EL PAíS › OPINION

Costumbres que duran años

El discurso de Cristina, una rutina que siempre sorprende. La paritaria nacional docente, una institución compleja y necesaria. Cambios en el gabinete, los que se van y algo sobre los que llegan. El fallo de Rafecas, críticas sin contenido y sin respeto. Un adiós al fiscal Strassera.

 Por Mario Wainfeld

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner abrirá las sesiones ordinarias del Congreso por última vez durante sus dos mandatos. Extenderse sobre eso en “la previa” es tan insulso y prematuro como hacerlo antes de un clásico de fútbol: mejor será hacerlo mañana. Baste decir que es una regla constitucional que se cumplió año tras año, siempre con contenidos, pasiones... con psicodrama oficialista y opositor. La mandataria jamás se guareció en discursos huecos o ceremoniales, su oratoria “hizo agenda”, forzó alineamientos.

Los tres gobiernos kirchneristas tuvieron y tienen esa característica. Conviene subrayar la estabilidad, la gobernabilidad y la vigencia de las instituciones que usualmente no les son reconocidas por sus adversarios. A veces, cierta épica oficialista funciona en espejo: prefiere resaltar otras facetas o pintar como una revolución invicta e impecable a un reformismo democrático avanzado con contradicciones, retrocesos y amesetamientos.

Uno de los debates insinuados de campaña, no con esas palabras, es la continuidad de las numerosas instituciones que sostuvo el oficialismo y, en particular, de las que construyó. En el terreno social hay varias. Entre ellas, la universalización de hecho de las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo (AUH), las paritarias anuales con activismo sindical y estatal, el más reciente programa Progresar.

También la innovadora Paritaria Nacional Docente (PND), que se firmó en esta semana. Merece, no sólo por eso, un párrafo especial.

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Seis a dos, en partido peleado: La PND es producto de sostenida lucha de los gremios docentes desde la recuperación democrática. La hizo ley el kirchnerismo, con aprobación sindical. Cuando se dictó la norma, todos estaban de acuerdo. En sustancia siguen estándolo pero como también hay conflictos de intereses y de visiones en el medio es habitual que cada cual reclame para sí toda la paternidad de la criatura o la parte del león. En verdad, hay una continuidad entre las luchas y la acogida institucional. En el 2003 surgió un gobierno que concretó y ayudó a transformar en conquistas demandas de sectores aguerridos y progresistas. Se ahorra la nómina, quien lee este diario la (re)conoce.

La PND se crea, como tantas medidas K, para ir recomponiendo el tejido social dañado por las políticas de Estado del peronismo menemista y de la Alianza. La falsa federalización del sistema educativo, pensada sólo en clave de ajuste económico y proyecto conservador, fue arrasadora. Se hizo bajo el rótulo de la modernización y con un falaz discurso federal que reaparece ahora con otros disfraces. Se acentuaron las previas asimetrías entre provincias o regiones. El modo de repararlas instaura un sistema complicado en las tratativas concretas, aún para entender.

En los comienzos el Gobierno llevaba para arriba demandas y salarios, como también sucedió en las convenciones colectivas de la actividad privada. La Nación no tiene escuelas ni docentes a su cargo. Sí paga los sueldos de las universidades nacionales y un fondo compensador para sostener a las provincias con menos recursos.

La PND determina un piso anual para el primer salario docente. Las provincias no pueden bajarlo aunque sí mejorarlo. La doble ronda paritaria es un quebradero de cabeza y un ejercicio fatigante, sobre todo en los años de menor o nulo crecimiento. Así y todo, el ejercicio es una defensa de los intereses de los trabajadores de la educación.

La multiplicidad de sindicatos o federaciones gremiales (cinco a nivel nacional, en varias provincias la cifra se supera) agrega tensiones y ripios.

Si no se llega a un acuerdo, el Estado “lauda”, o sea, define. Es un desenlace necesario porque en algún punto debe cesar la incertidumbre. También es indeseable pues refleja un fracaso de las dos partes. Tanto que si se reiterara mucho, la “mesa” perdería sentido y razón.

La PND es una institución infrecuente en la experiencia comparada de otros países. Se congregó ocho veces, seis terminaron con acuerdos. El seis a dos es un buen resultado, con pinta de goleada. No es para tanto si se recorren las peripecias y se computan, más allá del score, las complicaciones que se trasladan a las provincias. Si este año no cerraba bien hubiera sido cinco a tres. Los gremios supieron combinar la defensa de sus compañeros y un sentido sistémico. Los ministros de Educación, Alberto Sileoni, y de Trabajo, Carlos Tomada, retomaron un trajín peliagudo, al que están habituados.

Tiempo atrás, ante una pulseada que estaba por terminarse sin pactos, el dirigente de Suteba Roberto Baradel exhortó a todos a seguir negociando “en memoria de Néstor”. En esta ocasión, Sileoni instó a todos a tratar de ser constructivos pensando que en 2016 habrá otro gobierno, acaso de signo distinto. Para fomentar la prédica el Gobierno incrementó, después de años de parate, el Fondo de Incentivo Docente que paga el Estado nacional y sirve como suplemento del sueldo. Como todo monto fijo tiene mayor impacto porcentual en los haberes más bajos. Subirá de 250 a 510, a partir de agosto. Es un esfuerzo fiscal de 1800 millones de pesos.

Las clases comenzarán mañana en la mayoría de las provincias. Habrá paros en otras, algunos por varios días. Las negociaciones cerca del comienzo del ciclo lectivo y las medidas de fuerza muy prolongadas damnifican a las familias y a los chicos. Son prácticas a revisar, de un lado y de otro del mostrador. En general los gobernadores abrieron más la mano que en ocasiones previas, con miras al año electoral.

La persistencia de la PND, con eventuales correcciones y mejoras, sería una buena muestra de continuidad democrática. La perspectiva de supresión no está enunciada, pero forma parte de los riesgos verosímiles de un triunfo opositor en octubre.

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Cambios para sostener: Tomada está en su cartera desde que asumió el presidente Néstor Kirchner. Ostenta el record en su ministerio. No es el único. Por ejemplo, Julio De Vido permaneció todo ese tiempo; Alicia Kirchner tuvo licencia por pocos meses.

Sileoni lleva seis años, en Educación hubo tres ministros en doce años. Los promedios son altos porque los presidentes Néstor y Cristina eligieron ser medidos, en términos relativos, para meter cambios en sus elencos. En un lapso tan largo, claro, no faltaron excepciones a la tendencia ni sobresaltos.

En la semana que fue, se anunciaron relevos, designaciones y rotaciones añadidos a los que hubo pocos meses atrás. El jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, fue reemplazado por el versátil Aníbal Fernández. El diputado Eduardo de Pedro ocupó la vacante que dejó éste en la Secretaría General de la Presidencia, que ejerció en un período breve. El ministro de Salud, Juan Manzur, se retiró y fue nombrado Daniel Gollán.

La Presidenta, en gesto que no es frecuente, tomó el micrófono para agradecer y elogiar con calidez y sonrisas, a los funcionarios salientes.

Capitanich entró al gabinete en un momento difícil para el oficialismo, que atravesó muchos. Su labor como vocero cotidiano lo expuso a un desgaste cantado, lo acometió con esfuerzo y garra. Es un dirigente con buena formación económica, mejor que la media. En el intercambio diario puso la cara, ganó y perdió. Cumplió en sustancia su cometido. Su mayor falla (o algo peor) fue cuando rompió un ejemplar del diario Clarín. Otras veces se mantuvo firme, acertando a veces, trastabillando otras. Hay quien afirma que el hombre esperaba que su designación fuera un trampolín a la precandidatura presidencial. Podrá ser o no, aunque era bastante improbable jugarse tanto sin pagar costos políticos.

Al parecer de este cronista, la gestión de Manzur distó de estar a la altura de las necesidades en materia de salud pública. El kirchnerismo, opina uno, sólo tuvo un ministro sanitarista de nivel nacional que supo ser referente de sus pares: Ginés González García. Graciela Ocaña se consagró a la denuncia y la investigación, sin ser médica siquiera. La Argentina sigue sin tener un sistema nacional integrado de salud. Coexisten cuatro subsistemas, si se permite una mirada no especializada: el público (nacional y provincial), las obras sociales, las prepagas y el PAMI. Todos tienen virtudes y defectos, interactúan entre sí. Se fueron configurando en distintas etapas, el saldo actual es un nivel de gasto (público, de los laburantes y de los particulares) mucho más elevado que la calidad de las prestaciones.

Durante la gestión Manzur hubo pocas políticas activas nacionales para promover el acceso a (y la calidad de) los servicios públicos de salud. Su actuación en lo referido a salud reproductiva y aborto no punible generó frondas de reproches de organizaciones sociales por su inclinación ideológica y su falta de compromiso.

Gollán tiene un perfil más afín a la mejor tradición del peronismo que Manzur: discípulo de grandes sanitaristas peronistas, militante setentista, especializado en la atención primaria. Su cometido será contra reloj, a desarrollarse en contados meses. Tal vez pueda iluminar un sendero mejor.

No es del todo estricto comparar las carteras de Educación y Salud, dadas sus distintas magnitudes y presupuestos, pero lo cierto es que en materia educativa se consiguió una mejor reparación de los destrozos noventistas que en salud. Y construir una mirada y una referencia nacional para los territorios.

Wado de Pedro es un joven dirigente de La Cámpora. Tiene como sus principales pares una trayectoria militante previa al advenimiento del kirchnerismo. Hombre joven del interior de la provincia de Buenos Aires, lo adorna una campechanía agradable y una aptitud para la acción política que la Vulgata mediática no le registra. Es el primer referente de La Cámpora que ocupa un espacio alto en el gabinete. Ya tenía escucha atenta y trato frecuente con Cristina Kirchner. Los demonizadores de La Cámpora ven con desazón su llegada que subraya la confianza que les dispensa la Presidenta.

“Aníbal” recibió dos ascensos en un ratito. Es un funcionario casi indispensable por su capacidad de trabajo, el nivel de información que maneja, su vocación por estar enchufado on line todo el tiempo. Sus dotes de polemista le agregan valor, con una característica tampoco convencional. Es vibrante cuando discute, pero no acostumbra enojarse de más. Y muestra sentido del humor no sólo en la (más sencilla) faceta de cuestionar a los rivales, sino también para hablar sobre él mismo. O tomarse un poco en solfa cuando viene a cuento.

El gabinete se relanza cuando comienza el último tramo del gobierno, el nivel de “fuerza propia” es muy alto, tiene su lógica. Los funcionarios que llegan o el que asciende no son “del palo” ni figuras decorativas sino cuadros políticos con recorrido y convicciones.

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Con las urnas en vista: Capitanich reasumió como gobernador del Chaco y tomó medidas drásticas en la gestión y en las campañas. Aspira a ser intendente de Resistencia. Podía haber optado por una candidatura segura a diputado nacional, eso habla algo de su perfil y predilecciones.

Manzur seguramente será el candidato a gobernador de Tucumán, como continuador de José Alperovich. La disputa no será sencilla frente al radical José Cano, máxime si –como todo lo indica– el peronismo local se fragmenta. El intendente de la capital provincial, Domingo Amaya, disputa con Alperovich y puede debilitar al FpV tucumano.

En la Ciudad Autónoma se conocieron las alianzas. Se sigue polemizando sobre el voto electrónico. Posiciones divergentes dentro del macrismo demuestran que esos cambios, que se venden como panaceas, tienen sus bemoles y contraindicaciones.

Cristina Kirchner sigue sin meter baza firme en la preinterna del Frente para la Victoria, azuzando especulaciones de todo tipo y proveniencia. En uno de sus abundantes discursos de estos días llamó a responder a “las tapas de los diarios” poniéndoles “la tapa” con votos. Esa, adujo, es la tapa que importa. Una llamada a vencer, un alerta para quienes (asombrosamente a los ojos de este escriba) propugnan no buscar la victoria, salirse del gobierno y esperar a volver como la presidenta chilena Michelle Bachelet. El precedente es real, pero los anales históricos rebosan de ejemplos en contrario.

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La coherencia que falta: Aunque esta columna abordó el fallo del juez federal Daniel Rafecas el viernes, es casi imposible cerrar una reseña semanal sin dedicarle un puñado de líneas. La decisión desnudó las carencias de la desmesurada denuncia del fallecido fiscal Alberto Nisman. Las críticas a Rafecas no se fundaron tanto en lo jurídico como en aspectos laterales. Se le cuestionó que falló demasiado rápido sin ponderar que existen plazos procesales perentorios y que la resolución es exhaustiva e impecable. No se usó la misma vara para el dictamen del fiscal Gerardo Pollicita, una acusación contra la Presidenta y el canciller que también insumió pocos días. Salió justo antes del fin de semana previo al 18F, una ubicación mediática.

Otros reproches lindan con el regateo. ¿Por qué no habilitar alguna medida?, es el mangazo. Deberían encontrar el defecto germinal en el exorbitante planteo de Pollicita. Si éste hubiera comenzado con una requisitoria a otros protagonistas podría sugerir un tratamiento, pongamos, en escala ascendente. Pero si el copy-paste implicó a la Presidenta, sin mayor asidero, eligió un camino indigno de ser confirmado, con la ley en la mano.

Entre los cuestionamientos a Rafecas aparecieron, en un editorial del diario más poderoso del país, alusiones insidiosas y plagadas de potenciales a su vida privada. Se quiebra un límite que hasta ahora venían respetando los diarios nacionales. No es la primera ruptura ni es incongruente con otras. Cada quien dirá si esas ofensivas son golpistas o destituyentes. Eso sí, son repudiables a carta cabal.

El respeto a la independencia de criterio de los jueces o a las instituciones es un lugar común en la narrativa opositora. La campaña y una sentencia adversa (minoría entre muchas) son grandes ocasiones para demostrar que no se trata sólo de palabras altisonantes.

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Imagen: Bernardino Avila
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