EL PAíS › OPINIóN

Las corporaciones y el sometimiento del Estado

 Por Rubén Dri *

Más de tres meses estuvo la sociedad sometida al más violento y largo lockout patronal sojero que jamás haya tenido lugar en nuestra historia. Fueron meses de desabastecimiento, agresiones de todo tipo, amedrentamientos, escraches violentos en contra de los opositores y sus familias, amenazas; todo aparentemente para no pagar unos dólares más que implicaba la implementación de las retenciones móviles.

Las cuatro corporaciones patronales sojeras que lograron la victoria de ser conocidas como “el campo” no emprendieron el lockout sólo por el asunto de las retenciones móviles. El objetivo fundamental, de hecho único, era y sigue siendo el sometimiento del Estado que, en el lenguaje corriente, se denomina “golpe” y que ahora pasa a ser “proceso destituyente”. ¿Qué es un impulso, un proceso, o como sea, “destituyente”, si no un golpe de Estado?

La muestra palpable de ello es que lo único que se quería lograr era la derogación de la Resolución 125. El Gobierno, en el largo transcurso del lockout, fue cediendo una y otra vez. La Federación Agraria, que en los papeles –mentirosos– representa a los pequeños productores, siempre corrió el arco; a cada concesión agregó una demanda más, para quedar finalmente con el rechazo de todas las concesiones con tal de que la 125, o sea, la resolución del Estado, fuese rechazada, como pretendían las corporaciones dirigentes, especialmente la Sociedad Rural.

Muchos de los denominados pequeños productores de la Federación Agraria perdieron, de esa manera, lo que el Gobierno les había concedido. Eso no le importó a Buzzi que celebró la victoria, que no fue otra que haber sometido al Estado, aunque ello hubiese arrastrado a la pérdida de beneficios de muchos de los componentes de la Federación Agraria.

El problema de fondo, en realidad el único problema, sobre el que se disputaba y se sigue disputando, y por el que está presente en nuestras playas la IV Flota, es si el Estado estará al frente de la política nacional o si ésta dependerá absolutamente de las grandes corporaciones. En otras palabras, se disputa si volveremos al pleno neoliberalismo o si avanzaremos hacia la conformación de un Estado orientador de las políticas nacionales.

En esta lucha, la derecha golpista quedó bien posicionada, con una notable acumulación de poder económico y político, con apoyo de una clase media claramente orientada hacia concepciones fascistas, mientras el campo popular se encuentra a la defensiva y, en general, fragmentado, y con un gobierno notablemente debilitado y, para peor, con el enemigo adentro.

Los errores cometidos por el Gobierno ya se han analizado desde los distintos ángulos posibles. Son múltiples, sobre todo en lo referente a las alianzas. Ahora bien, el vicepresidente, primero en la sucesión presidencial, abiertamente decide con su voto la derrota del proyecto del Ejecutivo, o sea, del proyecto por el cual él es vicepresidente, y a eso, se le da más de mil vueltas para no denominarlo como corresponde, “traición”. Cobos es un Judas pequeño, pero Judas, al fin, y un peligro, no por él personalmente, sino por el movimiento golpista de derecha para el cual, como hemos visto, no tiene reparos en jugar.

Todo esto sucede en un momento histórico interesante para América latina, pues han ido brotando como hongos los movimientos populares que, de una u otra manera, se proponen no sólo la liberación de sus respectivas patrias, sino la de la Patria Grande. Contra este movimiento de la Patria Grande, como no podía ser de otra manera, reaccionaron las oligarquías. Entre el lockout de las corporaciones sojeras argentinas y el movimiento autonomista de la Media Luna boliviana se dan llamativas similitudes.

Lo que no guarda similitud es la realidad del movimiento popular boliviano y el argentino. Los movimientos de base bolivianos han creado poder popular. Evo Morales es un producto de ello. En Argentina no sucede lo mismo. El movimiento popular ha dado batallas memorables, pero no ha logrado crear poder como para ser expresado en las instituciones. El movimiento va más de arriba hacia abajo que al revés, como en Bolivia, que va de abajo hacia arriba.

El gran desafío de esta etapa es, precisamente, la construcción de poder popular autónomo, que sólo se logrará desde los diversas organizaciones y emprendimientos populares de todo tipo que se vayan articulando, dejando de lado las diferencias que no atenten contra los supremos intereses del pueblo. Sólo con su construcción se podrá pensar en un gobierno verdaderamente popular.

Pero es necesario tener en cuenta que, mientras se construye o reconstruye de esta manera el movimiento popular, una derecha agresiva y golpista sigue avanzando para apoderarse del Estado e implementar el más crudo neoliberalismo, terminar con la política de los derechos humanos, con el juicio a los genocidas y con las alianzas latinoamericanas para subordinarse al imperio. Si tienen éxito, el movimiento popular lo resentirá y los efectos serán negativos para todo el proceso popular latinoamericano.

Debemos tener en cuenta que, si bien la estructura neoliberal no fue quebrada, sin embargo hay ciertos límites que todavía el Estado le puede poner. Esos límites son los que esta derecha agresiva quiere borrar definitivamente.

* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).

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