EL PAíS

Estar a la altura

 Por Mario Wainfeld

“Señores jueces, quiero renunciar expresamente a todo intento de originalidad para cerrar esta requisitoria”, dijo Julio César Strassera al alegar en el juicio a las Juntas Militares. Toda vez que lo vuelve a escuchar, la voz refleja y contagia la emoción. Cerró, ya sabemos, “señores jueces: Nunca Más”. Se abrazó con su adjunto Luis Moreno Ocampo, vibrando. Sonaron algunos aplausos que el presidente del tribunal mandó callar bajo apercibimiento de desalojar la Sala de Audiencias. No se televisaba, no se permitía llevar pañuelos blancos en la cabeza, se controlaba la pasión de los asistentes: el miedo estaba muy cerca. Las precauciones pueden discutirse pero no eran descabelladas.

Strassera fue un gran fiscal en ese proceso. Todo era novedad, se plasmó un formato inédito para que las víctimas testimoniaran superando el temor, se las dejaba hablar largamente en las primeras preguntas. Los testigos-víctimas fueron bien preparados, contenidos, respetados.

Se pidieron condenas ejemplares, las hubo.

La carrera previa de Strassera no lo ranqueaba para un desafío de ese porte, acaso ningún integrante del Poder Judicial capacitaba de antemano. Lo que supo hacer es comprender la gravedad del momento, su enorme responsabilidad, superar todo lo hecho antes y estar a la altura del compromiso. Hay hombres y mujeres que entran a la historia por la puerta grande tras “hacer carrera”, capacitarse, construir liderazgos, tener carisma. Otras u otros llegan a un trance único por causas ajenas a su voluntad, pero saben sobreponerse a sus propias condiciones, ése fue su caso.

Volver a escucharlo eriza la piel, como tantas veces. Su fallecimiento indujo a hacerlo, a evocarlo, a honrarlo.

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A diferencia de muchos jueces de ese Tribunal o de Moreno Ocampo su carrera profesional posterior no fue descollante. Se mantuvo, eso así, activo y presente en el debate público en posiciones siempre cercanas al alfonsinismo o a lo que fue quedando de él.

Defendió con su estilo –pasional, cabrero y jugado– al ex jefe de Gobierno Aníbal Ibarra en el juicio político que se le inició por la tragedia de Cromañón.

E intervino en muchas polémicas. En los años recientes fue muy crítico de las políticas de derechos humanos del kirchnerismo. Quien esto escribe y, presumiblemente, los lectores habituales de este diario discrepan con esas posiciones, que a veces extremó mucho. Protagonista de un hito en la historia de la búsqueda de verdad y justicia, acaso tuvo una visión patrimonial de su rol. Le costó ver que la lucha continuó por caminos serpenteantes no exentos de retrocesos. Que en verdad hay una (in) tensa continuidad en aquel brillante año ’85 y lo advenido desde 2003. El afán fundacional, que a menudo turba al kirchnerismo y lo hace desconocer méritos previos y basales, tal vez incidió en su lectura y posicionamientos.

Esas son controversias democráticas, ejercidas con todo derecho por quienes (a veces se ansía) deberían tener más acuerdos. Como fuera, se trata de disputas entre adversarios. Los enemigos fueron y son otros.

Y en todo caso, no es ése el legado inolvidable e impagable de Strassera. Es cómo construyó su merecido sitial en la mejor historia, que cerró con ese alegato formidable. Un hombre que se anima es más que un héroe de película, escribió uno de nuestros más grandes escritores. La frase le calza, el homenaje también.

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