SOCIEDAD › UN INGENIERO NACIDO EN CAñUELAS DISEñA TRAJES EN LA NASA

Pilchas argentinas en el espacio

Confecciona los trajes que usarán las misiones a la Luna y Marte y los vuelos privados al espacio. Es argentino y trabaja para la agencia espacial estadounidense.

 Por Cledis Candelaresi

Quienes a partir del 2020 vuelen a la Luna o a Marte se calzarán un traje de diseño argentino. Lo mismo ocurrirá con los privilegiados turistas que en un par de años se den el gusto de salir por unos minutos de la atmósfera terrestre para dar unas volteretas en el interior ingrávido del Space Ship Two, nave de la firma norteamericana Virgin Galactic: su atuendo, así como el simulador que usarán los pilotos para entrenarse en esa misión son productos ya acabados que resultaron de la misma pericia nacional. En su doble papel de técnico contratado por la NASA y dueño de su propia empresa para el desarrollo de la singular vestimenta, el responsable de las obras es el ingeniero aeroespacial Pablo de León, quien desde hace veinticuatro años se cultiva y produce en territorio estadounidense. Justo desde que languidecieron sus sueños de lanzar cohetes concebidos en su Cañuelas natal, porque entendió que la Argentina había abandonado sus ambiciosos proyectos de conquistar el espacio con tecnología y recursos propios. “En el país del dengue, lamentablemente quedamos muy lejos de todo ese desarrollo”. Una prueba irrefutable de la capacidad local de exportar talentos. O de expulsarlos.

Si la decisión de Barack Obama de recortar drásticamente el próximo presupuesto público no compromete las iniciativas más preciadas de la NASA, luego del 2020 podría instalarse una base lunar. Un lustro después, la meta son las misiones tripuladas a Marte. Como director del Laboratorio de Trajes Espaciales de la Universidad de North Dakota e investigador asociado en el Departamento de Estudios Espaciales de esa casa de estudios, Pablo de León es responsable de inventar la vestimenta adecuada para cada uno de esos ambiciosos destinos: el NDX 2 y el NDX 1. Se trata de una ropa compleja, irrigada en su interior por pequeñas mangueras en las que circula el agua que templa o refrigera. Apta para abandonar las naves y resistir la atmósfera lunar o la marciana. Apenas uno de los desafíos de este profesional con masters en Francia y en Houston.

Su empresa, De León Technologies LLC, de Cabo Cañaveral, Florida, probó y desarrolló el primer traje para ser usado en vuelos espaciales privados, el DHL-1. Una versión simplificada y económica del de astronauta, que debe ser “reutilizable y adaptable” a tallas diversas. “No hay un lugar para aprender sobre esta vestimenta. Se trata de experimentar. Esto me obligó a estudiar ciencias biológicas del espacio e ingeniería textil”, comenta el especialista, por estos días en la Argentina. No puede faltar esta semana al Congreso de Tecnología Aeroespacial de Mar del Plata, cónclave bianual que congrega a científicos de todo el mundo y del que él es promotor.

Como empresario, identificó la necesidad del mercado y el consecuente “nicho” económico. En los Estados Unidos empezaron a emerger empresas que intentarán desarrollar el turismo espacial para viajeros con recursos. Virgin Galactic es una de ellas y semanas atrás presentó en Buenos Aires su propuesta para vuelos tripulados a 110 kilómetros de la superficie terrestre, donde los cuerpos pueden liberarse del poder de succión del planeta. Una experiencia que requiere cierto tranning previo para el par de horas que dura la emoción, por módicos 200 mil dólares. El simulador para entrenar a los comandantes, basado en la nave llamada Space Ship One, también tiene su sello.

De León no es el único profesional argentino que trabaja en los Estados Unidos en el área aeroespacial. Pero sí el único dedicado al diseño de estos trajes y el primero que voló a gravedad cero en el avión especial de la Nasa KC 135. Fue en 1997 en un vuelo que le permitió concretar varios experimentos argentinos llevando a bordo materiales elaborados localmente con el afán de que resistieran las condiciones de los viajes a esas lejanías.

–¿Usted se siente reconocido en el país? –le preguntó Página/12.

–No. Pero creo que eso se explica porque mi materia no tiene aplicación local. La Argentina abandonó el desarrollo de la tecnología espacial. Ciencia y tecnología aquí califican últimas.

Sin embargo, en el 2006 su trabajo fue declarado “de interés parlamentario” por la Cámara de Diputados y la Secretaría de Cultura de la Nación lo condecoró en el 2008 por su investigación sintetizada en “Historia de la Actividad Espacial en la Argentina”. Allí, Pablo de León precisa cómo el país se estaba alistando para realizar su lanzamiento de cohetes en los años ochenta, desde la base riojana del Chamical. O cómo llegó a ser el cuarto país en el mundo en la realización de experiencias biológicas en el espacio, detrás de Estados Unidos, la Unión Soviética y Francia. A mediados de los ’60 eyectaba a la lejanía celeste ratones y monos, que volvían sanos y salvos.

Los proyectos nacionales fueron declinando hasta ser definitivamente abortados a principios de los ’90 con la privatización de la Fábrica Militar de Aviones y el desmantelamiento del misil Cóndor. “Se habían invertido casi 400 millones de dólares en Falda del Carmen para la propulsión de cohetes. Y eso quedó en la nada. Argentina tiene que entender que la tecnología espacial promueve desarrollos para otras áreas, es una usina de ideas para los jóvenes. Hoy para ver imágenes holográficas de su territorio tiene que comprarlas porque no pudo desarrollar la tecnología para obtenerla por sí misma”, se lamenta el experto.

Pablo de León tiene un curriculum notorio y demasiado extenso para resumirlo en una nota periodística sin descartar algún dato relevante. Un derrotero construido a fuerza de no resignar los sueños que concibió de chico, cuando lo deslumbraron las imágenes de la llegada del hombre a la Luna que proyectaba el televisor grande, en blanco y negro, de su hogar bonaerense. Desde ahí mismo quiso dedicarse al lanzamiento de cohetes, un metier en el que Argentina prometía ser líder allá por los ’60, cuando él nació. Se fue a California a estudiar ingeniería poco después de terminar el colegio industrial, pero sin ganas de abandonar definitivamente el terruño.

Será por eso que aquí concibió las primeras osadías, como la de fabricar el 4SA1, primer traje espacial que se hizo en Sudamérica. Una presentación grandilocuente si se atiende que el corte y confección tuvo lugar en el garaje de su casa de Magdalena, la ciudad de provincia en la que vivía en entonces, y que acusó muchos defectos a la hora de la prueba en la US Space Academy. Aun así, le abrió las puertas para sus primeros trabajos en el rubro. Lejos, muy lejos quedaron los días en los que con un grupo de amigos con los que compartía esa pasión –y a quienes involucró para crear la Asociación Argentina de Tecnología Espacial– tomaban el tren hasta Villa Elisa para lanzar cerca de Punta Lara los cohetes de combustible sólido que llevaban envueltos en papel de diario.

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Pablo de León, técnico contratado por la Nasa y dueño de su propia empresa para el desarrollo de la vestimenta.
 
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