CONTRATAPA

La que se viene

 Por Juan Gelman

El Pentágono inició en febrero del 2003 –vísperas de la invasión a Irak– el análisis de un plan de guerra en gran escala contra Irán. Su código es Tirannt y no significa precisamente “tirano”, aunque la casi homofonía no es casual: se trata del acrónimo de “Theater Iran Near Term” (Escenario iraní a corto plazo), un plan de guerra en gran escala contra el régimen de Teherán que incluye la posibilidad de utilizar bombas nucleares anti-bunker, esas que llaman “limpias”, ya que sucias sólo serían las otras. Según el Arab Times de Kuwait, el plan se llevaría a la práctica antes de que termine abril. Esta afirmación, sin embargo, no toma en cuenta las inmersiones de EE.UU. en el pantano iraquí. O será que los “halcones-gallina” aman también fugarse hacia adelante.

Esta voluntad de extender la guerra a Irán no sorprende y ya empezaron a oírse las “razones” para aplicarlo. Fue bajo el gobierno Clinton que el Comando Central de las fuerzas armadas estadounidenses (Uscentcom, por sus siglas en inglés) formuló en 1995 los “escenarios de guerra” a venir: primero Irak y luego Irán, ejerciendo “una contención dual destinada a mantener el equilibrio de poder en la región sin depender de Irán ni de Irak... con el propósito de proteger los intereses vitales de EE.UU. en la región: el acceso seguro e ininterrumpido de EE.UU. y sus aliados al petróleo del Golfo” (www.milnet.com/milnet/pentagon/centcom/stratgic.htm.#USPolicy).

Claro como el cristal, dicen en esas tierras.

El reconocido periodista, escritor y catedrático William Arkin, que fuera asesor de los servicios de inteligencia norteamericanos y tiene en ellos contactos excelentes, había ya informado que el Tirannt es padre de un plan de “grandes operaciones de combate” contra Irán, tanto a corto como a largo plazo, que hasta contempla “operaciones estabilizadoras tras el cambio de régimen iraní”: el llamado Conplan 8022 (The Washington Post, 16-4-06). El diseño del plan está terminado y hace cuatro años que las fuerzas armadas de EE.UU. “construyen bases y se entrenan para la ‘Operación Libertad Iraní’” (New Statesman, 19-2-07). El operativo previsto comprende también la realización de misiones que ejecutarían fuerzas de la OTAN y de Israel en caso de un ataque “preventivo” a Irán. Y los blancos –ya elegidos– no son únicamente militares: complejos industriales, infraestructuras de uso civil como caminos, sistemas hidráulicos, puentes, plantas de energía, torres de telecomunicación y otros figuran en la lista que, según el Arab Times, elenca 10.000 objetivos. Lo mismo hizo Israel en el Líbano.

En junio del 2004 Donald Rumsfeld, entonces jefe del Pentágono, alertó a las fuerzas armadas para que se aprestaran a llevar a cabo el Conplan 8022. Esto entraña que “los bombardeos y misiles estén preparados para actuar en 12 horas como máximo después de emitida la orden presidencial”, dice Arkin. Fue entonces no más que un simulacro: es que W. Bush había emitido el mes anterior la directiva presidencial NSPD 35 titulada Autorización para el despliegue de armas nucleares (www.fas.org) que, se presume, implica la instalación de armas nucleares tácticas en los teatros de guerra del Medio Oriente en cumplimiento del Conplan 8022. Las fuentes de Arkin le señalaron que para concretar un ataque rápido contra ciertos objetivos iraníes en determinadas circunstancias “la única opción sería la nuclear”. Con consecuencias imprevisibles para el mundo entero, no sólo para Rusia, China y la región. Entre paréntesis: en ningún capítulo del plan se indica explícitamente que las operaciones contra Rusia y China están excluidas. Antes, por el contrario.

Un juego de guerra que el Pentágono desarrolló de septiembre a diciembre del 2006, titulado Escudo Vigilante 07, no se limitó al Medio Oriente: los enemigos fueron Irmingahm (por Irán), Nemazee (Corea del Norte), Ruebek (Rusia) y Churya (China), según reveló William Arkin, que dio a conocer las secuencias y los detalles del juego asentados en un documento del Comando Norte de agosto del 2006 (The Washington Post, 10-2-07). De paso: el “área de responsabilidad” de ese comando abarca a los territorios de EE.UU., Alaska, Canadá, México y hasta 500 millas náuticas –unos 800 kilómetros– de las aguas circundantes (www.northcom.mil). Algo es algo.

La Casa Blanca presiona para que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas impongan sanciones cada vez más severas a Teherán si no detiene su programa nuclear. En tanto, evalúa la posibilidad de un ataque masivo contra Irán si las incumple. Otro motivo para una operación “preventiva” sería un nuevo 11/9 en territorio estadounidense, que –dice Arkin– “podría crear una justificación y una oportunidad, de las que hoy se carece, para una represalia contra ciertos objetivos conocidos, según ex funcionarios y agentes en activo familiarizados con el plan” (The Washington Post, 23-4-06). El ex embajador de EE.UU. ante la ONU John Bolton declaró que antes de que Irán desarrolle armas nucleares –lo que, con suerte, puede ocurrir dentro de cinco años, según el aparato completo de inteligencia estadounidense– “es preferible una acción militar desagradable”. Tiene razón: las bombas nucleares son realmente desagradables.

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