EL PAíS

Una miradita al Norte

 Por Mario Wainfeld

Impresiona y, con los resquemores del caso, fascina la Convención del Partido Republicano. El candidato a presidente, Mitt Romney, radicaliza el discurso. El aspirante a vice, Paul Ryan, redobla la apuesta. El enorme Clint Eastwood parodia a sus peores personajes. La radicalización de la derecha aturde, aun mirada con los parámetros de Estados Unidos. Todas las voces todas parecen querer ahuyentar a mujeres, negros, hispanos, pobres. Demasiado sectarismo para un sistema bipartidista, sugeriría un manual básico de política.

Acaso no lo sea tanto o pueda no serlo. Viene a cuento recordar un libro de Dick Morris, el agudo consultor electoral que supo asesorar a los presidentes Bill Clinton y Fernando de la Rúa (clientes de distinto peso específico, cabe reconocer). Se llama, en versión española, Juegos de poder y compara tácticas de campaña similares que arrojaron resultados diferentes en distintas coyunturas. La que fue ganadora en un trance determinado resultó un fiasco en otros.

El empirismo, el pragmatismo y el cinismo son diferenciables conceptualmente. A veces no tanto en la acción cotidiana. Puesto en acción, Morris seguramente habrá traspasado sus fronteras sin despeinarse ni atribularse. Como analista, consigue volar por encima.

Vale la pena, cree el cronista, refrescar una de sus comparaciones en estos días. Es cuando coteja la táctica de “mantenerse fiel a los principios”, esto es, de cerrarse en la identidad e ideología propias. El senador republicano Barry Goldwater probó la jugada en 1964 y le fue fatal contra el demócrata Lyndon Johnson. En cambio, el gobernador Ronald Reagan, con el mismo rebusque, goleó en 1980 al demócrata James Carter.

No hay una táctica infalible, sino buenas respuestas ante distintas coyunturas. Morris exalta que Reagan tuvo más timing, un estilo más inclusivo que Goldwater, que transmitió más optimismo, que enfatizó menos su pertenencia partidaria y varias diferencias más.

George W. Bush fue reelegido, agrega este cronista, con un mensaje elitista, excluyente y despectivo de la diversidad.

Vaticinar en rodeo ajeno es más una locura que una audacia. No es el punto de esta nota saber cómo resultará el desafío republicano. Sí le importa consignar que esa derecha brutal, primitiva, intolerante e intransigente –casi predemocrática– es una realidad tangible en la primera potencia del mundo. Su virtualidad electoral está por verse, su existencia es indudable. Y mete miedito, si se permite una confidencia.

En simultáneo, en otros confines del ex Primer Mundo, la elite política europea se empeña en una sórdida carrera por desbaratar derechos sociales, despedir empleados públicos, desamparar a los privados y aumentar los impuestos para las personas de menos recursos.

Pegarle un vistazo a ese mundo real no debería inducir a renunciar a reclamos y demandas en este Sur. Nada debe provocar ese efecto, nada interferir en la dinámica de las democracias que conviven en el vecindario. Pero usar el método comparativo, insinúa el cronista, siempre ayuda a pensar.

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