EL PAíS › OPINION

El Efecto Jazz

 Por Gerardo Fernández *

Ya se ha dicho mucho antes que el jazz es quizás el aporte más importante (el único, sostienen algunos) de Estados Unidos a la humanidad y no nos engañemos: independientemente de coincidir mucho, poquito o nada con Cristina Fernández de Kirchner, es incontestable que cuando se dice jazz pensamos en Estados Unidos, así como si decimos flamenco pensamos en España, si hablamos de bossa nova nos figuramos Brasil, si mentamos el son naturalmente pensamos en Cuba y, sin ir más lejos, toda vez que hablamos de tango pensamos en Argentina, aunque les duela a los hermanos orientales.

Pero hay más pulpa en esa caracterización de “Efecto Jazz” y es cuando se hace mención a una crisis que estalla en el centro del poder financiero internacional y se expande a la periferia. El jazz norteamericano siguió ese camino desde su nacimiento, irradiando su potencia desde Estados Unidos al resto del mundo y, sin proponérselo, aun en nuestros días sigue siendo la referencia central para todos los músicos que hacen jazz sobre la Tierra. Hoy cualquier músico de Europa o la periferia quiere tocar la trompeta como Winton Marsalis, la batería como Dave Weckl y la guitarra como Pat Metheny. Y ni hablar de lo que ha ocurrido en las décadas pasadas, donde las referencias para los saxofonistas de cualquier parte del orbe fueron norteamericanos como Lester Young, Coleman Hawkins, Charlie Parker, John Coltrane, Sonny Rollins y Stan Getz. Donde cualquier trompetista siempre quiso tocar como Dizzy Gillespie o Miles Davis. Donde los referentes de los bajistas fueron Jimmy Blanton, Ray Brown o Ron Carter, y así sucesivamente en todos los instrumentos, mientras que en lo conceptual, todos los directores de Big Bands abrevaron siempre en el gran Count Basie o en el inconmensurable Duke Ellington y muchos arregladores siguieron los pasos de Gil Evans.

Es cierto que el jazz tiene una innegable impronta negra. Es cierto que muchos de sus genios fueron muy maltratados –quizá los casos del pianista Bud Powell y del monumental saxofonista tenor Lester Young sean los más extremos–, pero esto no invalida que, como movimiento artístico, el jazz sea innegablemente norteamericano.

El jazz es rebelde y revolucionario, pero más respecto de la música clásica europea que del capitalismo. El jazz es revolucionario en lo artístico y conlleva la paradoja de que muchas de sus grandes figuras fueron muy transgresoras en materia musical y muy conservadoras en su vida ciudadana. Pero no por ello deja de ser un producto típicamente norteamericano, que luego se derramó por el mundo, en algunos casos como modelo a imitar y en otros como lenguaje, como forma de abordar el hecho artístico con la mayor libertad posible.

Si será norteamericano que hasta la Revolución Cubana prohibió tocar jazz en sus primeros años, incurriendo en un error colosal que, por supuesto, corrigió con el paso del tiempo. Por eso la primera gran agrupación de jazz que surgió durante la Revolución, allá por 1967, en la isla se llamó Orquesta Cubana de Música Moderna, de la que saldrían los músicos como Chucho Valdés, Paquito D’Rivera, Carlos Emilio Morales, entre otros, que luego crearían Irakere, el grupo de jazz cubano más importante de las décadas posteriores. Aquel nombre –OCMM– surgió por la prohibición que existía de usar la palabra “jazz”, por considerarla imperialista. Y, por supuesto, el jazz no es exclusividad de los negros, porque hubo y hay figuras rutilantes blancas como Gerry Mulligan, Stan Getz, Gary Burton, Chick Corea, Benny Goodman, Gene Krupa, Glenn Miller, Stan Kenton, Chet Baker y tantos más. Incluso el mismísimo Miles Davis cometió el error de afirmar que él podría determinar a ciegas que el sonido de los músicos negros se diferenciaba del de los blancos. El crítico Leonard Feather lo desafió y, por supuesto, Miles pasó un gran papelón. Feather lo sentó en una habitación de espaldas, le fue haciendo escuchar decenas de músicos y Miles tenía que decir “Blanco” o “Negro”. El resultado fue demoledor para Miles, que tuvo que reconocer a regañadientes que su teoría había quedado hecha pedazos.

Si bien el jazz norteamericano procesó en su interior las contradicciones raciales de los Estados Unidos, bueno es reconocer también que ni Miles Davis, ni Louis Armstrong, Duke Ellington o en la actualidad Winton Marsalis renegaron de ser norteamericanos. De ahí que vincular al jazz con ese país es absolutamente pertinente y preciso.

* www.tirandoalmedio.blogspot

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