SOCIEDAD › EE.UU. DESTRUYO EN EL ESPACIO UN SATELITE ESPIA PROPIO

A la guerra de las galaxias

El satélite fue explotado con un misil lanzado desde el Pacífico por el peligro que implicaba su inminente caída a Tierra. Para China y Rusia, fue un ensayo de EE.UU. de su escudo antimisiles.

Estados Unidos derribó en las primeras horas de ayer, a través de un proyectil, uno de sus satélites espía. El misil fue lanzado desde el buque de guerra “USS Lake Erie”, a pocos kilómetros de Hawai. Minutos después del lanzamiento, a una velocidad de 27 mil kilómetros por hora, impactó a unos 247 kilómetros de altitud sobre el océano Pacífico, cuando se desplazaba “fuera de control” por el espacio –según informó el Pentágono– a más de 11 mil kilómetros por hora. Para el Pentágono existía el peligro de una caída libre del artefacto en marzo, con la amenaza de contaminar con su combustible altamente tóxico. China y Rusia protestaron. Consideraron que Estados Unidos buscó probar la efectividad de su sistema de defensa antimisiles.

Es la primera vez que Estados Unidos derriba un satélite desde mediados de la década del ’80, cuando las fuerzas armadas norteamericanas testeaban armas antisatelitales. En la acción se utilizó el polémico sistema de defensa antimisiles. El satélite, denominado L-21, tenía el tamaño de un ómnibus y había sido lanzado a fines de 2006. Poco después dejó de funcionar y ya no respondía a los comandos de Houston. Así, el satélite estaba a la deriva y su tanque contenía 450 kilogramos de hidracina, un combustible para motores de satélites altamente contaminante.

Voceros del Pentágono dijeron que el misil redujo el artefacto a piezas del tamaño de una pelota, aunque reconocieron no estar ciento por ciento “seguros de haber destruido el tanque de combustible”.

Según la Casa Blanca, el misil fue lanzado para derribar al satélite, dado que había peligro de que cayera sobre la Tierra y diseminara la hidracina, un químico que puede atacar el sistema nervioso central y ser mortal. Para el gobierno de George Bush, sin esa intervención, el satélite averiado hubiera llegado a la atmósfera terrestre el 6 de marzo y se habría estrellado en un punto impredecible.

Algunos países, como Rusia y China, mostraron su “preocupación” por esta operación, que consideraron un ensayo antimisiles. “China pide a Estados Unidos que respete seriamente sus obligaciones internacionales y proporcione rápidamente a la comunidad internacional la información necesaria para que los países afectados puedan tomar sus precauciones”, dijo el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Liu Jianchao.

“Estamos dispuestos a compartir lo que, de manera apropiada, podamos”, dijo al respecto el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, quien salió a defender el operativo. Así, en Washington negaron que buscaran encubrir secretos tecnológicos o estar ensayando una demostración de poder y rechazaron cualquier paralelismo con China que usó sus misiles para derribar un viejo satélite meteorológico en enero de 2007.

Sin embargo, Gates se jactó de que con el éxito de la operación “ha sido resuelta” la duda sobre el funcionamiento del programa de misiles defensivos. “La cuestión que permanece es qué tipo de amenaza, cuán grande es la amenaza, cuán sofisticada es la amenaza que enfrenta Estados Unidos”, sostuvo Gates. La operación para destruir el satélite fue valuada en un costo de entre 40 y 60 millones de dólares y se apoyó en misiles SM–3, cuyo software fue modificado para “reconocer al satélite” de espionaje.

El plazo para destruirlo con un misil se extendía hasta el 29 de febrero. El Pentágono decidió esperar para llevar adelante su operación a que el transbordador Atlantis aterrizara el miércoles en Florida, después de una misión de casi dos semanas en el espacio.

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El misil lanzado desde un buque de guerra ubicado en el océano Pacífico, cerca de Hawai.
 
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