SOCIEDAD › COMO PUDO ESCAPAR Y REENCAUZAR SU VIDA

El regreso del infierno

 Por Mariana Carbajal

–¿Cómo sobrevivió en Japón? –le pregunta Página/12 a la colombiana Marcela Loaiza, sobre el año y medio en que estuvo atrapada en ese país, explotada sexualmente en las calles de Tokio.

–No sé –responde, pensativa.

Dice que si obedecía no la obligaban a tomar drogas. Que no llegó a aprender el idioma japonés y que chapuceaba algunas frases del inglés. Pero así, con pocas palabras, cuenta, pudo contarle a un cliente–prostituyente fijo que tenía, que ella estaba contra su voluntad ahí, que quería volver a su casa. Y si no, “le pedía que la matara, que me diera algún veneno”, sigue Loaiza. El cliente-prostituyente, apunta, la ayudó a escapar, con una peluca y una chaqueta larga la acompañó a la estación de tren y le dio el boleto para viajar hasta la Embajada de Colombia. “Cuando vi la bandera de Colombia, corrí”, dice. En la sede diplomática la ayudaron a regresar a su país. “El proceso de repatriación duró cuatro semanas. Mi cuerpo empezó a reaccionar, se me caían los dientes, el pelo, tuve fiebre, la piel reseca. Me dijeron que si denunciaba a mi reclutador, me iban a ayudar. Lo denuncié en una fiscalía en Pereira, pero la causa nunca avanzó”, subrayó.

El regreso, dice, fue muy duro. “Mi mamá pensó que yo era drogadicta. Yo no hablaba. No era capaz de pedir ayuda. Lloraba y abrazaba a mi hija. Vivía como un animal. Yo no me sentía víctima. Me sentía culpable. Pensaba que había nacido para ser prostituta y como no tenía trabajo, por dos años fui prostituta vip, escort, y ganaba bien. Hasta que un día fui a llorar a una iglesia porque no me sentía digna. Y se me acercó una monja, la hermana María Graciela, de las Adoratrices de Pereira. Fue mi ángel. Ella me ayudó. Le conté de mi vida y ella me hizo entender que yo había sido víctima de trata. Me apoyó con terapia psicológica. La congregación se convirtió en mi familia. Esa monja era directora de un colegio y aceptó que mi hija fuera. Juré a la hermana que iba a dejar la prostitución. Me volví creyente por ella”, cuenta Loaiza.

Dice que con el apoyo de las monjas hizo distintos cursos, de computación, de inglés, entre otros.

Dice también que cuando iba a la psicóloga no era capaz de hablar. “Me decía que escribiera cada vez que tenía recuerdos y le iba dando esas notitas. A los tres años me dio todos los papelitos y me dijo que con todo lo que había escrito podía publicar un libro. Los guardé por ocho años y en 2009 publiqué mi primer libro, Atrapada por la mafia Yakuza. Lo editó el Grupo Planeta en Colombia.

–¿Por qué decidió hacer pública su historia en ese momento?

–Al ver que el problema sigue creciendo, que la demanda de mujeres latinoamericanas a Japón sigue aumentando y que nadie denuncia, que nadie pone rostro a este flagelo, pensé: “Algo tengo que hacer al respecto, no puedo permitirlo, tengo que alertar a otras generaciones de mujeres.” Me decidí a alzar la voz, a contar públicamente lo que me pasó. “Aquí está mi rostro. Aquí está mi nombre. Fui víctima de trata”. Después que saqué el libro, me escribieron muchas víctimas de trata preguntándome cómo había podido salir adelante y decidí escribir el segundo, Lo que fui y lo que soy.

La fundación que lleva su nombre y tiene sede en Cali es un sueño hecho realidad, dice. La abrió en 2011, con el apoyo de la de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodoc), que lleva adelante la campaña internacional Corazón Azul, contra la trata. Loaiza es parte de esa campaña. Con la ONG trabaja en programas de prevención social y promueve la atención integral de víctimas de trata. La cadena Telemundo pretende convertir en novela su historia. Alguna productora de Hollywood está negociando con su abogado para llevarla a la pantalla grande. “Todavía no hay nada concreto”, aclara ella.

Loaiza destaca que las religiosas la salvaron porque el gobierno colombiano “no cumplió su promesa de ayudarme”.

Frente a las estadísticas sobre víctimas de trata, Loaiza dice no confiar porque de una persona que denuncia, 20 o más no lo hacen por miedo al rechazo de la sociedad o, como en su caso, y dadas las circunstancias de maltrato y dominio de sus captores, no saben si al final se han convertido en trabajadoras sexuales, por pérdida de autoestima o víctimas reales de un flagelo que les cambia la vida de manera profunda.

–¿Cuál es su mensaje a otras víctimas?

–Que jamás se rindan, que nunca pierdan la fe, que se instruyan, se eduquen, hay muchas herramientas para aprender, sin tener que pagar, que lean mucho. Que si yo, Marcela Loaiza, de un barrio popular pude salir adelante, ellas también lo van a poder hacer.

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