EL PAíS › OPINION > ENSEÑANZAS PARA ARGENTINA DE LAS ELECCIONES PERUANAS

El cargamontón de los grandes medios

 Por Martín Granovsky

Si pasa más de una vez, no debe ser casualidad. Y pasó. Ollanta Humala ganó el ballottage a pesar del ataque virulento de El Comercio, el grupo de medios que domina el mercado de Perú. El fenómeno repite lo que sucedió en las últimas presidenciales sudamericanas, las que ganó la brasileña Dilma Rousseff en octubre último por el 54 por ciento.

El grupo El Comercio, de la familia Miró Quesada, controla el diario del mismo nombre. Se fundó en el siglo XIX como La Nación, tiene el peso empresario del grupo Clarín y dispone de la capacidad articuladora de intereses que representarían ambos juntos. También es copropietario de TV Perú, que a su vez controla Plural TV, que a su vez controla la Compañía Peruana de Radiodifusión y Productora Peruana de Información (Canal N). Además del diario El Comercio, el grupo es dueño de otros tres, Trome, Perú.21 y Gestión, y de las revistas Somos, Ruedas y Tuercas y PC World.

Desde ahí partió el embate masivo (“cargamontón”, se dice en peruano) contra Humala y la defensa de Keiko Fujimori.

En la agresión, El Comercio perdió a su columnista estrella Mario Vargas Llosa. El escritor dio instrucciones a El País de España, que vende sus columnas, para cambiarse al diario La República, donde comenzó a publicar el domingo de las elecciones. Antes envió una carta de renuncia a Francisco Miró Quesada, director de El Comercio. Escribió Vargas Llosa: “Desde que un puñado de accionistas, encabezados por la señora Martha Meier Miró Quesada, tomó el control de ese diario y del grupo de canales de televisión y periódicos de que es propietario, el periódico se ha convertido en una máquina propagandística de la candidatura de Keiko Fujimori, viola a diario las más elementales nociones de la objetividad y de la ética periodísticas: silencia y manipula la información, deforma los hechos, abre sus páginas a las mentiras y calumnias que puedan dañar al adversario, a la vez que en todo el grupo de medios se despide o intimida a los periodistas independientes, y se recurre a las insidias y golpes bajos de los peores pasquines que viven del amarillismo y el escándalo”. Y agregó: “No puedo permitir que mi columna ‘Piedra de toque’ siga apareciendo en esa caricatura de lo que debe ser un órgano de expresión genuinamente libre, pluralista y democrático”.

Vargas Llosa no es un izquierdista de-saforado. Los lectores conocen de primera mano, por la entrevista publicada el 22 de abril en Página/12, sus advertencias contra las “debilidades colectivistas” de los socialdemócratas y su afirmación de que “la intervención del Estado genera injusticia”.

En 1990, tras ser el favorito, Vargas Llosa perdió las elecciones frente a Alberto Fujimori, que le ganó en segunda vuelta. Después, en 1992, el escritor se opuso al autogolpe y la disolución del Parlamento. La reacción de Fujimori fue tan violenta que España le concedió a Vargas Llosa la nacionalidad para darle amparo.

El caso de Vargas Llosa marca un punto interesante en el debate sobre los medios y el poder. ¿Vargas Llosa dejó El Comercio porque vio herido su narcisismo ante una posible victoria de Keiko Fujimori, la hija del tirano? Es una pregunta que no tiene respuesta. Acaso tampoco tenga sentido. En política valen los hechos. Y Vargas Llosa produjo tres. Uno, anunciar su voto por Alejandro Toledo en primera vuelta. Dijo que elegir a Humala o Keiko era “escoger entre el HIV y el cáncer”. El segundo hecho, tras la derrota de Toledo, avisar que votaría por Humala como “el mal menor”. El tercero, abandonar El Comercio.

Más allá de lo que suceda en el futuro entre Humala y Vargas Llosa, una hipótesis es posible: el autor de Los cachorros dejó El Comercio porque creyó que el grupo había pasado un límite. ¿Cuál? El de la democracia. Vargas Llosa es un liberal que, con incongruencia, apoya a neoconservadores que sustentaron dictaduras, como Milton Friedman con la chilena, mientras que él se opuso a esas mismas dictaduras. Conviene tener en cuenta que Humala ganó en segunda vuelta por poco menos del 3 por ciento de los votos: 51,45 contra 48,54. Si su base fueron los pobres de la sierra y los pobres de la costa, es evidente que logró desequilibrar el resultado por apoyo de una parte de los sectores medios e incluso de sectores medios con explícitas ideas de centroderecha, como Vargas Llosa.

¿Humala le ganó al grupo El Comercio? Quizá, pero parece más jugoso experimentar otro escenario: Humala lideró un cambio y sintonizó con él mientras que El Comercio fue en contra. Y el cambio –metido en el humor social, en el sentido común, en el alma de los peruanos– barrió tanto con Keiko como con El Comercio. Si los grandes grupos de poder no son invencibles, ¿por qué lo serían los grupos mediáticos gigantes que articulan la expresión de esos grupos? ¿Por qué triunfarían cuando frente a ellos tienen, bien desplegada, una alianza social y una construcción política? El nombre de Lula resonó en la campaña peruana. Es posible que, como símbolo, la palabra Lula despierte menos resistencias que la palabra Chávez. Pero, como estrategia de fondo y no sólo de marketing electoral, Humala se inspiró en el método lulista de alianzas. Entre la primera vuelta y la segunda no tuvo empacho en reunirse con Toledo, en agradecer el apoyo de Vargas Llosa y en prometer que haría “un gobierno de concertación nacional” basado en la honestidad. Y al mismo tiempo mantuvo su promesa doble de ampliar las políticas sociales en educación, asistencia y salud y de implantar un impuesto especial para la renta extraordinaria de la minería. El grupo El Comercio, como Keiko, terminó yendo en contra de una mayoría de peruanos que creyó en el proyecto de Humala.

El Comercio no se dio por vencido ni aun con el escrutinio sin retorno. El martes 7 tituló: “Incertidumbre por falta de señales claras”. En uno de los títulos secundarios admitía que “el monto de negociaciones fue bajo” pero señalaba que “la Bolsa de Valores de Lima tuvo su peor caída histórica con 12,45 por ciento”. Agregaba que “expertos sostienen que se debe definir con rapidez a las nuevas cabezas del MEF y del Banco Central” (la sigla corresponde al Ministerio de Economía y Finanzas) y en un editorial indicaba que “el nuevo presidente debe salir a dar un mensaje tranquilizador a los ciudadanos, al mercado y a los sectores económicos”. Puro terrorismo financiero.

El mismo día, La República eligió otro título: “Ollanta da el primer paso”. Informaba sobre la designación de una comisión de transferencia del poder desde el triunfo hasta la asunción, el 28 de julio, a cargo de la vicepresidenta electa Marisol Espinoza.

Ese martes La República publicó una interesante columna del historiador Nelson Manrique, “Balance de contusos”. “Las dudas en torno de lo que un gobierno de Humala podía representar fueron minimizadas por la perspectiva de contribuir, así fuera por omisión, al retorno del fujimorismo”, escribió Manrique. “No conozco ningún otro momento de la historia peruana en que se produjera una convergencia tan amplia y comprometida de escritores, cientistas políticos, cineastas, sociólogos, periodistas, historiadores, lingüistas, educadores, etc., en torno de una causa común resumible en dos palabras: decencia y dignidad”. Para Manrique, ese “aval ético” entraña “la responsabilidad de ejercer vigilancia sobre los actos del nuevo gobierno”.

Es agudo el análisis sobre el aporte del grupo El Comercio al triunfo de Humala. “Jugó también un papel importante el ‘efecto saturación’ provocado por la campaña de demolición emprendida por la mayoría de los medios contra Ollanta Humala. Cuando en una campaña propagandística se rebasa un cierto punto, ésta deja de ser efectiva y, de continuar, termina produciéndose el efecto contrario al deseado. El cargamontón mediático rebasó ampliamente ese límite y sus mensajes no sólo dejaron de funcionar sino que alimentaron el escepticismo de los espectadores con relación al desempeño del grueso de la prensa, radio y TV. Especial mención merece el desempeñó del grupo El Comercio, que desplegó un homérico esfuerzo para destruir su credibilidad.”

Según Manrique, tanto pero tanto pero tanto pasó el límite El Comercio que al final se convirtió “en un excelente recordatorio de cómo fueron los tiempos de Fujimori”.

Lula gobernó ocho años con la oposición crispada del diario Folha de São Paulo, el semanario Veja y, al final, la Red Globo. Dejó el poder el 1º de enero de este año con una popularidad superior al 80 por ciento. La mejora real de los brasileños más su percepción subjetiva de una mejora –Lula siempre habla de la recuperación de la autoestima y ése fue su elogio de Néstor Kirchner en el velatorio del ex presidente– actuaron como un dique contra el que se estrelló el cargamontón de los grandes medios de Brasil. Dilma ganó así en segunda vuelta a pesar de que las elites políticas brasileñas llegaron a demonizarla porque una vez se declaró en favor de la despenalización del aborto. Ganó por el peso de la realidad, sintetizado en la incorporación al mercado de 36 millones de brasileños, por el poder de comunicación del propio Lula y por el boca a boca: la televisión pública recién comienza y experiencias basadas en valores de justicia social como el semanario Carta Capital o el site Carta Maior son importantes pero no masivas. La apuesta actual del ministro de Comunicaciones de Dilma, Paulo Bernardo, esposo de la nueva jefa de la Casa Civil Genci Hoffmann, es sumar competencia en banda ancha y garantizar un servicio de un mega para 40 millones de brasileños a un precio de un décimo del salario mínimo mensual de aquí al 2014. De acuerdo con datos del Sindicato Nacional de Empresas de Telefonía y de Servicio Móvil Celular y Personal, para garantizar que el 74 por ciento de la población esté cubierto hasta el 2020 el Estado y la iniciativa privada deberán invertir alrededor de 130 mil millones de dólares.

Con una plataforma digital accesible pueden plasmarse formas de diversidad como las que propone la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en la Argentina o pueden expresarse, desde la sociedad civil y la articulación política, fuerzas como las que llevaron al triunfo de Gana Perú. Incluso sin una plataforma digital barata y masiva, los simpatizantes de Gana Perú en lugar de teorizar sobre las redes sociales o el análisis de discurso –materia de especialistas– decidieron usar la web entera. Uno de esos simpatizantes escribió: “Si posees una cuenta de correo, blog, web site, o participas en las redes sociales (facebook, twitter, etc.), urge asumir la responsabilidad de difundir a tus contactos dos ideas claves para enfrentar a los medios y evitar que te impongan el voto. La primera, que las propuestas de cambio provienen de Gana Perú y su candidato Ollanta Humala. La segunda idea es que se debe recordar a tus destinatarios los crímenes provocados por los Fujimori, como La Cantuta, Barrios Altos, Pedro Huilca”.

La sencillez didáctica, en Perú, fue parte de la articulación política en favor de un objetivo. Ocurre lo mismo cuando un hecho negativo marca una luz de alerta. Antonio Palocci, el anterior jefe de la Casa Civil (un organismo con más funciones que una Jefatura de Gabinete) no renunció porque la información sobre su enriquecimiento salió en Folha de São Paulo. Dejó el cargo porque no pudo explicar ni su riqueza súbita ni decir quiénes eran los clientes de su consultora antes de que asumiera como mano derecha de Dilma. Más allá de los vericuetos judiciales, el Partido de los Trabajadores entendió que si Pallocci permanecía en el Planalto dañaría a la presidenta y al gobierno entero. Con Lula en 2005 y 2006, el PT aprendió que los escándalos no deben crecer porque erosionan la base de sustentación de la Presidencia y que, en cambio, esa base aumenta cuando las políticas de mayor justicia que dan identidad a un proyecto popular se despliegan sin chirridos de forma y de fondo. Y, claro, sin miedo al cargamontón.

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Imagen: EFE
 
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