EL PAíS › OPINION

Con la elección como programa

 Por Mario Wainfeld

Esta nota cierra antes de que se vote en la Convención Nacional de la UCR en Gualeguaychú, a medianoche del sábado. Hasta entonces todo indicaba que se aprobaría la propuesta llevada por el senador Ernesto Sanz: un acuerdo con fuerzas no peronistas y antikirchneristas. Sanz quedaría como candidato presidencial para competir en las PASO de esa nueva coalición. Las votaciones previas sobre cuestiones de personería parecían corroborar el resultado, las conversaciones off the record con los sectores que se oponían también. De cualquier forma, se formula la salvedad porque el desenlace no estaba sellado, en términos formales.

Podría decirse, por lo pronto, que el margen de discusión establecido entre Sanz versus el senador Gerardo Morales y el diputado Julio Cobos era estrecho: no establecía diferencias siderales. Para ambos el radicalismo debía sumarse a una entente amplia, pluripartidista, con los objetivos que resumió Sanz en su discurso inaugural de ayer: ser electoralmente competitivos y desplazar “al populismo” del poder, bajo el manto de una bandera “republicana”. La discusión se ceñía a la relación con el Frente Renovador (FR) que conduce el diputado Sergio Massa. Para Cobos y Morales esa ampliación era beneficiosa, Sanz valorizaba más un espacio sin kirchneristas, raleando asimismo a quienes participaron de sus gestiones.

La propuesta así planteada es la más polarizada respecto del peronismo desde que el radicalismo ensaya acuerdos transpartidarios. La Alianza incluía al Frepaso que congregaba peronistas renovadores con grupos progresistas. La fórmula de 2007 llevaba como candidato presidencial al peronista Roberto Lavagna. Ambas contaron con el apoyo y hasta la promoción del fallecido presidente Raúl Alfonsín.

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En este caso, se enfatiza el perfil antikirchnerista, bañado con un entusiasta no peronismo o antiperonismo, usted dirá. Ha sido en general el rol histórico del radicalismo desde 1946, que Alfonsín supo superar y transgredir. La Alianza fue una alquimia patética, como reconoció ayer Morales, alertando contra su reiteración. El hombre sabe de lo habla porque llegó a ser ministro del gobierno presidido por De la Rúa.

El afán de ganar, de estar de nuevo en el primer plano de la escena nacional y de poner fin al ciclo kirchnerista son los factores comunes de las dos facciones.

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El radicalismo es uno de los contados partidos con presencia nacional. Su patrimonio político fluctuó muchísimo desde la epifanía alfonsinista y se viene en bajada desde la caída de la Alianza. Merced a las reglas del pacto de Olivos y a su caudal en las provincias (bastante más bipartidistas netas que el conjunto nacional) es la segunda minoría en las cámaras de Diputados y Senadores.

En octubre arriesga nueve bancas de senadores en ocho provincias, o sea debería ganar en una y sacar primera minoría en todas las demás (u otra sumatoria equivalente) para conservar lo que consiguió en 2009. Los diputados en juego son 14, un número más amigable para renovar. De cualquier manera un pacto para las PASO debería incluir algún armado conjunto con los aliados para custodiar ese patrimonio. Será una de las labores de orfebre de los negociadores radicales.

Un solo gobernador boina blanca, el correntino, sigue en pie: la peor cosecha desde que se recuperó la democracia. Los referentes territoriales se anticiparon a la convención urdiendo todo tipo de pactos, con macristas, massistas o con ambos. Gualeguaychú sólo podía ratificar los hechos consumados. Es más que factible que el radicalismo recupere varias provincias. Que añada una o dos para los radicales pesimistas, cinco para los optimistas. Dicho de una vez en esta nota, con validez para siempre: toda hipótesis se limita a eso hasta que hablen las urnas.

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Sanz expresó que los dirigentes tienen el deber de ir dos pasos delante de la gente. Pero que, hoy día, la gente ha superado a la dirigencia, anche a la radical. Según el orador, el setenta por ciento quiere un gobierno no kirchnerista lo que fuerza a los líderes políticos a ponerse a su par. Más allá de las cifras, siempre opinables, es cierto que el kirchnerismo sólo expresó a la mayoría absoluta en las elecciones de 2011. Medido en compulsas electorales, la mejor vara, siempre fue primera minoría.

Los radicales buscan ahora evitar la dispersión de ese conjunto, que padecieron hace cuatro y ocho años. Pero el deber de los dirigentes no es igual al de los ciudadanos. A aquellos les compete dar carnadura y viabilidad a los anhelos, no sólo traducirlos linealmente.

La existencia de opciones democráticas es una necesidad del sistema político, sin ellas no hay posibilidad de alternancia. Son una condición necesaria pero no suficiente: nuestra historia nos enseña que la viabilidad de los gobiernos y la estabilidad política son valores a conservar, cuya ausencia también mina las bases del régimen.

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Macri se anticipó a dar la bienvenida a quienes quisieran sumarse. Queda por verse si habrá competencia en las PASO o si, en las tratativas que vienen, se llega a una fórmula conjunta. Sanz negó esa perspectiva de plano y se definió como candidato presidencial. No tenía margen para otra cosa en ese escenario. Quedan meses intensos por delante y sería prematuro negar de plano la posibilidad de cualquier “recalculando” en el futuro.

Con las barajas así dispuestas, el espacio PRO-UCR queda fortificado y supuestamente debilitado el massismo.

El voto opositor todavía conserva numerosas vertientes en las que volcarse. PRO-UCR, FR, el espacio que lidera la diputada Margarita Stolbizer, el Frente de Izquierda y eventualmente alguno más. Una duda queda flotando y es si esa multiplicidad complace a los poderes fácticos que aúpan a ese espacio y al Frente Renovador. En cualquier mesa de arena se puede pensar que, cuando entren a circular encuestas, esos poderes pueden operar encareciéndole al “tercero” (con mejores o peores argumentos) que se baje.

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Con las coordenadas de hoy el favorito en las PASO es el macrismo, pero los radicales confiarán en su estructura tanto como en la (convengamos menguada) fidelidad de sus correligionarios. Habrá que ver. Hasta ahora, lo que practicaron es una estrategia de supervivencia para las provincias (sensata en términos pragmáticos), menos segura en el Congreso y abrir un camino nuevo en lo nacional.

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Los armados electorales se juzgan, al menos en parte, con criterios resultadistas. La valoración del paso dado ayer se redondeará cuando se develen varios enigmas cuyo orden de enumeración (que viene) no es jerárquico. El primero es donde dejará el voto popular a la nueva coalición. El segundo es la posición relativa del radicalismo.

Gobernar es otra cosa, ya se sabe. La Alianza advino en otra etapa, tras un gobierno que arruinó al país. Proponía un cambio cosmético y fracasó. La ecuación ahora es extrañamente distinta. La Argentina está mucho mejor, hay grandes políticas públicas que ningún gobierno con voluntad de mantenerse en el poder y revalidarse podría abandonar. Sin embargo, el cambio propuesto parece más ambicioso aunque no definen ni instrumentos ni objetivos para el futuro. Los reproches a la corrupción y al populismo son válidos, a condición de garantizar gobernabilidad, crecimiento y distribución de la riqueza. Esas asignaturas faltan o se dan por hecha sacando de la Rosada al kirchnerismo.

De recuperar “la República perdida” se hablaba ya en la filmografía alfonsinista. Era una consigna convocante, a la salida de una dictadura. Pero no bastó ni siquiera en ese trance fundacional.

La sociedad argentina actual es compleja, pluralista, demandante y muy activa en la defensa de sus derechos o conquistas. Un armado electoral sin banderas ni identidad suena a poco para hacerse cargo de esa sociedad, respetar sus intereses, ampliar sus derechos mantener su aprobación y tener a raya a los poderes corporativos.

El pueblo soberano resolverá si pide o no un relevo de gobierno. En ningún caso se conformará sólo con eso.

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