ECONOMíA › “IMPORTA LA CALIDAD DE GENTE, NO LA CANTIDAD”

Sólo faltó la mucama

Damas elegantes y de tacos altos, caballeros con sombreros de cowboys componiendo unos “raros” gauchos y la añoranza del masivo acto del año pasado por la 125, que “fue divertidísimo”.

 Por Mercedes Halfon

Puede ser cualquier día veraniego con gente paqueta caminando por avenida Sarmiento, bordeando el Zoológico desde donde se escucha croar y mugir a la población (animal) de la zona, igual que siempre. Ni siquiera al llegar a Libertador se nota algo deliberadamente diferente, aunque sí, algunas señoras caminan del brazo con paso apurado y se las escucha un poco alborotadas: “Ay, ¡menos mal que te encontramos! ¿Viniste solita?”. La respuesta viene de una señora de más de sesenta. “Sí, casi vengo con la bicicleta”, dice mientras la primera alisa su tailleur de lino y mueve negativamente la cabeza. “Qué loca. A mí me hubiera dado fiaca venir sola. El año pasado fue divertidísimo, vinimos con Susana y Nelly, ¡en patota!” El “año pasado”, se entiende, fue la gesta: la reunión multitudinaria del campo pocas horas antes del voto no positivo que derrumbó la 125. Hoy, ayer, hubo acto pero a decir verdad se estuvo lejos, muy lejos, de la gesta.

Pero a medida que se acerca al Monumento a los Españoles la población aumenta, la gente es de un promedio de edad más bien mayor, muy bien arreglada y carente de cualquier tipo de insignia, pancarta o bandera. Juan Carlos, que tiene un puestito donde las vende, señala apesadumbrado: “Está flojo, la gente no quiere gastar. Pero ojo, hay poca gente, nada que ver con el año anterior. Libertador el año pasado la cortaron. Y estaba todo como pintado de celeste y blanco.” Una mujer rubia interrumpe la conversación:

–¿Bandera más chica no tiene?

–Sí.

–¿Cuánto sale?

–Quince.

–Ah no, no.

Juan Carlos reflexiona: “Ojo que la tienen, eh. La tienen guardada, no la quieren gastar”.

En el predio del acto ya están a tope los vendedores de choripán (nadie comprando, pero ellos venden igual), un despistado haciendo footing, muchos que vinieron preparados con sillitas plegables, lonas y hasta implementos para el mate. También se venden sombreros de cuero y ala ancha tipo cowboy, que algún defensor de la patria desprevenido compra, dando por resultado una imagen de gaucho muy confusa. Desde las pantallas gigantes se emite el Canal Rural, donde se hacen entrevistas alternadas con temas musicales a todo volumen. “Alma, corazón y vida” suena por los altoparlantes, las señoras se pasan mates y agüitas minerales de mano en mano, y todo podría ser una suerte de festival de Cosquín más bien high.

Pero algo desentona. Al lado del escenario están los únicos morochos del acto, al mando de una murga poderosa. Tocan, paran, vuelven a tocar, y a pesar de que por ahí la gente está un poco más apretadita, la murga permanece separada de los asistentes por una prudente distancia.

Alfredo dice que no tiene nada que ver con el campo, pero que vino a apoyar a esta nueva gestión de legisladores que empieza: “Hay que avalar la situación del campo, que creo que es el motor de nuestra economía. Creo que son sectores que no se pueden dejar de lado, y la forma de apoyarlos es estar acá”. Ante la pregunta de cómo ve este acto con relación al del año pasado, Alfredo es tajante: “El año anterior no estuve. Pero, bueno, yo veo mucha gente hoy. Además, te quiero explicar una cosa: no es cuestión de cantidad de gente. Importa la calidad de la gente. No veo gente con palos ni con la cara tapada”.

El acto sigue los carriles de un programa de televisión. Es que las pantallas se han puesto a emitir ahora un documental en el que se cuenta la gesta del año pasado, día a día, hora a hora, con el detalle que los libros de Historia analizan la Revolución Francesa. La locutora marca con su tono a los buenos y a los malos, y la música incidental acompaña con más dramatismo: cuando aparece la Presidenta el grito que cunde es el que la nombra con aquella profesión que se dice la más vieja del mundo, y no se trata de “presidenta”. Por el contrario, los asistentes estallan en aplausos con la aparición de Julio Cleto Cobos y su frase –que aparece en imágenes de archivo– “Mi voto no es positivo”. Digitados por el documental, los asistentes actúan igual. Como si se hubieran juntado todos, en un gran living de césped, a ver un programa de televisión que hable de ellos mismos.

Pero los abucheos y los aplausos son cómplices y divertidos. La gente está bronceada como si fuera pleno enero y no viniéramos del noviembre más lluvioso de los últimos tiempos. A las señoras se les incrustan los tacos en el pasto, pero no importa: gritan “Argentina, Argentina” y eso parece ser algo que a todos los convoca, un común denominador más allá de cualquier ideología. Desde esa “pluralidad” entran los discursos del rabino Sergio Bergman, el sacerdote católico Francisco Morán y el pastor Alejandro Rodríguez, quien al final de su discurso insta a los concurrentes con un entusiasta “agarrensé de las manos”. Nadie le hace demasiado caso. Analía, que había ido al acto con su mini perro boxer en brazos, mira tímida a su alrededor, pero opta por abrazar aún más fuerte a su perrito.

A pesar de que la gesta sea ahora historia, épica para ver en un documental, y la consigna de hoy –“La ciudad y el campo por una Argentina que incluya en paz y con esperanza”– sea menos iracunda, agarrarse de las manos y actuar una canción del Puma Rodríguez como si fuera un casamiento hubiera sido demasiado.

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“Ay, ¡casi vengo con la bicicleta!” Las vecinas de Palermo Chico, divertidas y alborotadas.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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