EL PAíS › RELACIONES Y VERSIONES SOBRE REPSOL Y EL GOBIERNO

Cómo llenar un agujero negro

La forzada voluntad de vender acciones y sus motivos. La danza de compradores, por ahora imaginarios. Las razones económicas para desalentar una compra del Gobierno. El activismo de operadores privados y oficiales y el secreto que los rodea. Y una pincelada sobre el nuevo escenario regional.

Opinion
Por Mario Wainfeld


Si algo no le falta al negocio energético es volumen. El gasoducto del Sur será o no será, pero si llega a ser será faraónico, recorriendo miles de kilómetros y costando miles de millones de dólares. Si Repsol YPF concreta su proclamada intención de vender algo así como el 20 por ciento de sus enflaquecidas acciones, alguien tendrá que juntar algo así como cuatro mil millones de dólares. Hugo Chávez sustenta un proyecto político inimaginable años atrás en el exorbitante precio del barril de petróleo al que los especialistas no le auguran un techo visible. Bolivia cambió el mapa de la región con el descubrimiento de sus reservas de gas, que permiten (y en algún sentido fuerzan) a Evo Morales a pulsear con los países más poderosos de Sudamérica y del mundo.

El gobierno argentino, heredero de la tradición peronista, busca cómo deshacer o mitigar uno de los más corruptos, banales y entreguistas actos del peronismo que fue la entrega de YPF y la de la renta petrolera. Menuda tarea le espera, desmantelar es más fácil que reedificar, aunque las arcas estatales estén ahora piponas. Pero un Estado financiado no es un Estado presente, activo, dotado de experticia para gestionar, por caso, los recursos naturales. Las ventas al peor postor que hicieron época tuvieron como lógico desemboque la pérdida o éxodo de técnicos o profesionales dotados. Página/12 habló con funcionarios nacionales y provinciales, con empresarios del sector, con académicos interesados en la materia: no encontró uno que dijera que Repsol tiene mejores cuadros técnicos o profesionales que los que revistaban en YPF hace cerca de 20 años.

La nacionalización decidida por Morales aceleró un excitado tablero que combina los negocios, las necesidades políticas de gobernantes democráticos y las lógicas nacionales que perviven más allá de contingentes cambios históricos.

Todo tiene un volumen gigantesco: la crisis, la oportunidad, la plata en juego, las versiones que circulan por acá.

Razones de pe$o

Repsol hizo pública su voluntad de desprenderse del 15 ó 20 por ciento de sus acciones. Algunos avezados integrantes del mercado energético y más de un funcionario nacional suponen que la oferta podría extenderse al 25 por ciento. En estas pampas, al menos, ningún comunicado se toma al pie de la letra. Aún con esta prevención cabe asumir que la desmentida acerca de presiones compradoras del gobierno argentino sonó muy drástica, aún para el escéptico mercado argentino y casi no queda otra que darle crédito. De cualquier modo, queda pendiente la versión acerca del ánimo comprador del Gobierno. Página/12 informó el domingo pasado que el Presidente admite tener “la fantasía” de que a fin de 2006 las reservas empardaran las que había antes del pago al Fondo Monetario Internacional. Y que, en ese caso, la intención del Gobierno sería “hacer algo” con el excedente.

“¿Ese algo podría ser la compra de acciones de Repsol?”, sonsaca el cronista a un importante funcionario de Economía, de aquellos que reportan y expresan fielmente a Felisa Miceli. El interlocutor pincha el globo, hablando por boca de la ministra.

“Es casi descabellado. En primer lugar, el Presidente anhela que las reservas recuperen su nivel para fin de año, pero es un alarde de optimismo, sería bastante bueno lograrlo en febrero o marzo. Pero, básicamente, si recuperamos esa holgura fiscal, hay muchas asignaciones más interesantes que asociarse en una multinacional que no opera sólo en Argentina. Sería como comprar otro Banco Hipotecario”, alertan en el quinto peso del edificio de Hipólito Yrigoyen y Balcarce.

“¿Pero no hay voluntad de recuperar poder de decisión?”, sondea este diario.

“El poder soberano no se garantiza haciendo de socio bobo. Usted se asocia en las ganancias, pero también en los riesgos. ¿Qué pasa si la empresa que usted integra hace una inversión ruinosa en Argelia?” discurre la fuente. “Lo esencial no es reunirse con la propiedad, sino con la renta. Usted puede subir las retenciones o la tasa del impuesto a las ganancias, llevarla al cincuenta por ciento o un poco más. O invertir mucha plata, pero mucho menos de 4000 millones en Enarsa y revitalizarla” imagina la fuente que replica como un espejo los criterios de la ministra.

Sin negar del todo el razonamiento, pero sí pensando en involucrar al Estado en la empresa (lo que equivale a desembolsar alguna suma fastuosa) en otros despachos del mismo inmueble se urden acciones de otro jaez.

Un paper sobre viveza

El politólogo sueco que hace su tesis de postgrado en Argentina la pasa de rechupete. El otoño porteño es mucho más piadoso y soleado que la mayoría de los veranos de su Gotemburgo, su más que amiga (la pelirroja progre que ahora duda si es kirchnerista) sigue acompañándolo en sus estudios sobre el conurbano bonaerense y en otras actividades más personales. Mientras despacha un bife de 500 gramos en Puerto Madero, no se hace mucho mundo por tener que complacer una manda de su mecenas y padrino de tesis, el decano de Sociales de Estocolmo. “Acá cuentan que el Estado argentino va a recomprar acciones de Repsol YPF, que vendió apenas ayer. ¿Los argentinos vendieron cuando el petróleo era barato y adquieren cuando constela por las nubes? Mándeme un paper sobre el tema, en una semana. Le sugiero un título, ‘La larga agonía de la viveza criolla’”. La ironía nunca sido el fuerte del decano, que viene de ser reelecto en su cargo por el gobierno sueco, sin intervención tripartita que se conozca y en un trámite mucho menos chispeante que el que detonó la candidatura de Atilio Alterini.

El politólogo, cansinamente, pone manos a la obra.

El olor del negocio

El nombre Repsol, dicen los memoriosos, alude a “refinería de petróleos y solventes”, que tal era el modesto quehacer de la empresa española antes de hacerse de YPF. La corporación española (una peculiar petrolera de un país huero de oro negro) cambió de ramo y pegó un salto cuantitativo y cualitativo. Pudo ser un negocio pingüe pero, a estar los resultados, se ve que los hispanos no las tienen todas consigo a la hora de gerenciar su negocio. Sólo así puede empezar a explicarse el ahogo financiero y empresario cuando el petróleo vale más que nunca.

Por el motivo que fuera, Repsol ahora está sobreexpuesta a la contingencia argentina, como se señaló ayer en este diario. Su debilidad la deja expuesta a compras hostiles y azuza la voracidad de eventuales adquirentes.

En ese contexto de asfixia propia y euforia del resto, la urgencia de Repsol por desprenderse de parte de sus acciones era conocida antes del anuncio respectivo que verbalizó esta semana su presidente Antoni Brufau.

También es un hecho que el gobierno argentino reniega por las bajas inversiones de la empresa en exploración y por no tener peso dentro de Repsol, ni siquiera acceso a información creíble. Una solución módica que se rumia en la Rosada sería incorporar al Directorio una personalidad de fuste, de mayor peso específico que quienes revistan ahora. La virtual jugada tiene el encanto de ser un remedio homeopático muy contrapesada por el doble bajón de ser poco espectacular y de bajo impacto.

Tal vez por eso pululan en distintos quinchos oficialistas proyectos más fastuosos. Nadie los reconoce on the record, pero se maquina intervenir en el inminente cambio de composición de Repsol. Es un secreto a voces que el hiperquinético y polifuncional Guillermo Moreno y el economista Eduardo Curia fogonean planes que implican algún desembarco oficial. “Tal vez el mejor camino sea capitalizar inversiones en el área exploratoria” susurran en el consorcio que comparten Economía e Infraestructura. De esa forma, explican, se saltearía el riesgo de comprometerse en acciones de Repsol fuera de Argentina y podría (por vía de la asociación particular) a invertir más en exploración, una recurrente obsesión del Gobierno.

En paralelo o quizá por añadidura, muchos integrantes del Gobierno se entusiasman con la perspectiva de que algún “empresario nacional” ponga un pie en Repsol. Leída en términos concretos, la expresión “empresario nacional”, a los ojos del autor de esta nota logra el llamativo record de contener dos inexactitudes en igual número de vocablos, pero es muy grata al imaginario de la dirigencia local.

Página/12 también consignó ayer que se menciona a Dolphin Energy como una potencial interesada en hacerse de las ya muy zarandeadas acciones en venta. Otros relatos añaden que la eventual compra no se haría a solas, sino en sociedad con capital estatal. Las versiones agregan que un operador de esa movida es Alejandro MacFarlane, actual presidente de Edenor, empresa que integra el grupo Dolphin. MacFarlane es pariente político de los Anzorreguy y fue un prominente operador del menemismo en todo tipo de negocios. En otro tiempo, integró el directorio de Repsol YPFdel que derivó durante la presidencia Kirchner a la cúspide de Edenor, una transición difícil de imaginar sin algún aval gubernamental. Cuando alboreó este gobierno, MacFarlane era muy mal visto por su prosapia política y sus lazos de parentesco, pero actualmente la relación mutua parece haber mejorado mucho al menos en lo que respecta a algunos funcionarios.

Si al lector atento le parece que a esta nota le faltan precisiones, que algunos proyectos se contradicen con otros o que no se entiende mucho de dónde saldrían las montañas de plata imprescindibles, no toda la culpa es de su firmante.

Tampoco es la mención apenas incidental a Enarsa en todo lo que se habla de la política energética. Quizá sea por el ostracismo patente que atraviesa su presidente Exequiel Espinoza. El hombre supo tener su ratito de fama en el Gobierno, mas parece haber perdido su prestigio en la Rosada y en el ministerio que conduce Julio De Vido.

El garante de multitudes

El politólogo sueco se entrevista con el militante social kirchnerista (en adelante MSK) de quien sabe que es también funcionario nacional o bonaerense. MSK no está muy obsesionado por su área de gestión, sino por “el acto del 25” en el que, jura, él mismo “garantiza 8000 personas”. El politólogo sabe que esas promesas a veces se corroboran y otras quedan en agua de borrajas, pero su afán no es discutir el punto, sino explorar si MSK sabe algo sobre anuncios presidenciales en la Plaza. “Vamos a recuperar el petróleo” se extasía el funcionario-militante. El sueco desliza algunas dudas, la renuencia de Economía, la dificultad de cerrar en días operaciones de ese calibre, los riesgos. Sus cortapisas no hacen mengua en MSC, quien a veces, se pasa meses sin hablar con Kirchner y en otras habla desde la misma boca del caballo. Su obstinación, el sueco lo sabe, es moneda corriente en las segunda línea del kirchnerismo.

El 25 habrá un anuncio con olor a petróleo, dice un extendido sentido común. No suena lógico, pero suena mucho, se encoge de hombros nuestro científico social.

Un mapa nuevo

La victoria electoral de Evo Morales sorprendió a la mayoría de los funcionarios kirchneristas, incluidos varios que hicieron muy buenas migas con la dirigencia del MAS. La errónea profecía se tradujo en una retracción del apoyo a la campaña del actual presidente boliviano, un lapsus que resintió en parte la confianza mutua.

Pero, básicamente, la crisis detonada por la nacionalización no alude a buenas ondas sino a intereses. Y se complejiza con el esbozo de nuevas líneas de alianzas. El Gobierno, empezando por el Presidente, ha venido reformulando su lectura acerca de relación estratégica con Brasil y de su relación táctica con el presidente Lula da Silva, en ambos casos a favor de mejorarlas. Ya no se escucha en despachos contiguos o cercanos al de Kirchner las críticas despiadadas contra Lula ni las (ciertamente simplistas) comparaciones que se le hacían con Carlos Menem. El Presidente, y sus allegados a su vera, evalúan que Brasil y Argentina son el eje de la región, su motor y los garantes de su estabilidad. Brasil y Argentina, en ese orden valga subrayar dada la tendencia nacional a agigantar la propia imagen corporal contra todo dato y toda razón.

Con esa relectura, que nadie reconocerá como tal, el eje Chávez-Morales es un desafío a digerir, contener y encauzar. Kirchner siempre leyó a Chávez como un compañero de ruta con proyecto propio y verba desmesurada pero dúctil políticamente y confiable en la mesa de negociaciones. No son palabras suyas pero, a su modo, lo considera una variante de peronista. Seguramente Evo le resulta un cuadro de izquierda más duro, menos maleable, rodeado de una burocracia menos fogueada que la venezolana. Pragmático como es, Kirchner sabe que debe trabajar a su modo (día a día) con esos administradores de riquezas enormes detestados desde Estados Unidos. La relativa paz de la región, unida al diseño dominante de la política exterior norteamericana desde el 11-S, alejaron buena parte de su libido y de sus acciones desde este Sur. Kirchner considera a esa circunstancia una ventaja comparativa de la etapa, quizá no homologable al incremento del valor de tantas materias primas, pero sí determinante en las chances de su gobierno en pos de ganar autonomía y mejorar los horribles indicadores sociales con que comenzó el siglo XXI. Un temor que no es pánico pero sí advertencia arraiga en la Rosada y en Cancillería. Es que los desbordes retóricos de Chávez compliquen ese cuadro, acaso en detrimento de las perspectivas futuras de Bolivia y Venezuela.

El olor a gas no tiene por qué alarmar, se trata de un cambio de época que viene adunado al resurgimiento de políticas económicas nacionales. Pero nada está dicho, pues depende de variables políticas, de las destrezas de líderes democráticos de legitimidad siempre amenazada, de gigantescos movimientos de capitales, de empresarios y aventureros de toda laya.

Así le comenta el politólogo sueco a su lejano sponsor y le promete más entregas de esta historia que ciertamente continuará.

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