justicia y la democracia les importan un perfecto y redondo carajo.

Y todo para que no se les desinfle el contento sonriente al que ayer encumbraron y hoy manipulan. La desesperación por salvarlo de la irregularidad republicana que significa mentir y ocultar patrimonio convierte a este episodio en un hecho trágico y doloroso para esta nación distraída y narcisista que es la Argentina. Este país en el que los zonzos son hoy marionetas manipuladas por perversos que inoculan su odio irracional y clasista y su espíritu vengativo a la sociedad, la comunidad organizada o como se quiera llamar a lo que el brillante León Gieco definió como la pobre inocencia de la gente.

El monstruo grande que pisa fuerte es, ahora, esta manipulación que confunde al pueblo en su ubicación de clase, en sus intereses verdaderos, en su posición espiritual y mental ante el mundo y el prójimo, y en sus deseos y su capacidad de discernimiento.

Y también es monstruoso el odio cargado de mentira y confusión semántica que inyectan minuto a minuto los que ahora mandan: llega incluso a anular la inteligencia de personas hasta hace poco sensibles, pero ahora vencidas por un revanchismo ajeno, agresivamente clasista y violento que no sólo no los calma sino que los desespera.

Esta es la tragedia argentina contemporánea.

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