EL MUNDO › DESILUSION EN BRASIL POR LA VISITA DE BARACK OBAMA

Malos modales, agenda previsible

La seguridad fue asfixiante, grosera, casi violenta. Lula ni se presentó al almuerzo con el norteamericano. La agenda comercial fue amplia pero previsible, apenas se mencionó al pasar la ambición brasileña de un asiento en la ONU y, para peor, Obama ordenó bombardear Libia desde la oficina de Dilma Rousseff.

 Por Eric Nepomuceno

Desde Río de Janeiro

Faltaban once minutos para las nueve de la noche de ayer cuando los cielos límpidos y la luna muy llena que iluminaba tres de los barrios más exclusivos de Río –Jardín Botánico, Gavea y Leblon– fueron sacudidos por el fuerte estrépito de una insólita flotilla de helicópteros, todos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Los moradores supieron entonces que el gran visitante había llegado. Uno de los helicópteros, el mayor de la flotilla, traía a la primera familia norteamericana, es decir, Barack Obama, Michelle y sus dos hijas. Los demás servían de escolta.

Con dos horas de retraso, el mandatario norteamericano inició la segunda etapa de su viaje oficial a Brasil. Aparentemente, la más esperada por él: al fin y al cabo, Obama se quedará en Río casi el triple del tiempo que pasó en Brasilia, la capital. Su helicóptero aterrizó en la cancha del Flamengo, el más popular equipo brasileño de fútbol. No es que Obama haya deseado hacer un homenaje especial a la hinchada: es que su aparato es demasiado grande para los helipuertos de las vecindades.

De ahí al hotel que lo hospeda en Copacabana, a poco más de tres kilómetros de distancia, al que la primera familia se trasladó en una formidable comitiva de quince vehículos blindados protegidos por cien motociclistas de la policía y un número no determinado de coches con policías y agentes de seguridad. Teóricamente, todo bajo coordinación del ejército brasileño. En la práctica, todo determinado y ejecutado bajo las rígidas orientaciones del equipo de seguridad de la Casa Blanca.

Además de las dimensiones del aparato de seguridad, impresionó a todos en Brasil la prepotente truculencia con que se portan los agentes norteamericanos y la falta de diplomacia de los diplomáticos que integran el protocolo de la visita. Sergio Cabral, el muy parlanchín gobernador de Río, y Eduardo Paes, el alcalde de la ciudad, fueron sumariamente informados de que no podrán acompañar a Obama en su visita de la mañana de hoy al Cristo Redentor, la imagen pública más conocida de la ciudad en todo el mundo. Además, en la visita que enseguida el presidente más poderoso del planeta hará a la inmensa favela Ciudad de Dios, los dos –gobernador y alcalde– deberán mantenerse confinados en la sede de la asociación de moradores donde Obama, luego de recorrer algunas calles de la barriada miserable, dirigirá algunas palabras a una platea previamente seleccionada con lupa por los servicios norteamericanos. Habrá, eso sí, un almuerzo con Cabral y Paes, que, al fin y al cabo, son los anfitriones formales de la primera familia norteamericana. Pero tampoco pudieron invitar a los que pretendían, sin la previa aprobación del protocolo y del servicio de seguridad de la Casa Blanca. Por la tarde está previsto un discurso en el Teatro Municipal. Mañana a la mañana, la flotilla y su comitiva zarpan rumbo a Chile.

En Brasilia, otra muestra de grosería fue reservada a los ministros de Estado en el almuerzo que uno de ellos, el de Relaciones Exteriores, ofreció ayer al visitante. Los miembros del gobierno de Dilma Rousseff que fueron invitados por la presidente tuvieron que someterse a un humillante cacheo antes de entrar al salón donde 25 mesas esperaban a los 150 invitados, cuyos nombres igualmente fueron aprobados previamente por el protocolo de la Casa Blanca. Como respuesta, varios de ellos se negaron a saludar a Barack Obama y a su esposa Michelle. Y al menos uno, luego de saludar a Dilma Rousseff, prefirió volver a casa sin el insípido almuerzo ofrecido al norteamericano. Quien, a propósito, dispuso de un menú especial: vegetariano, Obama trajo con él un cocinero del equipo de la Casa Blanca. Michelle lo acompañó en la opción culinaria.

Más que las presencias, ha sido una ausencia la que más se destacó en el almuerzo de Itamaraty al visitante: de los cuatro ex presidentes invitados, solamente uno agradeció y pasó, sin explicar sus razones, de la invitación: Luiz Inácio Lula da Silva.

Además de muestras de prepotencia, de groserías y de actitudes poco delicadas, la visita oficial de Obama a Brasil quedó marcada por dos puntos específicos.

El primero de ellos no tiene nada que ver con el país visitado: la orden de atacar a Libia fue dada mientras Obama estaba en su reunión privada con Dilma Rousseff en el Palacio do Planalto, sede del gobierno brasileño. A cierta altura del encuentro, que duró poco más de 40 minutos, un asesor se acercó al presidente y le entregó un papelito. Obama pidió excusas a su anfitriona y allí mismo, por teléfono, dijo un alto y claro “procedan”. Minutos después, al otro lado del mapa, empezó el bombardeo de la flota naval norteamericana sobre Libia. A partir de ese momento, se hizo evidente la tensión de Obama, quien pasó el resto del día intercalando palabras con miembros del gobierno brasileño, discursos y declaraciones a la prensa con llamadas telefónicas a Wa-shington.

Pues ha sido en ese clima raro que los equipos de los dos gobiernos lograron firmar nada menos que diez acuerdos bilaterales, que la presidenta brasileña logró clavarle al visitante un par de delicados alfileres en su discurso de homenaje y que el presidente norteamericano logró lanzar algunos elogios significativos a Brasil en su propio discurso. Diciendo hablar “en nombre de la franqueza”, cuyo objetivo es el de “construir una relación de mayor profundidad”, Dilma Rousseff le espetó al visitante que “una relación comercial más justa y equilibrada exige que se rompan las barreras que se levantan contra nuestros productos”. Y para no dejar dudas, mencionó directamente al etanol, a la carne bovina, jugo de naranja (Brasil es el mayor productor y exportador mundial), algodón y acero. Se declaró heredera del gobierno de Lula (las relaciones personales entre el ex presidente y Obama terminaron muy mal), y pidió apoyo de Washington para “las reformas urgentes en organismos como el FMI y el Banco Mundial”. Luego mencionó a las Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad, en el cual Brasil pide un asiento permanente luego de la tan postergada reforma de la ONU.

En su discurso de respuesta, Obama elogió a Brasil y dijo que su gobierno pretende equiparar su trato destinado al país al que mantiene con India y China. Anunció que los Estados Unidos y Brasil son las “dos mayores democracias de este continente y también las mayores economías”, y resaltó que su país está interesado en ser “un gran cliente” del petróleo brasileño en el futuro.

Los diez acuerdos bilaterales firmados durante la visita de Obama a Brasilia establecen proyectos conjuntos en diversas áreas, como biocombustibles, educación y el uso del espacio sideral. Uno de los acuerdos prevé que se establezca una comisión destinada a negociar cuestiones comerciales y resolver divergencias entre los dos países. Resumiendo: nada especialmente relevante.

Poco antes de las diez de la noche de ayer, al hacer el primer balance informal de los resultados de la visita de Obama a Brasil, un asesor de la presidenta brasileña señaló que lo más positivo ha sido notar que entre el mandatario norteamericano y Dilma Rousseff se estableció de manera natural “una química muy favorable”. De mantenerse esa simpatía mutua, dijo ese asesor, seguramente será más fácil el diálogo de aquí en adelante, para que se recupere rápidamente el terreno perdido luego de las divergencias entre Lula y Obama.

Hubo una discreta pero palpable decepción, entre altos diplomáticos brasileños, por la fugaz y superficial mención que Obama hizo, en su discurso, a la aspiración de Brasil de ocupar un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. El mismo asesor de Dilma, en su balance informal de la visita, recordó, sin embargo, que el tema entró en la agenda a última hora, y por decisión de la Casa Blanca, ya que el Departamento de Estado, a cuya cabeza está Hillary Clinton, era francamente desfavorable a que hubiese mención alguna al planteo brasileño.

Libia también ha sido tema de la conversación privada entre Dilma y Obama. El norteamericano, segundos antes de ordenar el ataque delante de su colega brasileña, aclaró que existía “la firme posibilidad” de una acción militar. Dilma se limitó a comentar que antes se deberían examinar a fondo los costos y los beneficios concretos de tal acción. Luego de la llamada de Obama determinando “proceder”, no se volvió a tocar el tema. Como se recordará, Brasil, que ocupa la presidencia de turno en el Consejo de Seguridad de la ONU, del cuál es miembro rotativo, se abstuvo de votar la resolución que determinó los ataques lanzados por Estados Unidos, Inglaterra, Francia y España.

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Imagen: EFE
 
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